Carlos Álvarez
Nunca ha sido menor la vergüenza de admitirse incapaz de aprender las virtudes más elevadas que la desdicha sufrida por quienes justifican no haberse contemplado suficiente a sí mismo alegando que los elogios perseguidos en diferentes edades son suficientemente inconstantes como para esmerarse destinar más tiempo a la reflexión que a la producción monetaria. El conocimiento nunca ha hecho rico a nadie; el conocimiento ha trastornado las alegrías más irreflexivas de la humanidad en hechos vanos; el conocimiento ha rebajado nuestras honestas y reguladoras ideas sobre el porvenir en mecánicas e intranquilas artes; no me atrevería a declarar que en un sentido irreflexivo el conocimiento haya ocasionado muchos más males que la ignorancia; tampoco me gustaría considerar con mucha más seriedad que la que merecen la parte personal de nuestras nociones, que la ignorancia no haya ayudado cuando menos una vez a acomodar los preceptos más simples de la existencia y nos haya provisto de herramientas para tolerar los peores infortunios; estoy lejos de considerar que saber ignorar sea un acto de virtud excesiva; no estoy cerca de considerar que siempre tengamos el favor y la asistencia de las mejores máximas para decidir qué entender. Gran parte de estas ideas son abordadas en la novela de Carlyle, que por hoy ofrezco una continuación de una versión personal:
De tan enorme ingenio son nuestros propósitos que no parece haber un solo átomo que la razón no asista, que si de otro modo se aprecia que los contratos sociales no son de menester menor que las migraciones chinas, ni la doctrina necesaria de los gustos mayor socorro tiene que la teoría de los significados, pero si al entendimiento no le fuera lícito ignorar aquello que no es visto, no fuera la razón el himno de los hechos inéditos, ni fuera la teoría del valor y de la renta más cierta que aquello que se entiende sin importar por quien sea visto. De no ser los lenguajes y la historia cumplidos en su oficio con todo y sus muy cambiantes filosofías, tendiera el hombre la vista por todo el mundo para notar que cada cosa está perfectamente dilucidada y sabrosamente interpretada, que ya ninguna fibra y mónada del alma, el cuerpo y de los mismos bienes, razón natural conservan para no ser destilados, disecados y descompuestos como la ciencia demanda con sentidos sumos, que al fin no parece tan abundosa y rica la heredad de los sentidos debiendo entender el hombre que todo tiene sentido, pues viendo de verás lo que son las cosas, poco falta para decir que casi nada lo tiene; es un hecho que no son pocas nuestras facultades espirituales para considerar que nada tiene sentido porque todo lo pensamos de muy buena forma, y cosa diferente es pensar que no son abundantes tales facultades para poder decir en serio que ninguna nada ha sido bien pensado.
Que si el sentido nunca ha cuidado de sí para dudar qué razón alguna tuvo la ciencia para no verse aumentada ni enriquecida por el Tejido vestural, que por donde se le piense es el tejido mismo de todas las cosas y otras muchas más, porque estando en molde muy distinto la razón que unos los hace pendencieros, otros alborotadores, y algunos fieros, se cree y se dice para bien nuestro que dones, dolores y honores son cosas meras, que como ninguna parte del cuidado se embaraza por que sean de otra manera, ni se avergüenza nuestras ventajosas facultades de predicar contrarios credos. No es cuestión extrañísima que la envoltura universal del ser no fuera dichosamente advertida, pues de ser tan variadas las prendas de una lana a otra, vanidad de pensamiento sería que no creyéramos cuanto del alma se guarda en el más honesto de nuestros exteriores artificios, y por ende como todo axioma demanda no impedirse considerar cuanto de artificio se guarda en los naturales dones y en sus remedos más gallardos. No queriendo entender las Ciencias que la vida nuestra es cosa remendada, como Fray Luis lo dice, hecha con diferentes pedazos que la certeza que se tiene hoy para vivir de una manera, mañana peor o mejor designio se convierte para vivir de otra, resulta luego cosa de completa perfección saber estudiar el gabán de nuestro ser, tela por tela, de fibra en fibra, que abrumado el buen sentido por la fuerza bárbara de conceptos, ya cansados, ya olvidados, no es locura prever que en la parte exterior de las cosas se encuentren las labradas facultades que para los antiguos eran deleitosas por más que no se les entendiese, y para modernos más torpeza por tanta manera que hay para saber y no entenderle.