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José Antonio Molina Farro

  No se gana la justicia condenando
      a varias generaciones a la injusticia.
                                                                   Albert Camus

Todos deberíamos estar en el colmo de la indignación. Tenemos un desastre silencioso, y ahora cada vez más ruidoso en materia educativa. Millones de jóvenes mexicanos son indigentes de la educación. De acuerdo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Inegi, el 55% de la población desocupada tiene entre 14 y 29 años, y los jóvenes entre 20 y 29 años de edad, representan casi el 40% de la población desempleada del país. En Chiapas el 32.2% de los jóvenes ha dejado la escuela antes de iniciar la educación media superior y de los que concluyen el bachillerato sólo el 12.8% se incorpora a las universidades. La deserción no es solo por causas económicas sino también por falta de motivación. La escuela les aburre, no les gusta, les falta conexión con el ambiente escolar. Para ellos la escuela no es opción pues no les procura trabajo. Millones viven en la frustración y la desesperanza. Duele decirlo, pero nuestros jóvenes son desechables. Esta terrible distorsión del sistema educativo ha llevado a que sus estudios  no tengan valor de cambio y de inserción social. Su único capital, su único valor social es el riesgo, el cual intercambian por sobrevivencia, dinero, posición, reconocimiento.  Me refiero a que muchos jóvenes son el ejército de reserva de la delincuencia o viven, los que pueden, bajo la tutela de sus padres o con salarios bajísimos. Un testimonio  del abandono, la descomposición del sistema y el desgaste de las instituciones.  Es un drama nacional. No cabe duda, el fracaso de la república es el fracaso de la educación de los niños y jóvenes. A ello hay que agregar que el 39% de los jóvenes  son incapaces de interpretar un texto básico. Leen pero no entienden. La educación en México se ha convertido en un factor de reproducción intergeneracional de la pobreza. La mayoría de las profesiones está desvinculada de los requerimientos de la dinámica económica, productiva y de servicios. Por su parte, resulta inexplicable que la UNACH haya ignorado el Programa de Rescate Financiero de universidades en quiebra del gobierno federal, sabedores todos de la brutal crisis que padece. Su letargo institucional es evidente. Los chiapanecos merecen una explicación.
Derogar la reforma educativa hasta sus cimientos, es un craso error, pues contiene  avances muy importantes, por ejemplo, la promoción y los estímulos con base en el desempeño y no en función de las preferencias de los líderes, quienes premian o castigan de acuerdo a la asistencia a marchas o plantones. Evaluemos, sin rodeos, al educando, al magisterio y los criterios de ingreso, permanencia y  promoción. La igualdad de oportunidades y la meritocracia no deben de ser negociables. Méritos del magisterio para permanecer y méritos de los alumnos para acceder.  Por su parte, hay que  reconocer el programa “Jóvenes construyendo el futuro”, que apoya a jóvenes de entre 18 y 29 años con $3600.00 mensuales para capacitación. Según opinión de  empresarios chiapanecos, empieza a dar resultados, aunque falta mucho trecho para hacer realidad el  objetivo del gobierno federal de que los jóvenes egresados permanezcan en sus lugares de origen y abonen al desarrollo de sus regiones. La educación de calidad define el destino de los pueblos. No debe haber escuelas buenas para la élite y malas para los pobres. Ya perdimos lastimosamente décadas de nuestro bono demográfico. Hoy todavía el número de mexicanos en edad de trabajar supera al de personas en edad no laborable, pues hay 51 personas dependientes por cada 100 en edad de trabajar. Para 2020 la Razón de Dependencia Demográfica alcanzará su nivel más bajo y empezará a incrementarse la población dependiente en detrimento de la población en edad de trabajar. Hoy día la edad mediana del chiapaneco es de 23 años, y es un crimen el desaprovechar tremendo bono demográfico, que sólo se presenta cíclicamente en los países. En la economía global  el  máximo valor es el conocimiento, y su concentración puede incluso lleva a disparidades aún más brutales que la propia concentración del ingreso en pocas manos. Decía Unamuno que “el mayor compromiso con el futuro es dárselo al presente”. Dejemos la indolencia y alimentemos la convicción, la decisión y el compromiso con nuestros niños y jóvenes. Ningún absoluto, animadversión o fobias partidistas nos deben desviar de este noble propósito. Andrés Manuel López Obrador y Rutilio Escandón Cadenas deben de ser los grandes convocantes, posponer lo que nos divide y privilegiar, lo que sin duda, nos puede unir sin distingos ideológicos. Es menester hacerlo, saber hacerlo, voluntad de hacerlo. En palabras de Carlos Fuentes: “Es mucho lo que nos falta por descubrir, por alcanzar, por amar, y ninguno de nosotros reconocerá su humanidad si antes no reconocemos la de los otros”.

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