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Cosa de suerte / La Feria

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Sr. López

Ya le comentado del pavoroso caso de tía Queta, de las de Autlán, que se casó cinco veces, se divorció las mismas cinco y decía que había tenido mala suerte con los hombres, hasta que una vez la abuela Elena, le puso un tapón: -Queta, a nadie le salen mal cinco coches al hilo… eres tú que no tienes seso –y se acabaron las quejas.

Democracia, democracia… palabra tan usada para tanta cosa que su contenido se desdibuja por el vendaval de discursos sensatos los menos, oportunistas los más, en los que se la invoca como esencia del hacer político y el ejercicio del poder… y lo es y no parece haber peor acusación que llamar antidemocrático a un político o gobierno, aunque se diga sin saber bien a bien qué es eso de la democracia.

Sin idealizar la peculiar democracia de la Atenas griega de por ahí del siglo VI al IV a.C., ni engrandecer de más a Solón, Clístenes y el Pericles, general tan admirado y afamado por incorruptible, aunque en estos tiempos sería visto como un populista que se las ingenió para quedarse en el poder 32 años (un Porfirio Díaz de túnica y chanclas).

Sin idealizarla, sí parece de provecho recordar tres de sus pilares: 1.- Buenas leyes bien obedecidas (en griego: Eunomia, con mayúscula por ser el nombre de la diosa de las leyes, hija de Zeus y Temis, diosa de la justicia y la equidad, la señora de los ojos vendados, la báscula y la espada); 2.- Igualdad de derechos civiles y políticos de los ciudadanos (isonomía); y  3.- Libertad de palabra ante la asamblea (isegoría).

Muy primitiva la democracia griega, muy primitiva, pero si rescatáramos solo esos tres de sus principios, andaríamos en caminos más andaderos. Y hasta nada más con buenas leyes bien obedecidas, digo, nada más con eso, otro gallo nos cantara.

El asunto es que no poca gente dice democracia refiriéndose a la elección de gobernantes, aunque sea mucho más, cuando menos: división del poder, nunca concentrado en una persona o grupo; mismas leyes aplicadas a todos siempre igual; y gobierno sujeto a la ley, vigilado y efectivamente sancionable.

Lo de la división del poder (ideada por John Locke, no por Montesquieu), tradicionalmente es en tres partes: poder ejecutivo, poder legislativo y poder judicial. Sin embargo los tiempos cambian, las cosas no son iguales y ahora tenemos un cuarto poder sin llamarlo así: los órganos ciudadanos autónomos, integrados por especialistas en sus distintos ramos y muy importante: no elegidos popularmente, sino propuestos por sus méritos y nombrados por el Congreso.

Este cuarto poder es el que vigila al gobierno y con el tiempo, cuando tengan un ataque de sentido común y decencia, nuestros políticos, las entidades de fiscalización y auditoría, deberán pasar al ámbito de la autonomía plena, a ser parte de ese cuarto poder. Son siglos de tener órganos de auditoría y fiscalización en México y siglos de ineficacia y complicidad, habitualmente por el poder aplastante del gobierno.

Siendo Nueva España tuvimos desde 1524, El Tribunal de Cuentas, que ya independientes, en 1824 pasó a llamarse Contaduría Mayor de Hacienda (con sus equivalentes en cada entidad del país), que en un alarde de creatividad y fortaleza institucional, en el año 2000 fue rebautizada como Auditoría Superior de la Federación (ASF), esa, la de ahora, la que actúa como mamá chiqueona con el gobierno en funciones; ¡qué decepción!, si solo la ASF cumpliera a cabalidad con sus responsabilidades, le aseguro que la cosa pública en el país tendría muchos menos hedores. En fin, ya será.

De regreso a esa parte tan popular de la democracia que son las elecciones de gobernantes, y a la vista de que no es tan raro que se propongan como candidatos y ganen los comicios, verdaderos esperpentos, adefesios o simples simuladores que dan lugar a gobiernos de fingimiento, repelentes al bien y la verdad, que engañan con cinismo, dan datos falsos y niegan la evidencia alegando tener otra información, no políticos sino subproductos de la política (el más noble oficio), politiqueros permanentemente enmascarados, empeñados en el mejor caso en conducir a sus países conforme a su capricho o ideología personalísima, y en el peor, simples expoliadores del erario, viciosos de la rapiña que practican sin medida ni clemencia durante sus encargos, porque detentan la autoridad y dominan la vida pública a su antojo, tienen la fuerza para imponerse y ser impunes mientras tienen el poder, cuando no pueden reelegirse, porque si les es posible, seguirán igual, enconando sus vicios morales. Por eso es de tanta importancia que los presidentes en México no se pueden reelegir, que no haya mal que dure siete años.

Y los protagonistas de semejantes barbaridades que pueden pasar y pasan, son los partidos políticos que asombrosamente, no responden ni asumen ninguna responsabilidad por los estropicios que causan quienes ellos propusieron como candidatos y los promovieron como se promueven los productos milagro en la televisión. Y dado que es prácticamente imposible conseguir que se legisle el “fraude social” que hacen los partidos al impulsar candidatos-alimaña, solo nos queda esperar a que por un milagro del Altísimo, recuperen el decoro y  la vergüenza… sí, cómo no.

Entonces, es momento de recapacitar en que a fin de cuentas, somos los electores los que la pitamos. Eso del voto responsable es importante. Es penoso ver a la gente renegando de sus gobernantes, quejándose y maldiciendo, sin que asuma nadie la responsabilidad de haberlos votado o peor, infinitamente peor: no haber votado. Nos gobiernan quienes consiguieron el poder impulsados por una minoría, porque la masa inmensa de los abstencionistas, no se tomaron la molestia de acudir a su casilla electoral y tachar la boleta, cosa tan difícil.

En serio, ya va siendo hora de que reflexionemos. No es posible que nos salgan malos todos los presidentes y gobernadores, en primer lugar porque no nos han salido malos todos y en segundo, porque los escogemos nosotros, sí señor, y no es cosa de suerte.

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