Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
Sin medir consecuencias, el viejo maestro amaneció a lado de Amanda, la peor repercusión es desear acostumbrarse a la compañía de alguien, pero al mismo tiempo, evitarla como una forma de mantener la libertad de movimiento, tomar decisiones sin consultar a nadie, actuar sin pedir permiso, evitar juicios y reclamos; sin embargo, Amanda es otra naturaleza de mujer; nunca juzga ni demanda tiempo para ella, quizá porque aprecia sus propia libertad y soledad. Ann Hampton Callaway interpretaba “You belong to me” cuando despertó con el aroma del café a su lado; tarareó una estrofa de esa vieja canción, “I’ll be so alone without you, maybe you’ll be lonesome too… and blue”; ¿la recuerdas?, le preguntó y la cantó en español, “Estaré tan sola sin ti Quizás tú también te sientas solo… y triste…”; con esa canción solían despedirse sin saber cuando volverían a verse. Amanda es popular y respetada en la universidad por colegas y alumnos quienes celebrar su carácter jocoso; sin embargo, salvo Santiago, nadie le conoce a una amiga o amigo cercano. Santiago la acompaña desde la preparatoria, su condición de homosexual le permite licencias con Amanda que nadie tiene. Confidente, cómplice de aventuras, discreto como una tumba. Con su estatura de un metro con noventa y corpulento como es, Amanda se siente protegida con Santiago. En una reunión donde corrió demasiado alcohol, uno de los colegas la sacó a bailar, la tomó por las nalgas y bastó una seña para alertar a Santigo. Amanda le propuso al tipo fugarse a una de las recámaras de la casa; le explicó que ella se adelantaría y cinco minutos más tarde la alcanzara. Cuando el tipo entra a la habitación se encuentra con Santigo completamente desnudo; abraza al tipo; forcejean entre gritos y manotazos; el escándalo provoca la curiosidad de los invitados quienes quedan pasmados ante aquella vergonzosa escena. El tipo salió vomitando por los pasillos de la sala hasta encontrar la puerta de salida. Amanda conoce el arte de dominar a sus amantes; a veces asume el papel de sumisa y otras de dominante sin perder el control. Amanda los observa con la agudeza de un psicólogo experto o un investigador policiaco; en sus gestos, palabras y expresión corporal descubre el alma de quien trata de cortejarla; jamás se deja impresionar por regalos o promesas vanas; reconoce a los tipos por su narrativa y así, decide continuar con el juego o desaparecer. En Amanda, su sexualidad es fundamental, pero no cede por necesidad sino portal admiración hacia quien trata de seducirla. En un restaurante modesto a orilla de carretera, se le acercó un caballero de buenos modales quien le pide permiso de sentarse en su mesa por estar lleno el lugar. Comieron en silencio entre miradas furtivas, sonrisas amables hasta llegar al café. Amanda lo paladeo y expresó su agrado por el espléndido sabor. El caballero le explicó que en esa zona se cultivaba el márago en su rancho. La plática fluyó hasta aceptar la invitación para conocer el cafetal. Pasaron la noche en una cabaña cercana a la casa grande como se le conocía al casco de la hacienda. La luz tenue de la chimenea propiciaba un ambiente cálido. El caballero se levantó para acercarle una frazada de lana; la tendió sobre sus hombros y Amanda disfrutó ese instante como una caricia inocente sintiendo las manos del caballero mesando su cabellera. Ella se tendió sobre la alfombra y él se acomodó a su lado. Durante un largo rato ella lo escuchó hablar de su vida en el campo, de sus viajes a otras ciudades por cuestiones de negocios; de sus hijos y sus perros labradores; la charla se aderezó con cuitas de infancia con un padre intolerante y gruñón que provocó la separación de su esposa. El caballero resultó casado con casado con 4 hijos; su esposa lo abandonó por una aventura y jamás volvió a saber de ella. El hombre no se mostró diestro en la cama; un coito apresurado fue todo lo que obtuvo esa noche. Amanda conoce bien la historia de hombres divorciados y abandonados; así, con toda la elegancia que le fue posible lucir desapareció después del desayuno, antes de lidiar con dramas y tristezas ajenas. El viejo maestro levantó los traste de la mesa y mientras los lavaba, Amanda pasó a curiosear por las habitaciones. Se detuvo en la recámara del maestro donde descubrió una caja llena de cartas, postales y fotografías. La sorpresa fue mayúscula cuando encuentra unas catas dirigidas a ella sin estampillas. Cerca de cien cartas con direcciones distintas por donde Amanda había vivido. Le costó trabajo decidir si podía atreverse a leerlas; pero un fuerte impulso la condujo a leer la primera fechada 40 años antes; la segunda iniciaba como todas con la frase de “Amada Amanda” y concluía con un coloquial, “te abraza quien siempre te querrá” y la fecha correspondiente. Especuló sobre los motivos de tantas CARTAS AL AIRE. Cada una revelaba las distintas épocas de su larga amistad entre encuentros y ausencias prolongadas donde el maestro le narraba episodios de su vida profesional, familiar y sentimental sin dejar de mencionar las aventuras vividas con Amanda. Desde la sala, el maestro observó a Amanda leyendo las cartas. Decidió no interrumpirla, era el momento justo para dárselas a conocer preguntándose él mismo el motivo de escribir tanta cartas sin enviar. ¿Fue una cuestión de pudor? No, con Amanda jamás existió pudor entre ellos; se amaron donde pudieron desafiando convencidos, moral y peligros. En una de esas cartas, el maestro recordaba cuando le pidió a Amanda dejarle al mesero de propina su tanga rosa recién estrenada. Sin dudarlo, Amanda se desprendió de la prenda y la depositó en la libreta donde venía la cuenta de la cena. Entonces, por que nunca le envió esas cartas llenas de vida. Quizo decirle a Amanda, que escribir esas cartas fue una forma de acercarla; de sentir su compañía charlando con ella a través del papel y la tinta; en realidad, nunca tuvo la intención de hacerle llegar esas cartas; sabía que las leería cuando fuese el momento exacto. Amanda lloró sin enjugarse las lagrimas; las dejó correr sobre su rostro como símbolo de triunfo. Juntos, leyeron tantas cartas como pudieron lanzándolas al aire las leídas. Se abrazaron con deseo, con la pasión de dos amantes eternos, con la certeza de un adiós para siempre; pero esa noche fue la más esplendorosa comiéndose a bocanadas, bebiéndose con la sed de esos amantes decididos a mantener su libertad antes de ser vencidos por la debilidad del amor; porque una larga relación como la de ellos es una cuestión de amor.
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