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Bajarse del macho / La Feria

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Sr. López

 

En la familia paterno autleca de este López había un principio universal, nadie se metía en asuntos de matrimonios, “cada quien su vida” decían al saber de algún desfiguro o “solo el cucharón sabe qué hay en el fondo de la cazuela”, al enterarse de alguna bronca de más decibeles de los normalmente aceptados. Sin embargo, decía la abuela Elena, había una excepción: -En la familia nunca hubo esposas golpeadas, había viudas y dejadas, eso sí –y sonreía entrecerrando sus ojazos verdes.

 

¿A usted le cae bien el tal Nicolás Maduro, presidente de Venezuela?… al del teclado tampoco. Si no fuera real, ese tipo sería cómico (malo, de morirse de hambre)… pero es real, ha costado vidas y es un gañán insoportablemente tonto, chocante, burdo, inculto, cínico, bajo, vil, zafio, ruin y deshonesto. Eso y lo que se le ocurra, pero la postura del actual gobierno federal mexicano, respecto de los esperpénticos hechos sucedidos en Venezuela, es correcta, no andemos de metiches… bueno, con sus asegunes.

 

Defender el rechazo a desconocer al gobierno actual de Venezuela invocando lo mandado en el artículo 89, fracción X de nuestra Constitución, es un poquitín discutible, pues aunque ordena que el Presidente se sujete, entre otros, a los principios normativos de la autodeterminación de los pueblos (copiado de la Constitución yanqui) y la no intervención, también es cierto que los tratados que México ha firmado (por ejemplo la Carta de las Naciones Unidas), prevén la intervención, bajo determinadas condiciones, y eso tiene la misma fuerza legal que nuestra sacra Constitución. Y encima, el párrafo cuarto de la Carta de la OEA, firmada por México desde 1948, plantea que los países integrantes deben estar “dentro del marco de las instituciones democráticas, un régimen de libertad individual y de justicia social, fundado en el respeto de los derechos esenciales del hombre”. No nos hagamos tontos.

 

Invocar la “Doctrina Estrada” (de 1930), es algo “demodé”, en este mundo de ahora, globalizado en casi todo, aparte de que la dichosa doctrina se redactó más para oponerse al reconocimiento de nuestros gobiernos de parte de los yanquis que por ninguna altruista razón… y con trampa, porque lo que México estableció fue que no reconocía ni desconocía gobiernos, tuvieran el origen que tuvieran, pero  en lugar de desconocerlos, retiraba a sus embajadores; lo dice muy bonito:

 

“El gobierno mexicano sólo se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, sin calificar precipitadamente, ni a posteriori, el derecho de las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades”. O sea, lo mismo, sin decirles de cosas.

 

Clamar que ahora se honra nuestra tradición diplomática, la buena, la correcta, la que tantas satisfacciones y prestigio nos han dado en el mundo, es, lo menos, ingenuidad:

 

México reconoció al gobierno que resultó de la guerra civil en China (Mao)… y desconoció al que resultó del mismo método en España (Franco).

 

México reconoció a los gobiernos que se impusieron por la fuerza de las armas en Cuba (Castro), y Nicaragua (Ortega), pero no al de Chile (Pinochet). Dio respaldo y reconoció como fuerza beligerante a la guerrilla del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), en El Salvador, tachando de tirano al presidente José Napoleón Duarte (electo a lo derecho), país que sigue pagando el increíble precio de ese enfrentamiento (¡gracias México!).

 

México desconoció (retiró a sus diplomáticos), de Taiwán y sostuvo amigables relaciones con las dictaduras militares de Argentina (Videla, Viola, Galtieri y Bignone); Brasil (Branco, da Costa e Silva, Garrastazu Médici, Geisel y  Figueiredo); de Bolivia (Hugo Bánzer), Colombia (Gustavo Rojas); Panamá (Noriega); Paraguay (Stroessner); y más, pero falta espacio.

 

Nomás como de cerecita del pastel de diplomáticas heces tenochcas: al pestilente Fulgencio Batista (al que luego derrocó Castro), nuestro gobierno lo recibió como “huésped distinguido” una vez en 1939 y dos en 1945 (con homenaje multitudinario en el Zócalo, aunque, don Adolfo Ruiz Cortines, en privado, lo llamaba “tiranuelo”… pero reconocido, con embajador nuestro pues, para que no se enoje don Estrada). De asco.

 

En México nos creemos los paladines del respeto a las naciones y que nuestra diplomacia está tan limpia como un pañalito del Niño Jesús. De veras: nos encanta el cuento.

 

El rechazo a someter la legitimidad de un gobierno al reconocimiento de otros, está requetebien, pero nuestro gobierno tal vez debiera defender los derechos de los mexicanos en otros países, porque cuando Chávez expropió Cemex, se tuvieron que rascar con sus uñas y nuestros gobernantes se conformaron con refunfuñar y soltar declaraciones guangas.

 

Sería lindo que Maduro entregara el poder y se fuera al rancho ése tan famoso en Palenque, Chiapas. No será lindo si cae a empujones de los EUA, porque eso es lo que está detrás de todo el despelote, no que sea usurpador o dictador, que eso a los yanquis nunca les ha dado asquito. Lo que los purga es que Chávez primero y hoy Maduro, juegan a que no dependen de ellos y eso con su inmensa importancia petrolera, es lo que les molesta más que urticaria en el extremo inferior de su sistema digestivo.

 

Los repetidos triunfos de Chávez y las masas que salen a apoyar a Maduro no aparecen del éter. Venezuela tiene su historia. Nada justifica las barbaridades de Maduro, pero habría que pensar por qué tanta gente se echa a la calle a apoyarlo (tanta como los que claman porque se largue). Venezuela tiene su historia.

 

Y ahora de remate, el apoyo de Putin a Maduro va a complicar este asunto. Quisiera el Dios en que cada quien crea, que tuviera un arranque de decencia el descarado barbaján que hundió a Venezuela, pero no es lo previsible, lo que hace más peligrosa la situación: el tío Sam no es escrupuloso.

 

Hay última esperanza (y es posible): que por su bien y el de los venezolanos, nuestro Presidente lo convenza de bajarse del macho.

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