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Crónicas de viaje / Al Sur con Montalvo

Crónicas de viaje / Al Sur con Montalvo
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Guillermo Ochoa-Montalvo

Querida Ana Karen, 

Con la visita del escritor y editor Guillermo Alfaro retomamos el tema de los diarios de un viajero plasmados en su obra VELERO ROJO donde la fotografía se hace poema y cada poema, una imagen reveladora de su paso por senderos luminosos de Guatemala y Chiapas. 

Observo las páginas del Velero Rojo impresas en blanco y negro; la portada resalta las cúpulas de una iglesia con un amarillo pintado a mano. Por donde le des vuelta, este libro se mantendrá encuadernado. Pegado y cocido a mano, adquiere una firmeza contra el tiempo y el viento como testimonio de cada día vivido.

Entre VIAJAR Y TRASLADARSE existe un abismo de diferencia. Hay quienes le dan la vuelta al mundo trasladándose por todos los hoteles de la misma cadena de cinco estrellas comiendo en París, Casa Blanca, Luxemburgo o Londres lo mismo que comen en Nueva York. Viajan sin abrir los sentidos a los detalles de cada sitio, de cada segundo sin distinguir la claridad del día ni los enigmas de la noche. 

Viajar, en cambio, nos hace apreciar el sabor de las ciudades y sus rincones; el aroma de la gente con quienes nos cruzamos; la textura de la estaciones en una verde primavera o un dorado otoño; es embelesarnos con la cautivadora presencia de un insecto bebiendo agua en una hoja mientras observamos las aguas quietas de aquella laguna donde refugiamos pensamientos. Al viajar tocamos la tierra que pisamos hasta sentir los rayos de la luna sobre la piel dejando constancia de ello en una postal enviada a la persona querida con quien compartimos esos momentos de gloria.

El olvido se presenta sin invocarlo, se filtra en nuestro cerebro borrándolo todo. Por ello, MÁS VALE UN LÁPIZ CORTO QUE UNA MEMORIA LARGA porque al escribirlo y describirlo quedarán esas experiencias tatuadas para siempre. El diario de un viajero da cuenta de los ingredientes de aquella comida que probamos por primera vez así como de la sensación al paladear ese guiso grasiento con el olor de la granja donde las gallinas y los cerdos fueron criados; registramos el nombre de aquella bebida desconocida preparada con infusiones de hierbas aromáticas con algunos atributos de sanación; fruncimos el ceño con el agrio de los condimentos de una sopa cuyo aroma contrasta con su sabor; nos deleitamos con lo dulce de un postre cuyo nombre apenas aprendimos. Viajar es aprehender todo cuanto nos rodea y plasmarlo en alguna servilleta.

Viajar con LA CÁMARA DISPUESTA, el lápiz apuntando hacia el papel con todos los sentidos, nos permite refrescar aquellos momentos en cualquier instante y sin afanes de escritor registramos cada detalle.

Al viajar lo hacemos con LA CURIOSIDAD DE UN NIÑO buscando el por qué en cada paso; aprendemos las palabras que se pronuncian con un acento diferente e incluso, con un sentido distinto porque cada palabra enriquece el vocabulario y desde ahí, nace la comprensión hacia los otros, la aceptación de esos mundos diferentes.

En los diarios de viajero apuntamos los apodos de la gente; muchos de ellos fascinantes como “el borrego”, “la Camelia”; el “Charco”, “Floricelo”, “el Panal”; y al preguntar el motivo quisiéramos registrar las carcajadas que las anécdotas nos provocaron. Si registras los modismos, regionalismos y arcaísmo de cada lugar comprenderás el por qué se les dice “Cositía” a los de Comitán o “Chapines” a los guatemaltecos; pero te sorprenderás que despectivamente se les llama en México “cachucos” a los de Guatemala y en ese país le llaman “Pendejos” a los mexicanos. Así son las costumbres donde cada lugar tiene lo suyo.

Cuando Guillermo Alfaro impartió su taller de Crónicas de Viajero en el café Giraluna más que enseñar a escribir micro-relatos, mostraba las fascinantes ventanas de conocer y percibir la realidad desde esas nuevas perspectivas al alcance de todos, pero que pocas veces, nos atrevemos a cruzar dichas ventanas. Así es como observo a la joven Andrea extasiada en sus propias letras deseosa de salir corriendo a escribir sus diarios de viaje. Observo a Olivia Bonifaz quien podría producir una infinidad de crónicas de viaje si recopilara sus miles de fotografías únicas y extraordinarias capturadas con su ojo mágico. Observo a Josefa Barrios evocando recuerdos tratando de vencer la autocensura con la determinación de escribir con la libertad que vence cualquier miedo a ser juzgados.

CUALQUIER CALLE ES UN SITIO ESPECIAL al observarlos con detenimiento y curiosidad. Basta con recargarnos en la pared para apreciar el rostro de quienes descienden de una combi. La anciana apoyada en su andadera con su mercancía al hombro que habrá de vender en alguna esquina de la ciudad; los jóvenes estudiantes en el afán de responder mensajes desde sus celulares; la señora a quien se le hizo tarde por preparar a sus hijos antes de llegar a su oficina; a la pareja de tojolabales quienes hablan en su lengua orgullosa ella de su vestimenta tradicional aunque él vista modernas ropas; el chofer con su torta de jamón y verduras en la mano saciando su apetito sin soltar el volante para ganar la carrera al microbús que está por llegar a la terminal. Todo puede registrarse con lujo de detalle si observamos detenidamente. 

NI UN DÍA SIN ESCRIBIR, esa es la consigna de un buen cronista dentro o fuera de su ciudad; de día o de noche, siempre habrá un espacio para registrar cada instante vivido. El buen cronista no aspira necesariamente pasar a la historia como escritor, pero sí está determinado a dejar sus historias en el registro de los días del calendario.

Guillermo Alfaro evoca a los cronistas de la conquista sin los cuales careceríamos de memoria histórica. Evoca la importancia de los cronistas de aquellas épocas en que eran custodiados por guardias especiales mientras los soldados libraban batallas, realizaban expediciones peligrosas o tomaban nota de los puntos de referencia con la brújula y sextante para plasmar la geografía  en mapas casi perfectos. 

Y cuando escucho a Guillermo hablando de coordenadas, latitudes y alturas, nos preguntamos por qué el presidente Barrios de Guatemala trazó los límites entre Guatemala y Chiapas con líneas rectas ignorando la topografía accidentada de la Sierra. 

LAS POSTALES como la que me obsequió Guillermo Alfaro de esa vista de la Antigua Guatemala hacia El volcán de Agua, también conocido como Hunahpú por los mayas, me conducen a su hogar, a ese espacio de remanso adonde suele viajar en busca de paz; ahí donde suele platicar con él mismo rememorando su infancia y esos días de aventuras juveniles al abrir sus diarios de viajero par escribir una nueva crónica como un cuestión de amor.

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