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Cierto / La Feria

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Sr. López

 

Tía Pepa fue doctora, buena esposa (cocinaba como la Santísima Trinidad), química farmacobióloga, catedrática de la universidad, buena madre, conferencista internacional y aparte, daba conciertos de piano… pero nada valió ya nunca a partir del día en que ayudando a ponerle el lazo al pie del altar, a una sobrina suya que se estaba casando, se le vomitó encima; eso marcó el resto de su vida y aunque no fue una vomitada discreta, ya por siempre fue “Pepa la de la vomitada”. Igual, cuando tío Luis salía en alguna plática, la única referencia de su larga vida, era que una vez  llevó serenata a la casa equivocada (casi fue tragedia). Y el primo Jorge, que estuvo menos de un año en el seminario, que se tituló de ingeniero, hizo puentes, túneles y presas, y fue siempre “Jorge el que dejó el sacerdocio”.

 

Justa o no, tenemos la tendencia a sintetizar, a veces hasta la caricatura, vidas enteras por un hecho, una característica física, un accidente (nomás acuérdese de la fama de flatulenta que agarró la Lucerito).

 

Napoleón es el chaparrito de sombrerote al que le dolía el estómago y por eso se ponía la mano en la barriga (ni era chaparrito -medía lo que el promedio de la época-, ni le dolía la panza: conforme a los modales de su tiempo, ahí iba la mano). Winston Churchill, de larga vida llena de epopeyas, premio Nobel de literatura (1953), en el mejor caso es una frase mal citada, la de “sangre, sudor y lágrimas”, y si alguien lo recuerda, dice: -“¡Ah!, sí, en “el gordo cara de perro”. Hidalgo es el viejito calvo (tenía 57 años), que dio “el grito”; Santa Anna, el que vendió la mitad de México (no es cierto); Juárez, el indito que llegó a presidente y dijo lo de que “el respeto al derecho ajeno es la paz” (que no dijo eso y lo que sí dijo no es de él sino refrito de lo que escribió Manuel Kant, en 1795, en su obra ‘La paz perpetua’).

 

Todos nuestros presidentes quedan marcados para siempre por alguna cosa aislada de su paso por Los Pinos: Díaz Ordaz, el que mató estudiantes; Echeverría, el que dijo, “ni nos favorece ni nos perjudica sino todo lo contrario”; López Portillo, el que traía a Rosa Luz Alegría, el de la colina del perro; De la Madrid… De la Madrid… no, nada, como caca de loro (siendo este tipo la explicación del inicio de la desaparición del PRI, el que resolvió la crisis económica del ’82 con un pacto que hizo recaer todo el peso de la recuperación sobre los trabajadores, el que nos metió al GATT -antecedente obligado para el TLC-, el que pavimentó el camino al poder a Salinas de Gortari… al que le tocaron los sismos del ’85); Salinas de Gortari, el gran ladrón con un hermano peor; Zedillo, el bolero de Mexicali; Fox: hoy, hoy, hoy… y Martita; Calderón, el que decía “haiga”, se disfrazaba de general y destrozó al PAN.

 

Sería recomendable que los señores que llegan a la presidencia de la república, se dieran cuenta de esto para que se cuidaran los 2,190 días que se hospedan en Los Pinos.

 

Por lo pronto, Enrique Peña Nieto tiene que pensarle. ¿Cómo quiere pasar a la historieta que queda en la memoria del tenochca de a pie?, con suerte nadie recordará la quemada de aquello de los tres libros que no pudo decir que eran sus favoritos. Con suerte se van empolvando algunos de sus tropezones con la geografía nacional (el 3 de abril de 2013 muy presente tengo yo, dijo que Boca del Río era la capital de Veracruz; que Monterrey era estado -septiembre del mismo fatídico año-, y que Tijuana también era estado). Con otro poquito de suerte, se olvida que dijo “suscribido” en vez de suscrito (en Londres, el 19 de junio de 2013, en la Cumbre del G-8), o que alegó no ser la señora de la casa, cuando no supo decir el precio de la tortilla. Si la fortuna le sonríe nadie recordará que en enero de 2013, en Santiago de Chile, no atinó a decir el apellido del presidente Sebastián Piñera y lo llamó “Piñeras” y “Piñeiras”. Y también con suerte, pero más, no le dirán “el Presidente Bilingüe”, en honor a su inglés de apache de película en blanco y negro del Llanero Solitario.

 

Podría pasar a la historia como el Presidente que logró el Pacto por México, pero  él mismo expidió su acta de defunción, cuando dijo que “ya dio de sí” (19 de agosto de 2014). Podría pasar a la memoria del peladaje (todos nosotros), como el Presidente reformista, pero para su mala pata, la única reforma que se está quedando en el ánimo nacional es la energética (y menos se nos va a olvidar por la subida de precios de la electricidad y las gasolinas, ya verá, esa no se la quita jamás). Y tampoco le conviene quedar en la memoria de la raza como “el Presidente que movió a México”, porque el empujoncito fue por atrás.

 

Ya lo hemos comentado: terminado ya lo mero principal le queda tiempo para intentar acciones que cambien la fama que le toca y para hacer lo que mejor sabe: promover su imagen y ganar elecciones, como ya hacía desde que era Gobernador, y volver a ganar la presidencia en 2018… y eso empezó ya con las elecciones del Estado de México. Sí, de aquí pa’l real: pura política.

 

¿Y?… no, nada, que los gobernadores en 2018 no van a poder imponer sus candidatos a todo como ahora hacen y Gobernación no volverá a su rol de antes, darles órdenes: controlan menos de la mitad del país. Ese cuento, se acabó.

 

Peña Nieto y su equipo no se van a dormir en sus laureles: no tienen laureles. Saben las que hicieron, les resulta indispensable -de sobrevivencia-, conservar el poder, pero saben que eso está en el lomo de un venado y esa es la razón de que estén pensando en dejar a José Antonio Meade, que no tiene cuentas pendientes contra ellos y es señor decente, para cuando menos, atenuar las consecuencias de sus barbaridades, que no son pocas.

 

Pero Peña Nieto, aparte de muy inculto, cree que trae a Dios por las barbas y sigue creyendo posible empujar a última hora a uno de los suyos, a Nuño, el educador de América… bueno, en ese caso, pasará a la historia como el presidente que perdió la sucesión contra una maestra presa. Aunque no sea cierto.

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