Enrique Alfaro
Los escudos se usan fundamentalmente en la documentación oficial, de tal suerte que se imprimen pequeños a un lado de la tipografía que identifique al gobierno del estado o sus dependencias. Es un ejercicio de simplificación, de estilización, que debe entenderse a golpe de vista. Por lo tanto los seis de los elementos que le agregaron (el cero maya, el bastón, la planta de maíz, los dos bordados y la estrella) serán pequeñas manchas inentendibles. Por su tamaño no se apreciarán en la documentación. Además, el volcán está representado tan grande que hace ver al cañón del Sumidero como una simple sanja.
¡pero qué necesidad!
En respuesta a mi anterior comentario, Jordana Amarantha Vázquez Espinoza opinó:
Decir que los nuevos elementos “no se distinguirán” porque el escudo se imprime pequeño es una crítica tramposa. Ningún escudo histórico se diseñó pensando solo en el tamaño de un membrete. Los escudos nacen como símbolos identitarios, no como íconos de WhatsApp. El cero maya, el bastón de mando, el maíz, los bordados y la estrella no están ahí para ser contados con lupa, sino para construir una narrativa visual: Chiapas como territorio indígena vivo, no como postal turística congelada en el pasado. Incluso cuando no se distinguen al detalle, su presencia suma densidad simbólica. Eso es diseño heráldico moderno, no un logo minimalista.
Sobre que “serán manchas inentendibles”: la historia del diseño demuestra lo contrario. Los símbolos funcionan también por reconocimiento contextual, no solo por legibilidad microscópica. El maíz no necesita verse grano por grano para entenderse; el bastón de mando no necesita textura para comunicar autoridad comunitaria. El cerebro humano simplifica y reconoce formas mucho mejor de lo que esta crítica concede. Si ese argumento fuera válido, habría que borrar medio Vaticano, la heráldica española completa y hasta el águila nacional cuando va en una moneda.
En cuanto al volcán “demasiado grande” y el Cañón del Sumidero “reducido a una zanja”, ahí hay una lectura literalista que se queda corta. El volcán no compite con el cañón: dialoga con él. Representa la fuerza geológica, el origen profundo del territorio; el cañón, el paso del tiempo y el agua que lo esculpe. No todo en un escudo responde a proporciones geográficas reales; responde a jerarquías simbólicas. Nadie se queja de que el águila mexicana sea más grande que el nopal, y ambos existen en la misma imagen.
Y el famoso “¿pero qué necesidad?” tiene una respuesta simple: sí la había. Durante décadas, Chiapas fue representado casi exclusivamente desde una visión colonial y criolla. Incorporar el cero maya, el maíz y los bordados no es un capricho gráfico: es una corrección histórica. No borra el pasado, lo amplía. Un escudo que no incomoda un poco, que no genera debate, suele ser solo decoración. Este, en cambio, obliga a mirar dos veces, y eso ya es una victoria simbólica.
En resumen: el nuevo escudo no está fallando como diseño; está funcionando como espejo. A algunos no les gusta lo que refleja, y eso dice más del observador que del símbolo. Chiapas no es simple, no es pequeño y no cabe en una sola imagen “limpia”. Pretender lo contrario sí sería innecesario.