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De la vida de Samuel Taylor Coleridge

De la vida de Samuel Taylor Coleridge
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Carlos Álvarez

Que no ha sido mucho el favor que recibe la virtud de verse defendida y a medias leguas profesada por vicioso, y que bástase que rebajara el tiempo todo inmérito a experiencia, que casi no hay empresas que de ser ridículos nos salve, y como suele ser la voluntad descaminada, ingenua y peregrina, no parecen los cuidados de la razón ser suficientes para cumplir con los propósitos a los que nuestro espíritu podría tocar virtuosamente, y ansí la frugalidad con la que justificamos los detrimentos ocasionados por una mala fortuna no parece antes una indispensable tolerancia si no una discreta ruina; pareciere que mala suerte e ignorancia, en agradecimiento de la cortesía le da los más píos, regalan los menos decentes, y confían los poco ilustres, poco le repara hallar benigno, pío y culto a quien favor de volverla experiencia, tiempo y mármol le hace, para saberle hacer el favor que su prosperidad mejor viste, que por no ser modista compone la fortuna todo como falto de buen gusto y de ahí viene que le confundan con la natura, la voluntad, y hasta con la Providencia. Hombre se es, y no solo compete saber que no se deja de ser nunca, sino que ni aun muerto se encarece de serlo, y hasta más que hombre vuélvese uno más gente ya no estando vivo. 

Los hay Upanishad preciosos que dicen que nadie es nada hasta el acaso en el que deje de serlo y ahí sea cuando todo sea; no fuese más o menos noble lo dicho por don Samuel Teilor, que si hay algo espiritual en el hombre la voluntad lo es, si ella cosa alguna es, debe haber es espiritualidad. Habrá sido el señor opiómano, no menos raro que listo, sino más sabio que loco; decíase que de bufanda tenía chaparreras, de collar papada ceñidora, y de pelo como encinos en la mar. Dice en una carta de 1797: Mi vida, con todos los encantos de la variedad, alta, baja, viciosa y virtuosa, ardua estupidez y de sabiduría. Pero cuando soy ha de ser cifra de lo que he sido. Dice también que es la sangre de su madre incierta, más creo que ha de haber sido inculta; que recibió su padre mejor educación que la que habían deseado los hados que recibieran los descendidos de su apellido; que no fue el padre de don Samuel garbanzo de progreso sino piedra y detrimento, como lo son los hijos cada vez que no hacen lo que la heredad de Dios, que es obedecer lo que no seentiende, les pide; más dejemos en paz a Dios porque no deja su sabiduría en manos de hombres sabios porque ha de saber lo que hace, y muy de esta idea es mi porvenir que no creo que sepan sus obras hacer el mal, y antes de saber hacerlo dudo más si importa que sepan. 

Lloró el padre de don Samuel tan arduo, de modo que él mismo poeta dijese de éste ingrato: en el corazón y el seso del varón, si labrasen pensamientos verdad alguna, solo hizo más grade la ira y la pena, y no menos la confusión y la desgracia. Within the Baron’s heart and brain, / If thoughts, like these, had any share, / They only swelled his rage and pain, / And did but work confusion there. Que no le sobró severidad a la posteridad para arrodillarse ante los sollozos del padre de poeta, que según andaba por alguna callejuela huyendo de su esfera, y en lo que sabíase si admitir la pena por enojo o concebir el rigor por la virtud mera de padecer cuanto por agrandarnos nos humilla, mandó alguna razón a que les diera oídos un sensible caballero que lo tomó e hízolo muy seguramente del modo suyo; vale decir que no es la virtud deudora de ascendencias, si no lo fuera azares; que si el respeto hacia sus efectos es en sí remedio contra lo mezquino, la alabanza de lo que fue noble no es noble por necesario si no antes mezquino por incierto; son las buenas cualidades fáciles de vituperar; mírese que no se vence la indignidad cuando se sabe sufrir la vergüenza, si no antes se aficiona el entendimiento a no hacerse caso a sí mismo; es esta fórmulaevitadora de toda desgracia, sea ajena, sea tardía, sea merecida; no debe el ánimo estar cansado, y cuando más razón tiene para estarlo es cuando más errado está, si no de no hallar en el oficio esplendor; si no antes se está agradecido de estar de mérito encarecido, porque de no salvar la muerte a los honrados, porque nadie que los pocos que lo son en la historia universal han sabido cuanto vale, y según sus voces dicen que si no es poco tampoco es tanto, que fuese el pundonor el principio de casi todos los males del ánimo, y es así pero tampoco es el único, porque cópiale en quehacer la fortuna.

