Sr. López
Por esas cosas de la exageradamente larga vida de los antecesores de este menda, de niño y aún de adolescente, oyó jirones de historias de pleno siglo XIX vividas por ellos. Tía Rosita quien murió a sus confesados 117 años, aunque todos los viejos sabían que se quitaba edad, contaba de la invasión yanqui de 1846, que los “soldados ‘americanos’ eran muchachos muy decentes”; tío Fernando, de la invasión francesa de 1861 y el imperio de Maximiliano, repetía anécdotas de la improvisada “aristocracia pulquera mexicana”, que le parecía cómica, era.
Fue por boca del abuelo Armando que este tecladista tuvo noticias del porfiriato, vivido por él en primera persona, en paz como cadete del Colegio Militar y en guerra como capitán de artillería a las órdenes del general Felipe Ángeles, en el ejército federal cuando inició la Revolución Mexicana.
El abuelo hablaba poco y cuando las ancianas alababan con añoranza a don Porfirio, él se iba a su estudio. Una vez, yendo con él por la calle, se paró ante un hospital del IMSS y dijo: -Mira hijito, mira, eso no hicimos por la gente… los pelados tenían razón –en su idioma eso era canonizar la Revolución sin nostalgia por los privilegios perdidos por siempre y en buena hora.
En el México del siglo XIX, antes de que don Porfirio se hiciera con el poder y asumiera la presidencia, eran azote la leva, las rebeliones, pronunciamientos, levantamientos y guerrillas, pero lo peor era el bandolerismo que asolaba a casi todo el territorio. No parecía tener remedio el estado de cosas. Nadie había podido pacificar al país ni acabar con la inseguridad endémica. Díaz consiguió ambas cosas a su estilo, zorruno y cazurro en política, y violentísimo para imponer el orden. Él lo aceptó en la entrevista a James Creelman, de la revista británica Pearson Magazine, que en México publicó El Imparcial, el 3 de marzo de 1908:
“Éramos duros. Algunas veces, hasta la crueldad. Pero todo eso era necesario para la vida y el progreso de la nación. Si hubo crueldad, los resultados la han justificado con creces. Fue mejor derramar un poco de sangre, para que mucha sangre se salvara. La que se derramó era sangre mala; la que se salvó, buena. La paz era necesaria, aun cuando fuese una paz forzada, para que la nación tuviera tiempo de pensar y actuar”.
No hubo estado de Derecho que valiera para los probables delincuentes. Se puede suponer que no pocos inocentes murieron o fueron enchiquerados en prisiones inmundas, sí, seguro… ¿y?… sí, perdone la atrocidad pero los hombres de Estado, los nacidos para el poder, saben que la pulcra aplicación de la ley preserva la convivencia de la sociedad y permite el desarrollo, pero distinguen cuando son necesarias medidas extraordinarias para atajar peligros a la nación entera. Churchill decía (no es cita), que quien no pudiera cargar eso en sus espaldas, cambiara de oficio. Terrible. Cierto.
Ahora hay un escándalo mundial de organizaciones defensoras de los derechos humanos y en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, por las medidas extremas y crueles impuestas por el presidente del Salvador, Nayib Bukele, para combatir el pandillerismo que tanto daño ha hecho a la gente y a su país.
Su Congreso aprobó el estado de excepción por un mes; suspendieron la libertad de asociación, el derecho de defensa (!) y la inviolabilidad de la correspondencia, después de que en un fin de semana hubo 80 asesinatos (en México nuestro promedio DIARIO es de 98, por cierto).
En una semana detuvieron cerca de seis mil maras salvatruchas y en las prisiones se han dispuesto condiciones durísimas a los presos, como el encierro absoluto sin salir ni un minuto, solo dos comidas al día (sin carne), quitarles las colchonetas para dormir, suspensión de todo contacto con el exterior (tapiaron las ventanas para que no se comuniquen por señas con nadie), y mezclaron a los integrantes de bandas rivales, hacinándolos en celdas infames: si se matan o no, es su decisión. Y los jefes de las pandillas están encerrados en solitario, sin un rayo de luz.
Ante las críticas, Bukele ha respondido en conferencias públicas: -Se los regalamos, vengan por ellos, pobrecitos –y obviamente nadie ha pedido su lote de maras para cuidarlos con primores de monjita del Verbo Encarnado.
¿Está proponiendo este su texto servidor semejante cosa para México?… no, no precisamente, pero a grandes males, grandes remedios.
La política de dar a la delincuencia organizada cariñito azucarado (abrazos), y no imponer el imperio de la ley a toda costa (balazos), en lo que va de la presente administración, de diciembre de 2018 a marzo de este año, nos ha llevado a 115,200 asesinatos, 2,953 por mes… y por favor, por favorcito tome nota de que aparte están 56 mil asesinatos ‘culposos’, pendientes de aclarar que tan ‘culposos’, no vaya a resultar también dolosos buena parte de esos. México vive una carnicería en medio de un innegable imperio del delito. Lo demás que se diga son cuentos.
Buenas razones debe haber para no suspender de derechos civiles a los integrantes de la delincuencia organizada, pero se antoja que primero se aseguren los derechos de las víctimas y luego se revisen los de los asesinos, secuestradores, violadores, extorsionadores… ya después, no hay prisa.
En algunas dinastías de la antigua China se confiscaban todos los bienes de las familias que no denunciaran a sus miembros que cometieran algún delito (y les quitaban el apellido, otro día le cuento). Conseguían así que todos denunciaran antes que perderlo todo (y si denunciaban en falso, los decapitaban, ¡áchis!). ¿Había bandas de criminales?… no que se sepa.
Y ya podrían nuestras autoridades darse una vueltecita por Japón, cuyo régimen penitenciario se considera el más duro entre los países que no torturan ni golpean reos. Los manejan con disciplina militar y reciben agobiadoras sesiones de educación cívica.
O lo que sea, pero que se haga algo para que los delincuentes vuelvan a temer a la ley y ya dejar de necear en el Mejoral para el cáncer.