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Autoengaño / La Feria

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Sr. López

 

Tendría este menda unos doce años de haber arribado al planeta, cuando asistió con el traje de la escuela (el de los lunes -honores a la bandera-, de brinca charcos, con tres puestas: la del impresentable primo Pepe, la de su hermano mayor y la de su texto servidor… daba pena), a la boda de la tía Staura (nadie supo de dónde sacó el nombre su papá, pero le decíamos Rita). Ya con cartilla liberada, asistió en rumboso salón de hotel a la segunda boda de tía Rita (civilazo); a los 22 años, fue al gran fiestón de la tercera boda de tía Rita (muy elegante, heredó el del teclado todos los trajes del abuelo paterno, don Víctor, misma talla); a los 25 años, se recetó su texto servidor la cuarta boda de tía Rita; ya casado, recibió la invitación a la quinta boda de tía Rita (no asistió, mandó regalo); de la sexta a la novena bodas no asistió ni mandó regalo. Tía Rita, de las de Jalisco, de cara era más guapa que la Félix y de cuerpo estaba mejor que la Diana Cazadora (que ni se llama así), pero ya era choteo. Luego, como nadie de la familia iba a sus bodas, le dio por organizar fiestas de divorcio. Más divertidas…

 

Intencionalmente, escribe esta Feria el tecladista sin enterarse de nada sobre la celebración nacional (?) del primer aniversario de la elección de nuestro actual Presidente de la república.

 

Cualquier ciudadano con el suficiente número de décadas acumuladas sobre los lomos, recuerda las masas enfebrecidas que daban la “bienvenida” en el Zócalo de la capital del país -al regresar de sus viajes al extranjero-, al presidente Echeverría (aposentó sus sacras posaderas en La Silla de 1970 a 1976; el caballero vive, tiene 97 añitos y el Diablo ya está perdiendo la paciencia); de antes, recuerda uno las muchedumbres congregadas en la misma plaza para vitorear a otros, incluidos Gustavo Díaz Ordaz y Adolfo López Mateos (Día el Trabajo, Día del Informe, mínimo). También tiene uno fresquecito el recuerdo de la multitud que aclamó al presidente Fox el día de su victoria electoral. Ya Chole.

 

Si alguien sin nada menos inútil que hacer, editara las filmaciones de los gentíos que han ovacionado a presidentes de dulce, chile, manteca y verde (muchos del PRI, dos del PAN, otro del PRI, y este de Morena), concluiría que somos un pueblo de corta memoria, de entusiasmo excesivo o de personalidad múltiple.

 

Porque igual se podría hacer la edición de abucheos, marchas y manifestaciones, insultando a los mismos personajes.

 

¿Qué pasa?… ¡ah!, muy fácil (no apto para extranjeros): todas las masas que vitorean o vituperan a nuestros jefes de Estado y de Gobierno, son rentadas (no se escandalice, por favor, serénese).

 

Los acarreados son una industria mexicana única en el mundo y no necesita ni ser patentada, por ser imposible copiarla o exportarla.

 

Es industria si no está equivocado el Diccionario de la Real Academia, que define la palabra como “maña y destreza o artificio para hacer algo”; y no me va usted a negar que se requiere maña y destreza para congregar, organizar, transportar, coordinar, alimentar y pagar, a tantísima gente, aparte de dirigir concertadamente las aclamaciones que deberán gritar los circunstantes, que no raramente son decenas de miles); y artificio también es, definido en el mismo libraco de la Academia, como “arte, primor, ingenio o habilidad con que está hecho algo”; y tiene su arte y mucho ingenio; y hasta le aplica la cuarta acepción: “disimulo, cautela, doblez” (no cabe duda el diccionario está bien hecho).

 

Así somos en esta nuestra risueña patria, concebimos cosas muy productivas que a nadie se le podrían ocurrir y que si nos las quieren copiar, jamás les van a salir; un ejemplo (Ibargüengoitia ‘dixit’): inventamos el Volkswagen (sedán) de la comida: el taco de canasta… y somos tan según nuestro género (lo fino es poner “sui generis”), que solo en nuestra república la pobreza es una industria que produce comaladas sexenales de millonarios, y hasta las tragedias acaban siendo industrias, como la “industria del 68” que ha producido liderazgos (falsos con algunas raras excepciones), y carretadas de dinero para organizadores de marchas anuales de recuerdo, protesta y estropicios diversos; para ni mencionar la “industria del 85”, que fabricó un cúmulo de “organizaciones civiles”, liderazgos (guangos), y cuantiosos usufructuarios del todo ajenos a la catástrofe. Y por respeto a víctimas y deudos no se menciona otra penosísima industria muy nuestra: los secuestros (vergüenza nacional).

 

Ahora toca turno al actual gobierno. Sorprende que sorprenda a los medios de comunicación (aunque se entienda: de algo tienen que hablar, con algo tienen que rellenar el tiempo-aire, la plana de papel).

 

Estos que hoy están trepados no tenían por qué hacer las cosas de otro modo. No son noruegos: son mexicanos y gozan las cascadas de confeti que se mandan a echar ellos mismos, muy satisfechos de ver a las enfebrecidas multitudes que los homenajean y aclaman, con las consignas que ellos mismos redactaron. Es nuestro modo.

 

En México solo el fin de los gobiernos permite aquilatarlos (y a veces ni eso, porque también sucede que hay otra industria: la del vituperio, la maquila de innombrables).

 

Como sea: es muy cierto que nuestro actual Presidente cuenta con una popularidad incontestable; y es igual de cierto que es inútil el ejercicio de medir el índice de su celebridad y prestigio.

 

Para ponerlo en términos beisboleros, deporte asignado al sexenio, esto no se acaba hasta que se acaba y parafraseando al mismo Presidente: si no se abate la delincuencia organizada, no habrá “Cuarta Transformación”.

 

Estamos donde ya hemos estado. Los que tenemos memoria de los últimos 10 sexenios, hemos visto casi todo, estamos al tanto que este país lleva su rumbo y aunque el timón lo tenga el gobierno, la nave va por su lado. Total, otra vuelta de tuerca no espanta a nadie, más nos han apretado, ya los veremos como a los abandonados, que gobernaron creyendo ser también amados… que es otra industria nacional: el autoengaño.

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