Fue el padre de Coleridge sabedor de hebreo, conocedor de matemáticas, y viuda de una mujer que hubo de darle cuantos dolores y consuelos no saben sufrir quienes se casan; no sabemos si hubo de aprender a ser miserable antes de ser viudo o le fue venido al dedo que la volviése el mármol tiempo antes de verse por la pública virtud errado. Hizo el noble hombre una gramática latina, dice el hijo que tanto supo de todas las cosas, que fue el mundo su confidente en cuanto dice la erudición y el ingenio significar, y pareció el mundo haber guardado con suma fidelidad sus secretos. No ha de ser un autor más miserable si no alimentándose de las complejidades secretas que reparan en lo vano, si no antes los más grandes nutren su mérito con obviedades que reparan en complejísima sencillez. Raro es que un hijo no sufra la vergüenza de sus padres, y más extraño es que no goce las ventajas, y sobre todo las inventadas por la memoria.  No es la esperanza que guarda el padre por su hijo la que recibe de éste; no tienen los padres decentes más deseo de morir con dignidad que ver a sus hijos gloriados de sus propias manos, ni los hijos pueden echar más de menos el gozar sus detrimentos si no antes cuida de buena fama la memoria de sus tutores. Habrá sido don Samuel de raros entendimientos, porque ni fue general, ni fue simple, pero de no ser honesto poca represalia puede cuidar de mostrar sus máximas; que haya sido liviano en venerar no le hace malicioso, sino antes vulgar; que rindiese culto, y muy divino, a su padre no le vuelve vano sino antes respetuoso, y que cuando menos quepa una porción de cosa buena en un ser, baste el esperanzarse para reproducirla con cuanto no se aprecia por no ser de acomedidas maneras.   

Dícese que era un hombre y un cristiano, los dos de primera clase; más de esto dudas traigo. Porque no hemos visto pocas veces que se le dice inteligente a quien es memorioso; pero de ser la destreza de quienes nada olvidan, tan perfecta como parece admitir el vulgo, no fuese la inteligencia más dada a unos pocos, y no podría acontecer lo mismo al necio al sabio, lo mismo al menos al noble; pienso pues que no ha servídome para no reñir cuando demerítase mi opinión, más la afición de no estar errado que el temor de no afligir mi espíritu permitiendo que cuide de mis ánimos el azar, porque si no antes ha sido señoreado el trabajo mi esperanza por aflicciones de seres que no tengo el interés de tolerar, ha sido agrandada mi pena por necedad, que es solo mía y de mis entrañas, de no tener el deseo de tolerar a quienes daño en mi discurso introducen, y más duro vuélvese el deseo de saber que debo y el de saber que no quiero querer, que fatígase mi corazón con el deseo de no querer ni esto ni cosa alguna, al punto que no me es solo vanidad querer dejar desear lo nimio, sino hacerlo con toda cosa, y no creyera que antes hay hombres que no solo saben no desear lo que no se puede, sino que los hayan quienes saben recogerse de su aflicción sin desear mejor ciencia ni gozo; según don Samuel, fue ser padre de esta estirpe, es decir que no le bastó no comer su misma carne, sino que volvióle monumento la razón no comiendo cuando hambre tenía; de estos seres no hay muchos, pero válgase esta vanidad que no se crea que no son pocos los nobles debajo del sol, porque no los hay en tema de virtud pocos.

