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CARTA A MARIANA, CON MIRADAS / ARENILLA

CARTA A MARIANA, CON MIRADAS / ARENILLA
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Querida Mariana: para los videntes todo llega a través de los ojos. Uso el término no como la persona que hace predicciones, sino como cualquier persona que tiene la capacidad de vista. Nuestro idioma es simpático, travieso. Si digo oyente nadie se confunde, todo mundo sabe que me refiero al que escucha. Pero si uso la palabra vidente la gente dudará, porque algunos pueden pensar que me refiero a los que adivinan. Si uso la palabra hablante tampoco hay confusión. ¿Por qué el diccionario emplea la palabra vidente tanto para el que ve como para el que adivina? No lo sé. No soy vidente de adivinación, soy un simple vidente de la vida diaria.
No es cierto lo que dije, para los videntes no todo llega a través de los ojos, también hacemos uso de los demás sentidos, como los ciegos. Los invidentes carecen del sentido de la vista, pero agudizan los demás sentidos. Cuando conduzco mi tsurito, a veces escucho el sonido de una ambulancia. No puedo verla, pero sí la escucho, sé que en alguna calle aledaña va una ambulancia que exige el paso para llegar pronto con el herido. No veo, pero escucho.
A veces pienso qué tanto de lo que escucho me define, qué tanto de lo que veo, de lo que huelo, de lo que palpo, de lo que degusto. Me defino como vidente, como husmeador. Mucho de lo que pepeno es a través de mi mirada. ¿Vos? Las cocineras comitecas, quienes tienen bien aguzado el sentido del olfato, del gusto y del tacto reconocen que un plato bien servido, que enamora a la vista, es esencial para la experiencia culinaria.
Mis mayores experiencias han provenido de la mirada. La lectura y el cine han sido dos de mis grandes pasiones, entiendo que estas disciplinas artísticas privilegian la vista. Soy, así me defino, como un vidente profesional. A veces, dicen los amigos, veo de más. Bueno, los comitecos también escuchan de más.
Bendigo a los dioses por el don de la vista. Basta abrir los ojos en la madrugada para saber que poseo un don inefable. Como todos los prodigios de la naturaleza me resulta imposible explicar la maravilla del cuerpo humano, una de las ramas que soportan mi árbol es la mirada. Más que los sonidos recuerdo escenas de películas especiales; tal vez el instante donde el sonido superó a la imagen es la escena de Casablanca donde el negro al piano interpreta la canción que ahora tarareo. Tarara rarará, pero de ahí en adelante, las imágenes son las que más me impactan. Vos sabés que me encanta dibujar (aunque no soy el gran dibujante), me encanta dibujar animales y, sobre todo, cuerpos femeninos. Todos los días, gracias a mi capacidad de vidente, pepeno imágenes.
Tengo amigos que son melómanos de hueso colorado, el sentido del oído es el que les aporta grandes instantes; ¿recordás al personaje de la novela “El perfume”? El compa poseía un sentido del olfato muy desarrollado. Mi compa Arturo, en plan de broma, dice que como es ciego debe leer en braille el cuerpo de sus muchachas. Arturo privilegia el sentido del tacto.
Entiendo que la persona sabia es la que aprende a usar sus sentidos al máximo. Yo cojeo en varios de ellos. He dedicado mi vida a aprender a ver, a ver cine, a ver cuadros, a ver paisajes, a ver calles, edificios, hombres viejos, niños. Mi mirada ha sido la atarraya con la que pesco la luz.
Soy un vidente. Nada adivino. Empleo el término como definición de poseer la capacidad para ver, para observar. A veces (muchas) logro tocar con mi mirada; a veces logro escuchar los pasos de quien camina a lo lejos, sólo con verlo; a veces puedo oler el aroma del viento con sólo pararme encima de una piedra en el campo. Mi mirada me acompaña desde siempre. Abro los ojos en la madrugada y ahí están como fieles perros husmeadores.
Posdata: el sabio dijo: “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”, yo sé que muevo el mundo gracias a lo que ven mis ojos. Hay tanto por ver en tantas partes. Mi vista rebosa en Comitán, hay tanto por pepenar. Me encanta cerrar los ojos tantito y luego abrirlos, como si en una pared se abriera una ventana a un espacio nunca visto.
¡Tzatz Comitán!

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