Querida Mariana: ¿ya viste cuántos objetos hay en el mundo? Estamos rodeados de chunches. Los coleccionistas son compradores compulsivos. En mis años de estudiante de secundaria formé parte del grupo de filatelia que tenía el maestro Artemio Torres. Ah, era muy emocionante entrar a su casa, donde en una mesa desplegaba cientos de sellos postales de todo el mundo. No recuerdo cómo era la dinámica de reparto, sólo recuerdo que al final de la sesión salíamos con un bonche de timbres para colocarlos en los álbumes especiales. El sello exigía un pedacito de papel con pegamento que servía para pegar los sellos, así no se deterioraban. Una vez conocí un compa que se asumía como coleccionista de sellos y los pegaba con resistol, con lo que demostraba ser un ignorante y le restaba valor económico a su colección.
El otro día vi un documental filmado en la Ciudad de México donde entrevistaron a coleccionistas de monedas, billetes, sellos postales, tenis, discos de vinilo y, nunca lo hubiera imaginado, ¡boletos del metro!
Con esa lógica podríamos decir que todo objeto es coleccionable. Sí, los millonarios coleccionan autos antiguos y piezas artísticas.
Yo digo que hay dos clases de objetos: los que son necesarios para la vida diaria y los que provocan placer. Claro, los coleccionistas poseen la gracia de hallar placer en el chunche menos placentero. Imaginá el placer que encuentra el coleccionista de chunches usados para tortura. Hay de todo en la Viña del Señor.
Quiero determinar qué tanto un objeto provoca placer. Cuando alguien está muy cansado obtiene placer al sentarse, bien sea el asiento una silla cómoda o una piedra en el camino. Pero si a un niño le damos a elegir entre una pelota o una silla, por supuesto que elegirá la pelota, porque este chunche está diseñado para causar placer, placer inmenso. La silla fue inventada para descanso, por el contrario, la pelota está diseñada para el juego y a todo mundo le gusta jugar. Los naipes de una baraja fueron pensados para propiciar el juego, la diversión.
¿Los discos? Para disfrute, para el gozo. ¿Los instrumentos musicales? Para lo mismo, aunque existe un cuento de David Venegas que muestra cómo una mujer emplea una trompeta para torturar a sus amantes. Sus métodos de tortura son tan sutiles que abarcan un abanico de terror indescriptible.
Ahora que mencioné terror pensé en las películas tipo El exorcista, que basan su éxito en el manejo de las formas más oscuras, donde la diversión está en relación directa con el sufrimiento, mientras más sufre el espectador más disfrute obtiene, es lo que llaman masoquismo.
Hay objetos para todos los gustos. Hay gente que encuentra placer en los discos o en las películas, otras personas son felices jugando con una pelota, llámese golf, o voleibol, o básquet, o fútbol (soccer o americano), o béisbol. De niño fui feliz jugando canicas. Me encantaba sentir la adrenalina en la cancha de la Matías a la hora que aventaba la canica en intento de tirar la timbirimba (pirámide con cuatro canicas que levantaba el “dueño del changarro”). Era un juego sin complicaciones, sin peligro real, por eso me encantaba. No importaba que yo no le atinara a la timbirimba, no importaba que yo perdiera todas “mis lecheras”, la felicidad de colocar la canica en el índice y pulgar y empujarla con éste, me provocaba una sensación de aire sin exprimir.
Ni me preguntés. Desde los cinco o seis años convertí a las revistas en mis chunches consentidos; ya luego, a la edad de once, más o menos, le entré con todo a los libros. Ya dije, en serio, que si me das a elegir entre un reloj de cien mil pesos y tres o cuatro libros elijo el reloj, porque lo vendo y con el dinero puedo comprar, fácil, una docena de libros.
Posdata: hay miles de chunches en el mundo. Todos son coleccionables. No me sorprendería hallar historias de coleccionistas de rasuradoras, de dildos, de jícaras para pozol, de amigos, de amantes, de cortadores de uñas, de nubes, de ríos, de calzoncillos, de pantaletas, de toallas sanitarias, de álbumes de fotografías, de postales, de libros.
¿De libros? Sí, los grandes lectores son coleccionistas de libros. Los más apasionados poseen primeras ediciones, libros antiguos, ediciones únicas, ejemplares autografiados por sus autores; los modestos tienen decenas en un librero de madera de pino, con libros que ya leyeron. ¿Por qué no los desechan si ya fueron leídos? ¡Jamás! Los atesoran como algo muy querido, como algo insustituible. Los lectores aman los libros, por encima de todas las cosas.
¡Tzatz Comitán!
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