Fue la madre discreta y según su oficio astuta; muriósele en breve tiempo el hermano de en medio de fiebre, al año posterior el padre, y años antes el primero de ellos de tuberculosis que fue de todos el más sanguíneo y gallardo. No estuvieron los hombres mal hermanados; dice de otro que tuvo un genio elegante y una mente reflexiva, y de otro que no le superaba la inteligencia del prójimo que no fuera la suya; dícese que fue do Teilor el ser más listo de los tiempos, y fue este hermano el segundo, más no lo fueron de buen juicio; no es la inteligencia dadora de buen juicio; algunos hay que memoriosos e iracundos vuelven la cerviz y no el rostro; no hubo discordia entre hermanos, o así parecen los anales decir que no fueron dioses falsos los unos de los otros, ni fueron las disensiones de unos favor grandísimo de otros, y ello dice que nobles fueron los padres antes que pudieran serlo los hijos. Hubo otro más que alega el poeta casi olvidarlo, que terminó sus andanzas antes de que el sol le veláse el sueño. Con esto se pensara que es el poeta olvidadizo; y lo fue en serio, más no fue su entendimiento forjado de axiomas simples y aun dijése que fue forjado por alguno verdadero, antes que doblegado por sus invenciones; los hay quienes olvidan todo porque así el precepto de la infancia les dice, y honran por igual al que les desprecia como al que les desespera; los hay los que no se acuerdan de las verdaderas, y prefieren olvidarse, y creo siempre que es querer que de su voluntad proviene, igual de las nimias que las duras; son estos en exceso sensible, y no les desespera más lo que esté por venir que cuanto nunca ha sido pero así creen ellos que lo fue. No fue ninguno de estos el poeta, y más parece haber sido la fantasía Edipo de su sentido, que antes la razón Moisés de su mármol. Dice de uno de sus hermanos que nada se acerca más a la perfección que su carácter, y esto incumbe a todo hombre del que haya yo tenido conocimiento, y vale aun decirlo que dígolo en nombre de toda mi familia. Pasa que una vez que se entiende cosa alguna, no se aprovecha con tanta demasía, si no cuando creemos que caben todas las cosas perfectamente en esa sola razón; este no es solo el estado en el que más ignoramos sino en el que más sabemos; no pudiera decir un hombre que le daña el desconocimiento de cosa que sabe que tiene el deber de entender, sino antes le aflige el no haber tenido nunca el deseo de conocerle; más duro es saber que poco basta el querer en cuanto es entender cosas elevadas, como en lo tocante a las simples, no requiérese más esfuerzo para saber de verás que es mejor el final de cualquier empresa, sino más cordura para saber que es todo principio, incluso de aquellos que son contento y gloria, sino reproducida pena. Creo yo que no habríale faltado tanto humildad al poeta de no haberlo sabido todo; encaren los hombres que saben tanto la sabiduría como si valiese más el metal que la moneda; ansí como cuando Agustín dijo que le hacía estío grande en el ánima aprovecharse de cosas que por sí mismos comprendía, porque no solo se le hacía vanidad que por nosotros mismos lo supiéramos todo y entendiéramos mucho más, sino que le hacíase yerro que hubieran diferencias entre una y otra inteligencia, y por no tener una razón que le hiciera saber que no hay diferencias en los ánimos, ni saberes que le hiciesen creer que falso fuera que no hay modo por el que sean los seres lo mismo, porque lo prueban con mucha gana los yerros de los seres, sino que abandonó todo esto diciendo falsitas enim erat, quam de te cogitabam, non veritas, et figmenta miseriae meae, non firmamenta beatitudinis, es decir que no sirvióse de la razón de entenderlo todo con simpleza, sino de a duda que le daba que fuese simple su entendimiento, y consiguió antes de saberse gallardo, porque los hombres que saben sí que lo son, hízose a su sentido impronto en cordura, y prefirió saber lo que sabía con más tardanza, y esto no fue dejarlas de saber, ni hacer pasar por las falsas las verdaderas, sino saberlas de modo que no solo se entendieran, ni fuese la verdad por lo falso vindicado. No solo faltóle a Coleridge este juicio, sino que le sobraron tantos que, sino le hicieron perverso, hubiéronle de hinchar las axilas, los ganglios y las tripas, pues no hay volúmenes de aquel entonces que digan que no engordaba saber demás, y como obedece la ciencia principio de no exista cosa que no sea nombrada, porque antes de ser sabida es dícese nombrada, y por ello creo que ha de haber sido la grasa de su espíritu saber mal nutrido.

Hubo un hermano el cual dice el poeta que fue por excelencia y antonomasia conocido como el guapo de los Coleridge; hubo de ser este apellido representante de lo culto, enemigo de lo infame, más no heraldo de bellezas; habrá restado Dios belleza para dárselas en cordura, y tanto fue la razón de don Teilor el serlo, que por la calentura de no ser inculto y el afán de saberlo todo, inclinóse a ser cuerdo en un extremo que no le hizo menos perfecto que loco. Cuéntase que tomó un carbón y quemóse feamente; curólo un señor al que oyó las primeras palabras del poeta, que fueron decirle al doctor que era desagradable. Paréceme que eran antes los seres más acabados en su natura, y poco le faltó a don Teilor para saber poco más que lo básico del trivium y el quadrivium, y no menos para decir “vengan a mí las verdades que esperan en todas las cosas, error, cuidado u oficio, que tengo yo gozo de sufrirlas en su ejercicio.” No las dijo y esto es pena para sus lectores; fue el poeta de aquellos seres que nacen con todas las cosas aprendidas, más no convencido de sermones simples y de lógicas probadas, váse su existencia en el desuso de aprender a ignorar, porque no les es suficiente saber que todo lo entienden. 

Fue vacunado sin saberlo, y dice no recordarlo, pero haberlo sufrido como nadie y desquitádose porque vióse de los ojos desprovisto, que por ser de verás hombre le fue saber que era sacar gozo de las desdichas, y según él dice haber sufrido desdichas del dolor como lo fueron aquellas punzadas. Dice que a los tres años leyó la Biblia de un modo que Agustín no admitió ni Tomás supo que podía, y según era tanta la propiedad de su aprendizaje que no pareció tener antes asco de los ingratos que adoración de los vanos.

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