Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, El Nayar es una región extraña, y quiero compartirte esta entrevista realizada hace varios años.
EL NAYAR
A estas alturas, sólo podemos llegar en avioneta o en helicóptero, México se ve distinto; es como remontarse siglos atrás y apreciar la cultura Cora y Huichol como testimonio presente de un pasado idílico. Nayarit y el Nayar, llevan el nombre del jefe Cora, Naye, caudillo, legislador y rey de Huacica o Xécora, defensor indomable de su tribu, una de las últimas en someterse a los españoles quienes tardaron 200 años en dominarlos. Esa actitud desafiante la contemplo en Aurelia, una mujer de 33 años con apariencia de 40 cuyos ojos miran hacia la montaña mientras sus incrédulos oídos escuchan las promesas de sus gobernantes, repetidas durante largos siglos.
Aquí, convive la población Cora y Huichol con algunos tepehuanes y algunos mestizos. Aquí no hay Ski, ni Walt Mart ni siquiera televisores. Aquí persiste la quietud, el aroma a Naturaleza, el sentido de los sonidos provenientes de sus ríos, sus aves y el viento. En Nayar predomina la música étnica tan melódica y dulce como el acento de su lengua. En Nayar se escucha el violín, la flauta y el tambor, instrumentos rústicos que emanan sonidos casi sagrados y que ellos mismo fabrican.
Aurelia pertenece a esta cultura que se distingue por su impecable colorido en sus artes, de lo que dan cuenta las piedras grabadas localizadas en la Piedra del Diablo, La Boquilla y el Paso de la Güilota que aluden a la cacería, a espirales, hombres, perros… Aquí, se han localizado objetos que datan desde el año 700 hasta la conquista emprendida por Nuño Beltrán de Guzmán, la que no prospero, por cierto.
Aurelia luce su colorida vestimenta Cora con la dignidad y la majestad que le brinda ser una de las principales mujeres en su comunidad, una luchadora incansable en medio del municipio más grande de Nayarit con sus 5,100 km2, la quinta parte del territorio estatal.
Aurelia se aparta de la reunión; la sigo de cerca hasta toparla a la orilla de un desfiladero. Ahí, le pregunto algunas cosas relacionadas con las artesanías de la región, pero Aurelia me mira de hito y me responde en su lengua, lo que interpreto como un acto desafiante, común entre los indios que no desean hablar con los extraños, y yo lo soy. Busco conversar con Aurelia; sé que habla castiza porque la escuché en la mañana dirigirse a los funcionarios en castellano. Pero no cede.
Los coras, mantienen su dignidad, su visión cosmogónica y las costumbres de sus ancestros; mantienen sus lugares sagrados adonde rinden culto a su DIOS TSIKURI en los cuatro puntos cardinales: hacia el Norte rinden culto en TSAKAIMUTA (hoy Mesa del Nayar); hacia el Sur lo hacen en RAPAWIYEME (hoy Lago de Chapala); hacia el Oriente acuden a WIRIKUTA (hoy Real de Catorce en San Luis Potosí) y hacia el Poniente acuden a HARAMARA (hoy San Blas)
Insisto con Aurelia a quien se le ha acercado otra mujer. Y no hay respuesta. Al final, le digo que la buscaré en el viaje hacia wirikuta y entonces me detiene; me mira fijo y me pregunta qué deseo saber, esbozando una leve sonrisa.
Le pregunto entonces por la FIESTA DEL MITOTE y vuelve a sonreír. Los coras celebran cada año El Mitote se relaciona con el ciclo del maíz. También celebran en la Mesa del Nayar la semana santa Cora, conocida como La Judea con sus trajes bordados en extraordinarios colores; es infaltable la Fiesta del Elote así como los Huicholes celebran el Cambio de Vara y LA FIESTA DEL PEYOTE.
En la etnia Huichol, cada familia tiene rituales y danzas para infinidad de dioses que representan las fuerzas de la naturaleza con una mezcla de la religión católica y la indígena. Las más representativas son las de la lluvia, la purificación de milpas, nacawe, calabazas tiernas, jilotes, elotes, del sol, del peyote, del maíz tostado y tortillas de maíz crudo. Aurelia me aclara: las fiestas se realizan de acuerdo a los requerimientos de la producción agrícola. Celebran otras fiestas como las de curación de la tierra, de los muertos y decoración de los dioses, las que se realizan cada diez años. Aurelia saca de su morral una botella y me invita a beber tejuino. Al probarlo, lo siento agridulce, pero delicioso.
Cuando le pregunto, — ¿Qué es?, me responde, —Maíz fermentado, y le ponemos sal y limón.
Por la tarde comimos carne de venado y una cecina muy diferente a las que estoy acostumbrado; también nos convidaron tacos de queso de leche entera. Aurelia habla de los problemas para abastecerse en esta aislada región del Planeta porque las provisiones se obtienen a través de canastas básicas mediante tiendas del gobierno y la gente termina pagando mucho más por cada mercancía. En Nayar sólo hay una bodega para alojar 640 toneladas de mercancías que se distribuyen en 12 tiendas instaladas en las localidades más importantes de las 460 dispersas con que cuenta el municipio. Antes del año 2000, la gente tenía acceso a servicios de salud, ahora ya no. Hasta las tiendas CONSUPO desaparecieron dejando sólo 60 lecherías de Liconsa para las 460 localidades.
