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Calabaza / La Feria

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Sr. López 

Tía Lucha contaba que el día más feliz de su vida fue aquél en que al despertar, recordó que a la una de la tarde firmaba su divorcio. Y sí, hizo fiesta. Para los niños hubo piñatas. 

Ayer domingo, cumplió 41 meses la presente administración federal. Le quedan 29. De los meses restantes, los últimos cuatro (de junio a septiembre), casi se pueden descontar pues ya habrá Presidente electo (el cambio de poder es el 1 de octubre de 2024). 

Dada la personalidad del actual Presidente, es de suponer que hará un gran final, como otros presidentes, que se enfrascaron en un delirio de giras, emisión de decretos, órdenes y declaraciones, aferrados a exprimir hasta la última gota al poder. Sí, pero el país entero y la clase política en especial, por intenso que sea el furor del Ejecutivo saliente, llevan la cuenta regresiva…. el otro llega, se repite el renacer de la esperanza de la gente. 

Al inicio de un gobierno, los seis años del periodo se sienten eternos pero de repente, parece que el tiempo vuela y pronto ya se está preparando la entrega a los que van a sustituirlo. Sí, hay tiempo para todo, tiempo de plantar y tiempo de arrancar, tiempo de nacer y de morir. Es la vida. 

Este gobierno federal como pocos, tal vez como ningún otro, se ha concentrado en la figura presidencial, por la personalidad del Presidente y por el sabor de acto heroico que ante la masa revistió su victoria electoral en 2018, contra todo, contra todos, contra toda esperanza y por lo arrollador que fue su triunfo, cuantitativamente el más holgado en la historia reciente del país; y todos los que votaron por él explotaron en el júbilo propio de quienes se sabían parte de tal gesta… pero llegó el tiempo de gobernar, de hacer realidad lo que fueron lustros de críticas siendo oposición y de aplicar las simples, demasiado simples, sospechosamente simples soluciones que para todo ofreció siendo candidato. Y los resultados no llegaron, la enormidad irresponsable de sus promesas era imposible de cumplirse: transformar al país, la revolución de las conciencias, moralización de la vida privada de todos, pacificación en seis meses, bienestar general, desaparición inmediata de la corrupción. Ni Superman. Así y todo, igual se dice que el Presidente mantiene un 60% de popularidad; puede ser, pero son indudables las bajas, cada vez más bajas calificaciones del desempeño de su administración. 

La constante presencia en los medios de comunicación, el torbellino de adulación y sacralización de la autobiografía que a diario escribe y pregona el Presidente en persona sobre su persona, ya pasan la factura a cobro. 

Siempre es así, parece que el mexicano es una acémila que cualquiera doma y no, se sabe librado a sus propias fuerzas, es indiferente y sabe esperar: si las cosas salen bien, por bien servido se da; si las cosas salen mal, nunca olvida. 

Por eso es tan amargo ser expresidente de este país: porque de un momento a otro se pasa del poder total a la impotencia absoluta y porque ser expresidente es vivir esperando el fin de sus días en un estado permanente de ingratitud pública, para ellos inexplicable. 

Los que recordamos presidentes de los años 50 del siglo pasado para acá, bien lo sabemos: cada Presidente era un dios, pero un dios menguante y todos pasan al olvido en el mejor caso (Ruiz Cortines, López Mateos, Zedillo), a la picota del vituperio público (Echeverría, López Portillo, Salinas), o al basurero de la historia (Díaz Ordaz, Peña Nieto). 

Justo o no, así es el impío juicio de la masa para la que solo vale la presunción de culpabilidad pues se les da tanto poder a nuestros presidentes que no se encuentran atenuantes a sus yerros, omisiones, fracasos o abusos. Este Presidente no tiene por qué ser la excepción, no ha sido la excepción en nada al personificar la resurrección del rancio PRI del echeverriato, que para su buena suerte, la juventud de ahora no recuerda. 

Ya hubo un primer toque de atención cuando en las elecciones de 2021, su no-partido, su movimiento inerte, Morena, perdió 4.2 millones de votos y 53 diputados federales, mientras la oposición sumada, consiguió 1.9 millones de votos más que Morena y sus rémoras. Ganó 9 gobiernos estatales, sí, pero otra victoria así será irreparable: retrocedió, sin trapitos tibios, retrocedió y pasó a ser minoría electoral. 

El segundo trompetazo de atención fue este año, el 10 de abril, cuando la Consulta de Revocación de mandato, promovida muy amplia y a veces ilegalmente, como de renovación del mandato, solo convocó al 17% a las urnas; el 83% del electorado se abstuvo, fue refractario al entusiasmo con que se les invitó a refrendar su lealtad y confianza en el guía de la nación. 

Y se acumulan los tropiezos y contratiempos: la ONU el 12 de abril emitió para este gobierno 85 recomendaciones por el alarmante incremento en las desapariciones y la casi absoluta impunidad; luego, el 17 de abril la Cámara de Diputados desechó su iniciativa de reforma constitucional al sector eléctrico; los que dicen que saben, afirman que es la primera vez en la historia que no pasa una iniciativa presidencial de reforma a la Constitución. Tal vez. Pero aunque no fuera así, fue una derrota hija de una confianza inexplicable en que la oposición cedería. No, no se doblaron. 

Acostumbrado a subir la apuesta, ahora va por otra reforma constitucional, esta, a las leyes electorales que no solamente es de muy discutibles bondades, sino imposible que aprueben los partidos opositores y algunos de su asociados, porque sería su suicidio político. Se van a seguir creciendo sus opositores, ya le perdieron el miedo. 

Hay quien explica que esta nueva iniciativa que será desechada también, la presenta por su retorcido colmillo electoral para poder desacreditar las elecciones del 2024… bueno, lo mejor es callar cuando se habla de política ficción; quien quiera que sea su sucesor no se va a inmolar voluntariamente en el altar de… de nada, a las doce de la noche del último de septiembre de ese año, la carroza se hace calabaza.

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