Querida Mariana: en mi infancia los adultos repetían a cada rato que “juego de manos es de villanos”. Nunca entendí el sentido. Lo decían cuando veían a niños jugando luchitas. Mis papás me sugerían que no jugara juego de manos. ¿Y entonces, qué debía jugar?
Ahora viejo, sigo sin entender el sentido de la frase. ¿Juego de manos es de villanos? No lo sé.
Las manos me parecen sensacionales extremidades del cuerpo. Yo, todas las mañanas, bendigo cada parte de mi cuerpo (¡todas, mi niña), porque no debo olvidar el prodigio de los cuerpos humanos. A veces veo a bebés y observo que mueven sus piecitos, sus piernitas, pero no tienen la suficiente capacidad de sostenerse de pie. El aprender a caminar es todo un proceso. He visto documentales donde nacen cervatillos y en cuanto “caen” al suelo, trastabillan y minutos después ya dan saltos por todo el bosque. Los seres humanos la tienen más difícil. Pero, no sucede lo mismo con las manos. La imagen más hermosa que he visto es la de un bebé que, como gatito, sube sus manitas y se cubre la cara. La boca del bebé, como pececito, rápido encuentra la teta de la mamá y se alimenta. Es un movimiento instintivo. De igual manera, el bebé, como monito, coge el dedo del papá y no lo suelta. Los bebés chupan y cogen objetos con las manos en forma instintiva, lo que cuesta un poco más es el acto de caminar, de sostenerse parados, por esto hay aplausos cuando el bebé comienza a andar por la sala de la casa sin ayuda.
¿Por qué no aplaudimos cuando el bebé se pega de la teta por primera vez? ¿Por qué no aplaudimos cuando aplica la capacidad prensil de la mano? A cada rato, los expertos motivacionales nos repiten eso de que no importa cuántas veces caemos, la importancia está en saber levantarnos. Sé que esto lo dicen en forma metafórica, porque de las cosas más amables de mi vida fueron las veces que caí en el campo y me quedé botado sintiendo la humedad del pasto, la sombra del árbol, el rumor de los grillos.
A mí me gustan los juegos de manos, los que no son de villanos. Con las manos he aprendido a acariciar, a tomar una tortilla, a modelar plastilina, a dibujar con un lápiz, a recorrer (en homenaje a Cortázar) los labios de chicas bonitas, a escribir sobre el teclado de una computadora, a jugar canicas, a rascarme la nariz y los huevitos, a masturbarme, a lanzar monedas al aire a la hora de echar volados, a abrir ventanas, a cerrar puertas, a sembrar arbolitos, a cortar un durazno, a peinarme, a meterlas en el agua limpia, a sacarlas en la ventanilla de un auto y sentir el fuetazo sublime del viento. Pero, sobre todo, me conocés, mi niña amada, las manos me han servido para llevar libros de un lado a otro, para abrirlos y poderlos disfrutar. El instante en que mi mano se alarga y toma un libro del estante es uno de los más sublimes.
Siempre hay un instante previo, un instante donde la mano se extiende como serpiente para realizar una acción, ese instante es prodigioso. Salvo una vez en que extendí la mano para tomar una tortilla del comal y mi sentido de distancia me hizo la mala jugada de quemarme con la superficie, salvo en esa ocasión todos los demás instantes han sido felices, porque son como puertas para cumplir deseos.
Me encanta subir a autobuses, trenes o aviones (sólo he estado en barco en una ocasión, en un viaje de Mazatlán a La Paz, Baja California) y ver a alguien que saca un libro de la mochila, lo abre y lo lee. Cuando mete la mano en la mochila hago apuestas sobre qué objeto sacará, a veces es un paquete de galletas, a veces una libreta de apuntes o una tableta electrónica, pero en ocasiones, la mano que entra a esa matriz oscura y cálida saca un libro y yo sonrío. No sé por qué las manos con libros me provocan placer. Las manos cogen mil objetos, pero uno de los más bellos objetos es un libro impreso, dar vuelta a una hoja con el dedo índice es uno de los movimientos más intensos que puedo presenciar. Los lectores, los buenos lectores, tratan a los libros como si fueran sus parejas en un acto amoroso. Cuando alguien subraya con un marcador o hace anotaciones al margen o dobla la hoja para señalar que ahí dejó la lectura realiza un acto que prueba la bendición de poseer manos.
Posdata: cada mañana agradezco la bendición de mis manos, con ellas puedo prender la computadora y escribir sobre el teclado la carta que luego llega a tus manos, porque vos oís el sonido de un mensaje en tu celular y el corazón te dice que es mi carta del día y miro que tu cara se ilumina como si tu amado la acariciara, como si tocara tu boca, en permanente homenaje a Cortázar.
¡Tzatz Comitán!
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