Javier Espinosa Mandujano
Nota introductoria al libro Carburo, de Ricardo Cuéllar Valencia
CARBURO se convierte, en la escritura de RICARDO CUÉLLAR VALENCIA, en la lámpara que buscamos como instrumento de adivinación del misterio de “la presencia”, porque cualquiera que sea la posibilidad o imposibilidad que tengamos de alumbrarla, de acertar a decirla de alguna manera, si es que “eso” puede darse en el espejismo en que las cosas existen, el ejercicio de la luz persiste, la sofisticada imaginación, la incertidumbre de no saber quién soy ni quienes mis compañeros de viaje en este tramo corto de mi respiración y de mis sueños.
Este texto del profesor Cuéllar es revelador. Aparece Cuéllar como obrero de minas, un minero que lleva amarrada en la frente una lámpara de carburo. Es un texto que alumbra las vetas cercanas y distantes, que el acetileno con su carga fosforescente nos trae ahora aquí, a nuestro isolado paraje, como placas conmemorativas de una plaza pública. Lo que escribe Cuéllar no es de nadie, se diría que es para el éter, para que ocupe y viaje con el aire, con la lluvia y el color de los montes. Lo que escribe no tiene dueño, ni él mismo puede hacer de su propiedad estas memorias del habla plena, la humanidad de la letra, el aliento que viene contradictoriamente de San Juan Apóstol, apocalíptico, y de San Juan de la Cruz, la humana humildad de su semejanza con la inconmensurabilidad de su creador. Pero el profesor Cuéllar es, por otra parte, un hombre de fe, de esa fuerza que lo mueve por el mar de que son dueños —Cervantes hidalgo ejemplar entre ellos– pero también sus amigos de nuestra América, a quienes su fértil memoria une con guías vegetales que ahora necesitamos reverdecer, historias que no dejan de ser barcas que se mueven en el espacioso mar cervantino, y otras —Rulfo, García Márquez, Asturias, Mútis, “el raro in-Paz y tantos más– que reman junto al gran capitán, el raro inventor que vieron los siglos” el mar que Cuéllar puebla en este relato con nombres y fechas como signos alentadores de nuestro tránsito sobre la faz del mundo. El inicio y la última parte de esta escritura, son, sin reclamo y advertencia de ninguna índole, una vuelta a sí mismo, a la recuperación de su experiencia vital, el campo de sus pasiones y enaltecimientos. Y es en este momento en que reunidos los hilos que tejen el relato, uno puede sentir que se dan los materiales para componer y expedir una declaración de fe y amor por la vida, por Colombia y Chiapas, sus dos patrias íntimas que arden tersamente a todo lo largo del camino, sus discípulos, sus amigos y Patricia y Cinthia Ixchel, prendas singulares de esta apasionante historia.