Home Cultura Defensa de la doctrina de Boswell como suficiente por ser cultísima y necesaria por majadera III. pt. II

Defensa de la doctrina de Boswell como suficiente por ser cultísima y necesaria por majadera III. pt. II

Defensa de la doctrina de Boswell como suficiente por ser cultísima y necesaria por majadera III. pt. II
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Carlos Álvarez

Todos entendemos la distancia que separa aborrecer y demeritar; quien la entiende demasiado bien, sabe que algunas cosas como la tolerancia son aborrecibles y que otras como la intolerancia son demeritables; quien no entiende la diferencia cree que nada es demeritable y cae por las cuestas de los poderosos estertores de imposibilidades del sentido para y confiar cualquier paso de su futuro andar en la despiadada lógica que está detrás de muy poco para no creer que en nada salvo que todo es aborrecible. Lo que los sistemas más antiguos del pensamiento tienen de decentes yo lo tengo de virtuoso; pero lo que yo tengo de decente los sistemas modernos de la verdad lo tienen de honestos. Sustituyamos ahora en el ejemplo del babuino; el animal afeado por la curiosidad que es producto de la muy admirable vivacidad de todos los organismos de carne y hueso de esta tierra, es la razón; y el hombre que ha tendido la trampa al animal, que a mí parecer históricamente ha estado bastante a la altura en lo que respecta hacerse a un lado cuando los insaciables golpes de su porvenir apuntan hacia su persona fijamente, es el sentido común. Esta no es la representación más emblemática de la que puede enorgullecerse la humanidad de ver vindicadas sus creencias, pero con el debido favor de lo imposibilitados que se ven muchos hombres para expresar las dimensiones de sus sentimientos, me preocupa que no sea entendido mi ejemplo tanto como les preocupó a los diseñadores de los invencibles sistemas de la actualidad que el mundo los entendiera verdaderamente. 

No enumeraré detalladamente las posibilidades de esta alegoría, basta con imaginar que el sentido común, despiadado como solo puede mostrarse en la sucesividad de las inexpresables errancias que sufren nuestros pensamientos, sienta un despiadada sed de la sustancia más vital de nuestros orbes -llámese esta sed, honor, orgullo, pundonor, prudencia- y por no haber recibido una educación adecuada para distinguir la inferioridad de casi todos sus ánimos, entiende que la razón, bestial y e ineducada como nadie más, es la única con un depósito considerable de este líquido; le teje una trampa tal como ya vimos con el hombre y el animal, descubre en donde tiene almacenada una cantidad que roza con lo eterno de este material, y alberga su corazón el sosiego menos estricto que podamos imaginare puede guardar alguien que fue educado dándole todo lo que pide sin importar del modo en que lo solicita, abarata su consumo, vive plácidamente como viven quienes se nutren de todo lo que esté a su alcance creyendo que la ruina es algo exclusivo; al cabo de un tiempo ni la razón ni el sentido común pueden hidratarse, y para llevar el contrato de nuestra alegoría hasta donde la fantasía se convierte en un contrato pertinente, el agua nunca nos ha favorecido de forma tan inmediata como lo han hecho las coronas, las guillotinas, las constituciones, los mandiles, o los lentes; de hecho si influencia es tan secreta como los miles de pensamientos benévolos que divinamente diseñó la humanidad y posteriormente fueron entregados en persona por la ignorancia al olvido. A este punto, cada quien puede analizar el grado de culpabilidad de la razón o del sentido común para que el alma haya caído, por así decirlo, en una ruina de la que ninguna operación natural podría auxiliarle. Cada quien podrá considerar que el sentido común puede ir más allá, y siendo mucho más magnánimo y memorioso como para guiar a la razón en alguna aventura en la que los dos salgan victoriosos; y otros considerar que la moraleja es el ser humano está constituido por dos elementos caótico y que su ruina es inevitable. 

Yo tengo mi propia opinión y por ahora no hay necesidad para expresarla. La cuestión de los posestrcuturales es que tomaron la moraleja de esta historia para decir que no hay historias que contar porque no hay moralejas que entender; y sustituyeron cualquier representación decente de lo vital para el ser humano, para decir que en realidad lo único que se debe entender de una moraleja es el hecho de que alguien puede entenderlo mucho mejor y hay que esperar a que ese alguien nazca y considere que nosotros lo entendimos mejor de lo que nadie más pudo haberlo hecho. Esto es sin duda alguna poética y como la mayor cantidad de poesía que suele ser escrita recientemente, no nos ofrece un estudio honesto de los hechos de la naturaleza, que antes una impresión sofisticadísima de nociones antinaturales.

