- Asentamiento que dio origen a Tuxtla Gutiérrez
Noé Juan Farrera Garzón
La historia de Tuxtla Gutiérrez se remonta a la antigua ciudad prehispánica de Coyatoc, también conocida como Tuchtlán, un lugar habitado por el pueblo zoque, una de las culturas más antiguas de Mesoamérica. El nombre Coyatoc proviene del idioma zoque: coya (“conejo”) y toc (“casa”), es decir, “casa de conejos”.
Posteriormente, se transformó en Coyatocmó, “lugar casa de conejos”, y más tarde los mexicas tradujeron este término al náhuatl como Tōchtlān, que significa “tierra de conejos”.
El valle de Mactumaczá, donde se asentaron los zoques, fue testigo del desarrollo de una cultura que hunde sus raíces en la tradición Mocaya, reconocida por su cerámica “negra borde blanco”. Desde el 500 a.C. surgieron asentamientos sedentarios y, para el 200 a.C. Comenzaron a fundarse centros urbanos planificados con calzadas orientadas a los cuatro rumbos del universo. Ejemplos de esta red urbana aún pueden rastrearse en sitios como Vistahermosa, El Mirador, Chiapa de Corzo y Ocozocoautla de Espinosa.
Hacia el 600 d.C., muchos de estos centros fueron abandonados, probablemente debido al avance de la cultura maya y al cierre del comercio por el río Grijalva, una arteria vital de comunicación. Sin embargo, el legado zoque se mantiene vivo en símbolos, tradiciones y expresiones culturales.
El conejo, figura central en la denominación de Coyatoc, no solo representaba un animal cotidiano, sino un elemento cargado de significado en las cosmovisiones indígenas. En el calendario azteca simbolizaba sabiduría y fertilidad, y en las tradiciones zoques se vinculó a un culto a la luna, aseguran algunos estudiosos.
El investigador Roberto Ramos Maza, ha señalado que en algunos vestigios arqueológicos aparecen representaciones de conejos erguidos, mirando hacia arriba, como si veneraran a la luna, lo que refuerza la idea de un profundo vínculo lunar en su espiritualidad. Aún hoy, ciertas danzas tradicionales de comunidades zoques evocan este lazo con los astros, la fertilidad y la figura femenina.
Este legado se refleja hasta nuestros días: el escudo de Tuxtla Gutiérrez conserva la imagen del conejo en estilo prehispánico, como recordatorio de los orígenes de la ciudad. Así, la capital chiapaneca no solo es un centro urbano moderno, sino también un espacio donde convergen pasado y presente, manteniendo viva la memoria de Coyatoc, la antigua “casa de conejos” que dio nombre e identidad a la región.
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