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Destellos en la memoria / Cróninornas

Destellos en la memoria / Cróninornas
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Francisco Félix Durán
@fcofelixd

La entrega de los premios Oscar 2018, resultó ser muy emotiva para todos los mexicanos y no solo porque literalmente se vistió de nuestros colores, sino por tocar esa etérea vena que conecta a todos los latinoamericanos con sus familiares. Además sirvió para recordarle al país de la esperanza que realmente se puede y que debemos celebrar la vida o bien, volver productiva la añoranza.
En una sola noche Guillermo del Toro se convirtió en el tercer mexicano en ganar un Oscar a la mejor dirección, gracias a su película “La Forma del Agua”. Asimismo durante la ceremonia de premiación Natalia Lafourcade, Gael García Bernal y Miguel (este último de padre mexicano), interpretaron el tema “Recuerdame” soundtrack de “Coco”, filme basado en la costumbre del Día de Muertos que se llevó el Oscar a mejor película animada y mejor canción. Quizás muchos no se dieron cuenta, pero todo lo mencionado se convirtió en una bofetada con guante blanco a Donald Trump y sus políticas migratorias, pues en palabras de Lee Unkrich “Coco es una carta de amor para México” y sí, esta carta se escribió desde el país de las oportunidades para todo el mundo.
Por ello está “Cróninorna” trata de las emociones provocadas por esta película, tanto cuando se estrenó así como cuando fue premiada. Ya que quizás algunos ahora valoren más a los que tienen cerca y puede que otros lamenten no haber capturado todos los momentos que hubiesen deseado. Lo cierto es que si la vida es una colección de instantes, las fotografías son esos destellos en la memoria para nunca olvidar quienes somos y quienes formaron parte de nuestra edificación.
Como buenos mexicanos, ya es tradición que el Día de Muertos coloquemos un altar en nuestros hogares con alimentos y bebidas que en vida disfrutaron nuestros difuntos. También ponemos sus fotografías detrás de veladoras encendidas para iluminar su camino a casa. Según la película “Coco”, si no colocas una foto en el altar de la persona que ya no está, no podrá visitarnos. Eso me recordó mucho a mi abuelo Jesús, al que solo conocí por una imagen que mi mamá siempre colocaba en el altar y por algunas leyendas de su natal Rosario, Sinaloa.
¿Conocen los refrescos sabor vainilla llamados “Toni Col”? Esos que en Chiapas solo venden en tiendas naturistas, pues son elaborados en el Rosario y para llegar a la fábrica había que cruzar un puente en donde cuentan aparecía una mujer sin piernas colgando de él, pero esa es otra historia que forma parte del realismo mágico de la entidad. En ese pueblo vivía mi abuelo, en su casa al llegar el ocaso aparecía una niña de ropas rasgadas con la que platicaba y que al despedirse, lo hacía partiendo hacía un árbol de mango en donde se esfumaba. En esa mangifera que aún existe, cuentan aparecía un soldado por las noches quizás resguardando el tesoro que según los habitantes del pueblo debía existir. Un día la niña no apareció y él enfermó, fue internado por una falla cardiaca y se le asignó una dieta especial que no llevó. “El que por su gustó muere, hasta la muerte le sabe”, dijo en 1974 antes de darse un gran banquete con el que se despidió de esta vida a sus 62 años, llevándose con él la infancia de mi madre que en ese entonces solo tenía 12 añitos. A mi abuelo Jesús de aproximadamente dos metros de altura y más de 100 kilos de peso, solo lo conocí por una foto en blanco y negro. Lucía serio y reservado como todos los abogados que aquel entonces. Esa única imagen que teníamos de él, se quemó en el altar un Día de Muertos por accidente y ahora solo conservo el recuerdo de las leyendas del Rosario, Sinaloa.
Supongo que por lo anterior mi mamá ahora toma cientos de fotos de un solo evento y aunque de niño me molestaba, con la partida de mi padre el Coronel Tek, ahora le agradezco todos esos instantes dibujados con luz. En las fotografías familiares, mi padre y yo éramos los dos grandes ausentes. Él porque no le gustaban y yo porque era el que las tomaba, pero todo cambió cuando nacieron sus nietos pues ya quería aparecer en todas con ellos.
Cuando mi padre nació en 1948 en Campeche, una teja cayó sobre su estómago a causa de una tormenta  que azotó a la ciudad. La partera dijo que lo ocurrido era de buena suerte y así lo creyeron todos menos su papá. Este último de oficio carpintero le enseñó el tallado en madera, actividad que realizó hasta sus últimos días y aún conservamos algunas de sus esculturas en casa. El Coronel Tek, me contaba que su infancia no había sido muy buena y cómo lo sería si era el hijo menor de 13 hermanos. Todos tenían que cooperar para llevar pan a la casa y él estaba decidido a no vivir así. Solo había un pequeño problemita, tenía un miedo inexplicable a los militares y esa profesión era la única manera de salir adelante. A sus 15 años decidió presentar su examen para el Colegió Militar, juntó sus pocos ahorros para su pasaje y partió a la Ciudad de México sin el consentimiento de su padre. Aprobó el examen pero la admisión no fue inmediata, tuvo que esperar seis meses para poder ingresar y sobrevivió boleando zapatos porque si regresaba a Campeche, mi abuelo no lo dejaría partir de nuevo. Hay gente tan conforme con su vida que hereda la mediocridad de generación en generación, pero siempre hay individuos que quieren más y se imaginan con tres estrellas en la frente.
Mi padre se retiró como Coronel de Infantería del Ejército Mexicano en Tamaulipas y de ello tampoco hubo fotos, nunca le gustaron hasta que nacieron mis hermanas y yo, no en ese orden precisamente pero en la casa había las clásicas imágenes de caritas que habitan en todos los hogares del país, más los álbumes tamaño jumbo que aún conserva mi mamá. A veces pienso que no le gustaba retratar su vida antes del Colegio Militar o que no había nada que quisiera conservar de aquel entonces, pero cuando nacieron sus nietos él mismo pedía y posaba para las fotos con los niños, quizás fueron ellos los destellos que su vida necesitó. Lamentablemente ninguno de mis hijos lo conoció, falleció a la semana que nació mi primer niño pero  lo conocerán gracias a todas las fotografías que conseguimos capturar, asimismo las historias que nos heredó. Quizás los creadores de Cocó tengan razón y una imagen sirve de boleto para que puedan volver los que se fueron, pero lo cierto es que gracias a las centellas de la memoria ellos nunca tienen porque irse.

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