Aurelia ignora cosas que yo conozco, pero yo no alcanzo a comprender cosas que ella percibe con especial agudeza. Aurelia me advierte de una lluvia y en efecto, llueve. Aurelia sí distingue un árbol de otro y me explica la diferencia entre un tepame, papelillo amarillo, tepeguaje, guásima, guapinol y un pino triste o un pino real. Mi conocimiento forestal es supino.
En Nayar la vida transcurre como un paseo entre nubes, como un sueño liviano donde sólo el hambre sacude las conciencias y avispa a las personas. Escucho a Aurelia narrar los problemas de la comunidad y percibo la enorme distancia cultural con el resto de los mexicanos. Aurelia nunca ha salido de su pueblo y la civilización está fuera de su capacidad de concebir un mundo distinto al que ella habita. Sin embargo, conoce bien el río San Pedro y el río Bolaños-Huaynamota. Esta región está cubierta por bosques y selvas donde, menos del uno por ciento de sus suelos,se dedican a la agricultura. Sus bosques son deforestados cada año.
Aurelia es una de las pocas mujeres que han acudido a la escuela, ese privilegio sólo lo alcanzan 5 de cada 10 personas. La mitad del pueblo es analfabeta. Aurelia no sabe cómo se llama el presidente de México ni le interesa. Por su abuelo, sabe que hace mucho tiempo (en 1975) vino a decir palabras bonitas y que su gente sigue esperando, “cumpla la promesa”.
La lluvia obliga a la gente a refugiarse en sus chozas donde no hay electricidad y la enorme mayoría tienen piso de tierra y muros de adobe porque aquí, el pregonado programa federal de vivienda, tampoco llegó. Solamente 3 de cada 10 familias disponen de agua entubada, el resto sufre para conseguirla.
Aurelia no sabe para qué sirve un teléfono celular y mucho menos que es la Internet; en Nayar sólo existe una estación de frecuencia modulada y un incipiente servicio de telefonía rural, pero Aurelia no tiene a quien llamar por teléfono, así que jamás ha usado uno solo. En Nayar hay muy pocos kilómetros construidos pero en cambio, existen 18 aeródromos, algunos vinculados al tráfico de marihuana.
El marido de Aurelia se dedica a cultivar maíz y como es afortunado, cuenta con un caballo y dos puercos de los 5,200 que hay en el municipio. Su hermano, en cambio, trabaja en el aserradero con otras 200 personas donde se producen cerca de 24,119 m3 de madera de pino y como 11 mil de encino. Aurelia, como muchas otras mujeres, trabajan en la fabricación de figuras de cerámica, cuadros tejidos, pinturas de motivos religiosos o paganos; instrumentos musicales primitivos; telas de manta con bordados de lana, tablillas de coloridos dibujos Huicholes y bolsas de manta y lana.
Su madre, le enseñó a confeccionar trajes típicos tanto Coras como Huicholes y yo, no veo gran diferencia entre uno y otro hasta que Aurelia me explica los detalles y empiezo a ver a través de sus ojos para entender que en efecto, no hay ningún parecido. Dejo de creer que todos los chinos son iguales.
Las artesanías entre Coras y Huicholes conllevan un elevado simbolismo vinculado a sus creencias, entorno y magia. Las reproducciones de animales son muy recurrentes, en especial la del jaguar. Pero en sus máscaras, bastante artísticas, predominan los animales míticos, diablos y fauna de su localidad. Las flechas sagradas son adornadas con plumas de águila. También fabrican equípales ceremoniales; y una gran cantidad de accesorios personales como collares, pulseras y anillos.
Aurelia camina con paso lento, no hay prisas ni automóviles de que cuidarse; le acompaña su chilpayate en todo momento y de vez en vez, lo retira del rebozo para amamantarlo. Aurelia se casó a los 16 años bajo la tradición india, una boda de especial colorido y rituales poco convencionales, quizá por ello, el afamado pintor José Luis Cuevas eligió casarse también bajo la tradición Huichol con Beatriz del Carmen Bazam.
Llegamos a la choza de Aurelia; su marido la espera impaciente como hace casi 15 años en que celebraron su boda; entonces Aurelia deja de ser la mujer líder de su comunidad para arrodillarse al fogón para palmear las tortillas mientras los frijoles se calientan; con esmero, retira una cecina de la empalizada al frente de la choza. Sobre un petate, cenamos y sobre ese mismo, habré de pasar la noche más confortable de mi vida entre sonidos para midesconocidos y una inmensa Luna que lo ilumina todo. Una Luna que trae mensajes con voces conocidas y desconocidas, esas voces lejanas e inimaginables para una mujer como Aurelia cuyo destino se teje día con día entre la montaña y sus bosques. Esas voces cercanas del bosque, inimaginables para mí.
Aurelia se levantará como siempre a las cuatro de la mañana con el canto del gallo y saldrá por el agua hasta un manantial a casi un kilómetro de su choza para preparar té de canela y tejuino. A esa hora me levantaré para preparar la salida a Guadalajara en espera de la avioneta, pero si el tiempo lo impide, entonces, tendría la dicha de quedarme un día más. en esta región mágica de México.
La vida de Aurelia y su sentido de la vida es una cuestión de amor.
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