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Defensa de la doctrina de Boswell como suficiente por ser cultísima y necesaria por majadera VII

Defensa de la doctrina de Boswell como suficiente por ser cultísima y necesaria por majadera VII
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  • De una propuesta para embellecer la insostenible cantidad de delitos

Carlos Álvarez

En algún período de mi infancia mi fantasía levantó algunas piedras que mucho más tarde el uso libertino de mi razón terminó por trazar las últimas líneas de lo que actualmente son convicciones de una arquitectura tan sólida como la ejecutada por la fe de los mártires o los pilares labrados por el honor al que solo tienen acceso unos cuantos. Muchos ensayistas han divido los ejes nuestros desafortunados orbes en suficientes partes que mucho antes de poder estar seguro de lo que sus razones dicen, tendríamos que cercioramos de que todas las caras en las que el mundo está actualmente dividido puedan escucharse mutuamente; para quien no ignora las afirmaciones de la forma de nuestro planeta resultaría, si no una empresa imposible, cuando menos irracional; para fines prácticos, consideraré desde este instante hasta la última palabra de mi empresa, que el sistema solar es plano en el mismo sentido que mi esperanza puede refugiarse en la idea de usted, lector, sea alguien que no ceda todo el control de su existencia a los ineptos regímenes de la lógica.

Nunca me he complacido de satisfacerme que digan las deidades nuevas del placer y las vacías musas de la desdicha que mis poderes metales son insuficientes para el alivio de cualquier desgracia; de hecho, ninguna bondad ha aliviado mis intranquilidades tanto como las vanidades han cumplido el deseo de mis curiosidades. No puedo considerarme desdichado con relación a lo sufragios que mis ánimos han recibido de la buena suerte con la que algunas de mis pasiones han sido tratadas por la Providencia, y tampoco me considero afortunado por los ociosos pasajes de mi vida que me han sido de provecho en los estados más miserables en los que mis emociones se han hallado en una revolución injustificable. Me sido favorecido con una memoria lamentable que me ha permitido no encapricharme con el silencio que las altísimas deidades han respondido a mis ruegos. Por una ventura que es inferior a la curiosidad que nunca he poseído por la vida de quienes ahora están fallecidos, he considerado que la única causa del verdadero optimismo es la miseria, y los efectos más probables y menos calculables de la riqueza es la pérdida del prestigio. 

Lamp señaló los inconvenientes de ser ahorcado, y de todas sus bondadosas tesis (desde considerar que ninguna fortuna es suficiente para hacernos felices, que ningún argumento para ser feliz es verdadero, que ninguna frustración es extinguible, y ningún contento saludable), quizá la más novedosa sea que la nimiedad de nuestra vida que ha sido exaltada por todas las doctrinas, llámense pesimistas o entusiastas, nos permite creer que lo único racional en la amplitud de los virgíneos y puros coros de la existencia es que cualquier decisión tiene la misma cantidad de sentido porque ninguna impresión o acción está animada por causas incomprensibles o insuficientes; en este sentido colgarse y desenterrarse una uña es lo mismo; en este sentido el señor Lamp considera que lo único que puede tener sentido es que muy pocas tengan sentido, y que la única forma de considerar a un ahorcado un ser patético, imperdonable, o lamentable, es teniendo la vergüenza suficiente para no discernir los materiales que constituyen nuestras pasiones; con esto pudo haberse referido a que la existencia sea una las cosas que posea un sentido valioso, o que siquiera lo posea, mientras la la forma de morir no sea una de las que sea más abundante en sentido, sino que sea una de las pocas que lo tenga.

Nadie duda que haya maneras más dignas y otras más estúpidas de morir; nuestra costumbre por respetar a la memoria de los occisos ha levantado espigas morales en las que ninguna inteligencia puede atreverse a surcar sin estar dispuesto a sufrir un sarpullido o el piquete de un animal ponzoñoso de la crítica moral. Lamp era dueño de la virtud más activa y de un juicio tan elocuente que haría alabaría a un hombre obeso con los mismos adjetivos que haría a un hombre esquelético; peor mal no puede ayuntarse en nuestro sentido si no es la ociosidad, porque de ella se desprenden cuantos males se hacen pasar por progresos y cuantos antojos por necesidades, que hasta cierto punto el observar y escudriñar como dijo Santa Teresa, el favor que hacen las cosas por nosotros para sentir inmensa compasión de estar errados, conviértese en inmensa necedad de discernir nuestra desgracia y se discurre todo tan bruscamente que luego se entienda a solas lo que se quiere.

Esto puede explicar que las mejores mentes hayan pasado por encima del riquísimo estudio del asesinato y las infinitas formas que las hay de morir digna y vulgarmente. El primer ejemplo que se me ocurre es imperfecto; primero hay que recordar la calificación que los griegos asignaron al poeta, que luego de rebajarlo a mentiroso, desearon los obres que concilio hallaran quince siglos después en la llaneza de los trovadores, cuya suavidad significó un progreso  imposible de desechar en los anales de los verdaderos entendimientos; la Providencia ofreció cierta licencia a los mentirosos, para no abandonar la franqueza con la que intento abordar este inacabado sector de las ciencias y las artes, y permitió que Salomón cantara con un ingenio del que Dios no pudo holgarse por escuchar lamentos nimios que antes que sufrirle por sentir que aquellos despropósitos eran tan vivos y frescos que no parecía haber distancia en lo que un siglo y otro gozaban y sufrían. Esto es entonces el nacimiento de la primera artística herejía; trasladando a la empresa del asesinato, Lamp, De Quincey, Sir Walter Raleigh, y don Richard Burton intentaron hacer lo propio, pero ningún hado permitió que sus frágiles suertes fueran escuchadas y sus predicciones sobre nuestros oficios han sido adoradas por incomprendidas que antes vindicadas por necesitadas.  

