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De Zoraida Vleeschower

De Zoraida Vleeschower
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Hace tanto tiempo de la época de Universidad, pero aún recuerdo la primera vez en que nos dio clases y comenzó a hablar de “Los poetas malditos” con una fascinación por Rimbau, Mallarmé, Baudelaire… pronto no sólo sabríamos de las vocales de colores de Rimbaud o Las flores del mal, nos enteraríamos también de las frenéticas vidas de aquellos, el chisme sabrosón de alcoba que aderezaba la poética imaginando aquella época de desenfreno y desborde francés del siglo XIX en el arte.

Entre estos, yo escribía, más por cumplir con trabajos escolares, y luego se hizo un hábito, pronto me descubrí escribiendo frases en servilletas y leyendo en festivales literarios.

Un día, se acercó, bajó aquella voz enérgica con que hablaba en clases y me dijo ―usted tiene poemas y escritos muy buenos, ese humor negro suyo, siga por ahí–. Luego, vinieron muchas tandas literarias, a las que no siempre yo aceptaba participar.

Todavía siendo estudiante se acercó a mí y me dijo: ―Tengo un espacio en editorial de Coneculta, como corrector de estilo, y quiero que usted se venga a trabajar a este. No podía creerlo, fue mi primer trabajo; yo viajaba de punta a punta de la ciudad, por la mañana en Poliforum, en un camerino junto con un grupo de la guía de Roberto Rico, aquello era entre libro, cafés y libro, un comadreo intelectual, y por la tarde, Huidobro esperaba con su Altazor en la colina de Humanidades.

¡¡¡¿Cómo me le va?!!! Me decía en cualquier lugar, a la voz fuerte y con su tono colombiano, sin importar que todos en el lugar se enteraran que dos se habían encontrado. Con su abrazo de estima a mi persona y alegría, siempre se apresuraba a presentarnos a artistas y a unir unos con otros. Antes de pandemia fue la última vez que le vi; me platicó de sus viajes, de su paso por España, de dónde vivía ahora y a donde iría. Siempre mencionaba su Calarcá.

Me da gusto que haya regresado a su Colombia. Yo no sé, pero gradezco siempre la estima y cariño que siempre sentí de su parte, por procurarme en mis tiempos de escuela, por respetar mis decisiones, por darme mi primer trabajo, por mostrarme a Rimbaud, por creer en los locos y desbordados de fantasía.

Descansa en paz, Ricardo Cuéllar Valencia.

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