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Bala perdida. Sociedad ídem. / Galimatías

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Ernesto Gómez Pananá

México vive, desde el sexenio de Felipe Calderón, en medio de una espiral de violencia que pareciera estar fuera de control: las historias de terror se suceden cada vez con mayor frecuencia, con más crudeza y cada vez más cerca.

Vivimos en una especie de “normalización” de la violencia en la que los hechos que podían asombrarnos -y dolernos- hoy, son exponencialmente más fuertes que los que nos asombraban hace 25 años.

Pienso particularmente en el asesinato -decir fallecimiento creo es insuficiente- de Aideé, alumna del CCH Oriente, mientras tomaba su clase de matemáticas y una “bala perdida” le atravesó el tórax quitándole la vida.

Me detengo un instante para retomar la expresión “bala perdida” pues esta  no es sino un irónico eufemismo. Ojalá y la bala fuese perdida, pero no es así. La bala apareció, quedó dentro del cuerpo de una jovencita quitándole la vida. Los que si están “perdidos” son el arma y la persona que disparó. Ojalá esos si aparezcan y el culpable pague.

A los pocos días, leímos -y vimos las imágenes escalofriantes- sobre el atentado contra dos empresarios en pleno zócalo de Cuernavaca. Vimos cómo el asesino empuñaba la pistola en medio de una multitud, sin el menor reparo, como si aquello fuera la filmación de una película y el arma un juguete de utilería.

Y vaya que la realidad rebasa a la ficción, pues también por esos días, el equipo de actores y producción de una campaña de publicidad para una cervecera fue asaltado y despojado de su equipo de grabación en Azcapotzalco. Como en una película.

Omito los casos de Minatitlán o Puente de Ixtla, porque si bien dolorosos, son historias ya -dolorosamente- conocidas en su tipología.

El tema ya lo abordé en un par de ocasiones en Galimatías: la violencia está cambiando y hoy, como sociedad, somos mucho más violentos de lo que éramos el siglo pasado, y “los violentos” no son seres venidos de otro planeta, no viven en otra ciudad o en otro barrio distinto al nuestro. La violencia ha ganado terreno y se ha normalizado. Hace algunos años, los cuernos de chivo podían ser cosa habitual en las montañas de Sinaloa o en algunas zonas de Michoacán. Hoy, los asaltos a mano armada son cosa de todos los días y a todas horas en el Estado de México; en Tuxtla podemos enterarnos de una mujer a la que, por discrepancias financieras su marido enterró viva; o el caso de Villa Nicolás Romero, donde en febrero de este año un adolescente de 13 años murió a causa de un disparo efectuado por un compañero. La violencia va en ascenso y dolorosamente está en nosotros. Detenerla, y drenarnos de ella tomará generaciones. Podrá sonar utópico, pero urge iniciar un proceso de educación para la paz. Sin paz no tendremos futuro.

Oximoronas. Mi -respetuosa- recomendación de la semana, “La fosa de agua”, de Lydiette Carrión, por editorial Debate. Una desgarradora y sensible crónica de las historias de adolescentes desaparecidas en el Estado de México en los últimos 30 años.

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