En lo que respecta a los progresos hechos por la ciencia, me inclino a pensar que en las justas estimaciones de nuestros poderes intelectuales no cabe el mérito de haber creado una sola cosa; de hecho, todos tienen el mismo derecho de sacar cuanto provecho le sea posible a los descubrimientos que logren alcanzarse en favor de conductas más tranquilas, sin destruir los no siempre tranquilos cimientos de la virtud y sin ceder a la vanidad que nunca está falta de buenas y ricas máximas. Me ha servido mucho más creer que está todo escrito, dicho y hecho, y que fáltale al ser humano fantasía, error y principio para diseñar esquemas de nobles conocimientos de cosas que siempre estuvieron ahí.

El ser humano es la criatura con las capacidades más exquisitas para entender los modales que son representaciones vengativas o ambiciones de pasiones inferiores, y el más descuidado para conocer las disposiciones de su propio temperamento; nuestros débiles deseos para resumir la fortaleza de principio que benefician por igual a pobres y enriquecidos, con una claridad que es únicamente equiparable al deseo que compartimos todos para ser útiles en algún oficio de naturaleza superior, prueba únicamente que no somos más sabios que aquellos seres bárbaros que descubrieron el lenguaje y contribuyeron al progreso más vital de todos los que hemos descubierto para dar direcciones con una plenitud menos dañina a los propósitos que impidan arrepentirnos del pasado y favorezcan en el estudio de nuestras locuras. 

Entonces, dado que la mentira como una belleza arte ha sido la primera de las herejías condecoradas por igual por las ciencias y las religiones, no podría considerar que la aplicación de la misma licencia al asesinato pudiera librarnos por igual de las profundas miserias de ver desfiguraciones sin una estética vindicable, y también la seriedad que todos los semblantes humanos adoptan cuando se trata de hablar de las conductas que han llevado a la muerte a un ser indigno de sus oportunidades. Así como la única solución sobre los indeseados nacimientos en la que se puede ver bien retribuido el principio bíblico es pagar lo que sea necesario que una mujer de a luz al producto, lo mismo a los ideales más liberales el darle la razón de no provocar dolores morales a madres que no está listas para sangrar espiritualmente con tal de crecer un hijo sano y de padres jóvenes que no pueden hacer a un lado sus imposibles deseos para dar una cantidad decente a la madre de su hijo que expíe todos los pecados de su descendencia, creo que la única solución es enfocar nuestras teorías en aprender a sazonar a estos niños indeseados una vez que han nacido; lo mismo creo que en lugar de hacer llorar a nuestros vacíos constitucionales para llegar a un extremo mal empleado de nuestro entendimiento, creo que sería mucho más digno de nuestra raza enfocarnos en engaños más agradables y filosofías menos novedosas.

No me interesa el ímpetu con el que los ensayistas hacen uso de la historia para comunicar una idea de la que nadie ha estado antes convencido; prefiero aborrecer directamente a los hombres, antes de hacer empleo de las impresiones de un soldado de la antigua Grecia que mudaba de honores tanto como de máximas. Poseo más ejemplos de mis tiempos y ellos me parecen el hecho suficiente. Tomaré dos de momento: hubo un hombre que tomo la vida del ser que, según sus propias palabras, orilló a que su mujer cometiera adulterio. El otro es de un antiguo amigo el cual lamentablemente no puede leer este texto con la ociosa delicadeza que nosotros podemos, porque cierto día dio en el centro del riñón a un hombre que piso sus flores. En el primer caso, la vida de nadie dependía del homicida, o emplearé mejor el término artista; en el segundo caso, el arte entero dependía de un solo hombre.

Mi empresa no puede estar dirigida a quienes han levantado efímeros imperios con el título de una familia, y por envilecimiento de virtudes sacras se han quedado en las manos con galardonesinmateriales; para ustedes será la siguiente de mis empresas. Dicho esto, basta saber que un hombre es obstinado cuando al preguntarle si considera que el asesinato es algo imperdonable, expresará que “sí” con la misma efusividad que en secreto haría en caso de que su adinerada suegra fallezca por causas naturales y deje una pensión que bastaría para clonar a Wilde genéticamente y hacer que nazca cualquiera parte que no sea Reino Unido y para su bien obligarlo a hacer cualquier cosa menos un hombre de letras. Pero existe una fórmula más convencional y natural, y esto es casi idéntico a cuando nace un bebe sin mucha gracia y nos vemos en la necesidad de emplear un eufemismo que no hiera la capacidad interpretativa de los padres, para decir con vehemencia que el bebe es muy curiosito. Lo mismo es preguntarle a quien ha vivido suficiente en esta Tierra para entender que los homicidios son algo poético en el sentido que son muy explicables, que si considera que la pena de muerte es necesaria para delitos cuya crueldad excede la que intelectualmente podemos imaginar que existen en las Escrituras, para apreciar que la venganza es mucho más habitual en nuestro género que la mentira, y con eso creo que digo suficiente. 

La cuestión es que si pudiéramos traer de vuelta a los occisos que cayeron en manos de menesterosos, sería mucho fácil enfrentar las falacias que en algún tiempo fueron suficientemente nuevas como para ser contendientes de nuestra moderna ley levítica, para darnos cuenta que el temadel asesinato, a diferencia de la mujer, del de la ciencia, o el de la verdad, fue sepultado sin ninguna doctrina condecoratoria que volviera más ligeras nuestras impresiones en torno a un tema al que todos tocan con una seriedad que desmerece. (…)

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