Usted, lector femenino, debe tener conocimiento de cuan insostenibles son los materiales de los que están compuestas las majestuosas arquitecturas de las más profundas de nuestras pasiones; muy seguramente usted misma ha fijado alguna de sus vehemencias en la exploración de los relieves de sus amores, iras y melancolías; usted, lector masculino, muy seguramente es dueño de cierta gloria irracional e indestructible labrada por ideas insoportablemente simples; usted muy seguramente se ha hallado en le necesidad de no tener la razón cuando ha estado en lo cierto, y a través de los daños que usted ha creado con el favor de ver sus esperanzas satisfechas ha descubierto que las especulaciones más sublimes suelen tener organismos próximos a caducar; usted, señorita, quizá ha visto rebajados su poderes intelectuales más hermosos han sido negados por le fuerza de los atrevimientos de quienes hombres que no suelen tolerar que existan talentos superiores a los suyos. Puedo entender que el compromiso que la virtud nunca desmerece sea algo precario cuando la administración de nuestros estados anímicos gira en torno a no recibir respuestas negativas del público, y en este caso no puedo demeritar la direcciones que dan tus vuelos, porque el cisma de tus aspiraciones te llevado en línea recta hacia el sol y tus excesivos modales o la falta de ellos han terminado por cortar tus alas.

Estoy de acuerdo en que una obra, barroca o simple, refiera las calamidades generales que cada quien sufrir desea con símbolos negligentes e inmoderados; será mi problema estar de acuerdo con la aburridísima opinión que Balzac tiene sobre la relación tienen los progresos sociales con las enfermedades de la razón; porque particularmente creo que de lo mucho que se ha expresado sobre las corrupciones de la mente y las inmoderaciones que sufren nuestras pasiones por el temor de estados futuros, nadie como Balzac ha reflexionado con una profundidad más simple los deseos desmedidos como algo malo y las perpetuas desilusiones como algo inevitable. Que algo feo me parezca bello será problema únicamente mío en el sentido que no pretenda que aplicar este remedio temporal y particular como una bendición general y universal.

Podríamos hacer una novela escrita con los refinados estilos que demandan los imperativos de las ciencias, y no podríamos estar más equivocados si creemos que la descripción de objetos inéditos vindica o representa pasiones igualmente nuevas; imaginemos a un hombre que desperdició sus poderes naturales por la buenaventura de una vida de ser amado por su mujer y sus hijos, pero no consigue otra cosa que no sea ser menospreciados por sus seres queridos; alguien puede decir que este es el argumento de algo escrito en los Filipenses sobre como seres honestos y nobles suelen verse reducidos a necesidades tan extremas en las que la culpa de su voluntad y la mendicidad de su cuerpo son incompatibles; alguien más diría con todo derecho que esta empresa refleja el problema de como la superfluidad e ineptitud de las mujeres es provocada por la abundancia, y alguien menos inteligente haría un poema enorme para decir que las desventajas que padece un hombre que labra día y noche sin inferiores a las miserias que sufre una mujer que es presa de los blancos públicos de la soledad. En cualquier caso, sintamos aversión o satisfacción por estos juicios, no estamos probando la existencia de materiales inéditos del alma, estamos probando la verdadera relación de una pasión con otra. 

La extravagante seriedad con la que protestantes consideran que Dios ha repartido sus dones de forma desigual con sus hijos es una de las opiniones más miserables que he podido escuchar; es todo lo contrario a la idea que Carlyle ofreció sobre la profunda tolerancia y la grandiosa serenidad de las infinitas y superficiales arbitrariedades con las que la Naturaleza mezcla el peor grano de trigo con basura, carbón, óxido, y polvo, y silenciosamente nos ofrece el trigo más amarillo y saludable del que tengamos noticias. Pero por más que pueda suponer que el juicio de los protestantes menos causas de glorias que de pesadumbres, es al fin una opinión honesta.

Me veré en la necesidad de decir las veces que sean necesarias que el hecho de que una opinión sea honesta no la exime de ser estúpida y el hecho de que un juicio sea estúpido no estáexcluido de ser cierto; la misma literatura existe porque gran parte de lo que es cierto no nos parece más que estúpido; la filosofía no hubiera tenido tantas escuelas si lo que nos parece estúpido nos pareciera igualmente dañino. No hay una gran diferencia entre un protestante que sueña con las verdades de un ángel mentiroso quien le dice que todos los que sueñan con dragones arderán en el infierno, y los adoradores de las doctrinas actuales, o específicamente las doctrinas de los posestructurales, que consideran que toda emoción humana es un teorema encarnado por lo único puro de esta vida que es la lógica. He escuchado decir que el problema es que no estamos tomando con demasiada seriedad los triunfos de la razón, y creo que en realidad estamos tomando demasiado en serio el hecho de que la razón tenga que triunfar. No existe una diferencia entre el anterior ejemplo porque los dos sufren los males de la idolatría; y los sufren del peor modo posible porque por encima del caso de los protestantes quienes no creen que haya una verdad en la cual cree que no sea la suya, y los adoradores actuales de la lógica, quienes no creen que la verdad sea algo que valga la pena creer si es solo una, están a la espera de que haya algo mejor que hacer porque no hay nada mejor que creer.  Los dos son absolutamente inferiores a la salvaje simplicidad de los mahometanos que tanto se repudian, porque consideran que la única vía para eliminar las opresivas excepciones de la perversidad y la falsedad es cambiando el interior de nuestras ideas, y están dispuestos a defender el hecho de cambiar todas sus ideas excepto las que les impidan tener una reserva intelectual para fundamental el error de sus opiniones. 

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