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Capitalismo sin adjetivos / A Estribor

Capitalismo sin adjetivos / A Estribor
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Juan Carlos Cal y Mayor

Durante décadas en occidente, la democracia liberal se presentó como el modelo político inevitable, el destino natural al que todo país debía aspirar. El fin de la Guerra Fría pareció confirmarlo: caía el muro de Berlín, se desmoronaban los regímenes socialistas y el capitalismo democrático se alzaba como la fórmula del éxito. Pero la historia se ha empeñado en desmentir las recetas universales.

La democracia como modelo occidental

La democracia moderna —la de elecciones libres, división de poderes y respeto a las libertades individuales— es un fruto genuino de la cultura política occidental. Nació en Atenas, maduró en la Ilustración y floreció con las revoluciones liberales. Sin embargo, su expansión global no ha sido orgánica, sino forzada muchas veces bajo el disfraz de derechos humanos, desarrollo o paz mundial.

Fuera de Occidente, la democracia ha tenido resultados ambiguos. En África, las elecciones formales conviven con caudillismos, corrupción o dictaduras militares. En América Latina, el voto popular ha sido cooptado por populismos, clientelismos y simulaciones. En Medio Oriente, las democracias son excepción y rara vez estables. Y en Asia, potencias como China o Singapur muestran que la modernización económica puede avanzar sin democracia liberal, desafiando los dogmas del pensamiento occidental.

¿El socialismo democrático? Un callejón sin salida

Durante el siglo XX, Europa intentó otra vía: la socialdemocracia, un sistema que combinaba capitalismo regulado con políticas de bienestar social. Funcionó mientras las economías crecían y el Estado podía sostener el gasto. Pero en cuanto la demografía envejeció y la deuda pública se disparó, el modelo mostró su agotamiento. Hoy, las democracias europeas luchan por no hundirse en la crisis fiscal, la inmigración descontrolada y el desgaste de su propio sistema de libertades.

En América Latina, el “socialismo democrático” se convirtió en una farsa populista: subsidios clientelares, gasto desbordado, confiscación de empresas y asfixia al sector productivo. De Venezuela a Argentina, los resultados quedaron a la vista.

Capitalismo democrático… o no, pero siempre capitalismo

En contraste, los países que han generado desarrollo sostenido lo han hecho bajo un modelo capitalista, democrático o autoritario, pero capitalista al fin. Singapur, Corea del Sur, Taiwán o China tienen historias distintas, pero una coincidencia: la apertura económica, la inversión productiva y la disciplina fiscal. La democracia fue un añadido (o no), pero nunca el factor determinante del desarrollo.

El capitalismo —con sus defectos, desigualdades y crisis— ha demostrado ser la única fórmula capaz de generar riqueza, innovación y movilidad social a gran escala. La democracia, en cambio, ha oscilado entre la garantía de libertades y la puerta de entrada al populismo.

¿Y entonces? ¿Es la democracia un lujo occidental?

La gran pregunta que sigue en el aire es si la democracia liberal es un valor universal o simplemente un traje hecho a la medida de ciertas sociedades. ¿Debe imponerse como un estándar global, o respetarse como una opción cultural y política más?

Porque si el socialismo democrático fracasa, y el capitalismo genera desarrollo con o sin democracia, entonces quizá estamos ante un nuevo paradigma: la legitimidad no proviene solo de las urnas, sino de la capacidad de un sistema para generar bienestar, orden y futuro.

Ese —el capitalismo sin adjetivos— parece ser, al menos hasta ahora, el camino real hacia la prosperidad.

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