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De nuevo en casa

De nuevo en casa
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Jorge Mandujano

Carta II

…era el final contra mi cuerpo

(llama sin cuartel).

J.V.A.

Hoy se suman nueve días de que te pusimos bajo la arena del camposanto de Cabeza de Toro, Joaquín. Dos marimbas seguían de cerca el trazo irreversible de la carroza que, poco más allá del viernes, te había dejado en manos de tu gente, la misma que te acompañó sin dar crédito a tu muerte.

Todo el pueblo se volcó a la calle para despedirte, hermanito. Los niños panzones, cansados ya de tanto bagre domiciliado por el anzuelo atardecido, se limitaban a gritar: ¡Ahí viene el Quincho! Los mismos que te iban a llamar al billar cuando un amigo detenía su auto frente a tu casa, camino a Boca del Cielo.

Y cayó en sábado tu entierro. Lo que son las cosas: el parte médico afirmó que tenías setenta y dos horas de haber muerto el día que Isaías, tu hermano, te halló en el pequeño apartamento donde sólo cabían tú y tu soledad. Qué curioso, esto quiere decir que, si te hubieran descubierto justo el día de tu muerte, la verdadera, se te hubiera cumplido a ti también el verso premonitorio de César Vallejo: (Me moriré en París y no me corro) Jueves será, porque hoy jueves que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala… Líneas que siempre dijiste de memoria y en voz alta, ya en las postrimerías de la parranda.

Y allí estuve, allí estuvimos velándote hasta la tarde del sábado. Pero antes, al filo de las cinco de la mañana, no sé a quién chingaos se le ocurrió poner a todo volumen el disco que guarda tu voz poética. Todas las mujeres, los hombres, los ancianos, los pescadores que ese día decidieron no ir al mar para quedarse contigo, lloraban en cada trazo de tus versos. Al final, aplaudían. Luego, de nuevo el llanto. No faltó quien pidiera que te callaras, porque tu voz caía como cuchillo en el estero, enmedio de esa fecha inútil que te hundía inútilmente mar adentro; allí donde Chico Robles me preguntó por ti, a cuya casa llegaste siempre con la sonrisa y la frase en los labios: “¡Vamo a jodé el paloe mango!”.

Te lo paso al costo: Chico Robles tampoco cree lo de tu muerte; ni Esteban Robles ni Isolina ni tu mamá, doña Chonita: “Lo esperé en Navidad… y no vino. Lo esperé en Año Nuevo… y no vino. Lo esperé el Día de Reyes y tampoco vino… y ahora, como regalo, me lo traes muerto”.

Anoche comenzaron a velarte de nuevo en el patio de la casa. Pusieron una enramada en el patio de la casa. Mataron una res en el patio de la casa. Se sirvió el tequila y cañita en el patio de la casa. Allí, en el patio de la casa, donde don Emeterio tejió sus hamacas y se acostó y soñó en la siesta navegando en los mares de Jack London. Todo allí en el patio de la casa, hasta donde llegó Lupito la mañana del lunes a recibir los pésames de quienes el viernes y sábado no estuvieron contigo en el patio de la casa.

Y fuimos a la pampa y al estero; y luego a la palapa del Chino, allí, donde la tristeza del sol rebotaba ahora sobre la soledad del agua. Todos preguntaron por ti. Los esteros preguntaron por ti. Los manglares preguntaron por ti. Los magresales preguntaron por ti. Las garzas preguntaron por ti. La respuesta no tardó en llegar, porque ahora estás de nuevo en casa, Joaquín.

En Tuxtlita La Bella,

Enero Terrible de 1994.

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