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Constelar es sanar, o al menos llorar con desconocidos / Sarcasmo y café

Constelar es sanar, o al menos llorar con desconocidos / Sarcasmo y café
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Corina Gutiérrez Wood

¿Tienes ansiedad o solo te falta un retiro con cacao ceremonial y playlist de cuencos tibetanos?
Dicen que estamos despertando. Que ya no basta con tener éxito, ahora hay que estar alineados, vibrando alto, y si se puede, monetizando el proceso. La espiritualidad ya no se vive, se sube en reels, se vende en cursos online y se mide por seguidores. Despertar, sí, pero en Tulum, con dieta alcalina y un outfit de manta.

Lo sagrado se volvió negocio, y la iluminación una estética. Ya no importa tanto lo que descubras en tu viaje interior, sino lo que documentaste en tus stories. El alma evoluciona, claro, pero con filtros. Y mientras más caros los cuarzos, más profunda la sanación (o al menos eso creo considerando lo que dice la factura).

Antes uno iba a terapia. Ahora se “sana el linaje materno”, se hace constelaciones familiares con desconocidos en una sala de hotel y se les habla a las plantas para curar traumas ancestrales que, curiosamente, nunca se enfrentan en la vida real. Pero lo importante no es sanar, es hacer contenido para el tik tok .

Las constelaciones son el nuevo teatro místico. Uno paga, se sienta en círculo, y de pronto una señora con falda vaporosa representa a tu bisabuela muerta mientras otra grita que ya puedes soltar “el dolor del útero”. Llantos, abrazos, posiciones extrañas. Es como una obra de teatro comunitaria, pero sin libreto y con heridas transgeneracionales. Nadie sabe qué pasó, pero todos “conectaron”. Y si no conectaste, es porque tu energía está bloqueada. Así que, pues ni modo, tendrás que tomar la siguiente sesión, claro con su respectivo pago.

Luego están los retiros de fin de semana: vas a sanar, a reconectar, a apagar el celular (excepto para subir la foto grupal a instagram, obvio). Comes quinoa, tomas té verde con jengibre y no se qué otras hierbas raras, haces respiraciones místicas, lloras en grupo y te dicen que eres luz. El lunes regresas igual de confundido, pero ahora con aceite esencial de lavanda, un mandala bordado en la mochila y el ego inflado con palo santo.

Y claro, el chamán freelance no puede faltar. Ese que estudió tres meses en Oaxaca, canaliza ancestros por Zoom, cobra por PayPal o puedes hacerle transferencia electrónica. Te limpia con salvia, te habla de energías sagradas y te bloquea si le pides factura. Porque aquí todo es fe, menos el SAT.

La nueva espiritualidad no incomoda, no confronta, no transforma. Es cómoda, tibia, vendible. Una versión “light” del alma, perfecta para Instagram y para justificar tus decisiones impulsivas con palabras como “vibración”, “frecuencia” o “manifestación”.

Pero no lo critiquemos mucho, no sea que se nos cierre el chakra de la abundancia. ¡¡O peor!! que nos saquen del grupo de WhatsApp donde venden inciensos, dan consejos energéticos y pasan cadenas tipo “si no lo compartes, bloqueas tu tercer ojo”.

En fin, si todavía no encuentras tu propósito, no te preocupes: seguro está vibrando bajito debajo del tapete de yoga, o atrapado en una deuda kármica con tu tarjeta de crédito.

Y si no sanas en esta vida, no pasa nada. Siempre puedes reencarnar en alguien que no esté en buró de crédito. Namasté.

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