Querida Mariana: hoy fue un día luminoso. Me levanté (como siempre) muy temprano, oré, luego hice taichí de viejito y me bañé. A la hora de tomar mi frutita pensé en lo que dijo Claudia el otro día: la vida no es más que instantes y cada uno de éstos debe vivirse con una mirada única, especial, como si fuera esta mirada de calzada que hoy te mando.
Este espacio lo camino, lo vivo, lo bebo, de lunes a sábado en el plantel Los Sabinos, en la Universidad Mariano N. Ruiz.
A la hora que camino por ahí no hay más presencia humana, sólo el verde de los árboles, el azul del cielo, el blanco de las nubes, la burbuja del aire y el vuelo de decenas de pájaros. No hay más sonido que el murmullo de mis pasos, el viento y el rumor lejano de los autos que, veloces, transitan en la avenida que está en un extremo. El aroma limpio de la vida me abraza.
Por eso, porque sólo yo camino por ahí juego a imaginar. Imagino que soy un auto y sigo la trilla de otros autos que por ahí pasan; imagino que soy un monje que camina en el corredor de un monasterio, coloco mis manos adentro de las mangas del hábito y medito; imagino que levito (una vez soñé que avanzaba en un sendero impulsándome y moviendo mis pies en el aire); imagino que estos árboles son personas que hacen una valla; imagino que el montículo que se ve al fondo es un túmulo de lingotes de oro (cuando llego, siempre, como en clásica fábula, el oro se convierte en carbón y yo me retiro de inmediato porque debo regresar a mi oficina y no quiero estar todo tiznado).
Dije que cada instante debe vivirse con mirada de calzada y te mando copia de esta imagen para que me digás si estás de acuerdo con lo que digo.
Vos, que sos inteligente, ya advertiste que los instantes luminosos tienen mil miradas, todas éstas son inolvidables, como gránulos mágicos. Y cuando la vida se llena de estas esencias todo adquiere sentido.
Desde que Claudia me dijo lo del instante he estado muy pendiente de lo que vivo. El otro día fui al parque central y viví una mirada de parque. Ya tengo mi espacio favorito, es el que está en una lateral de la fuente. Mirás que en una lateral está el espacio donde la gente se reúne para comer antojitos: tamalitos de bola, panes compuestos, chalupas, tortas, arroz con leche, atol de granillo, pozol. Mi espacio favorito es el opuesto, el que está contra esquina del banco BBVA. He visto muchas personas que también lo tienen como su consentido. Está muy arbolado. En medio de dos andadores hay un enorme arriate con árboles. La gente se sienta ahí y disfruta la sombra. Es un espacio prodigioso porque a poca distancia está la calle y el tráfico ahí es permanente, no obstante, “esa calzada” es como una burbuja que protege del tráfago de la calle. Es maravilloso ver cómo basta dar un paso para dejar atrás el rebumbio de los autos y entrar a un espacio donde el tiempo adquiere otra tonalidad.
Lo mismo me sucede en la calzada de la universidad. En las aulas y patios se concentra el mar de sonidos, las pláticas, sonrisas, gritos y carreras. En “mi” calzada todo es armonía, todo camina de puntillas.
Hay miradas de película (una escena inolvidable de alguna cinta); hay miradas de niñas bonitas (una donde ella va de la mano de su mamá, con trencitas que recientemente le hizo su mamá); miradas de cielo (el vuelo de un gavilancillo detenido en el aire); miradas de comida (una quesadilla con salsa verde); miradas de abrazo (el que da la mamá al hijo que baja del autobús proveniente de una ciudad lejana).
Posdata: hoy fue un día luminoso. Hice todo lo que hago en las mañanas y antes de entrar a la oficina caminé por la calzada de árboles, porque debía guardar en mi espíritu esta mirada de calzada. Ahora te la mando hasta donde estás (regresá ya, pucha, si hace dos días terminó tu curso), te la mando para desear que tu día esté lleno de instantes luminosos, lleno de miradas de calzadas proverbiales.
¡Tzatz Comitán!
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