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Arte, erotismo y pornografía / Al Sur

Arte, erotismo y pornografía / Al Sur
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Guillermo Ochoa-Montalvo

Querida Ana Karen, Recibí las últimas fotografías de Daisy censuradas en una galería que no mencionaré. Su carta me hace reflexionar acerca del arte, el erotismo y la pornografía. Oficio de rebeldes y marginados, el ejercicio de la pornografía fue censurado por mucho tiempo hasta que las redes la empezaron a normalizar.

Hurgando entre las diferentes opiniones acerca de la pornografía, topé con un curioso ensayo del escritor George Elliot Contra la pornografía, en la que manifiesta su gran preocupación por preservar los valores de la “civilización” —particularmente la norteamericana— a través del orden y la aceptación de la autoridad, así nos cueste sacrificar el alma y la sensibilidad, lo que sea con tal de ser “civilizados“. Es incongruente tal manifestación cuando es Estados Unidos el máximo exponentes de la pornografía comercial al establecerle restricciones que la colocan en el terreno de los morboso.

Una sociedad como las Victorianas son la que exigen el cumplimiento de cánones de moralidad totalmente ajeno a las condiciones y necesidades de vida individuales, y lo hace siempre mediante la coacción, el chantaje, la enajenación o la ley, imponiendo así los estereotipados modos de vida sobre los que sostiene su poder apara censurar el arte, el erotismo y la pornografía a su conveniencia; al grado de taparle el rabo a la Diana Cazadora.

Se trata además de un regímenes paternalistas que, mediante la censura, suprimen las posibilidades críticas y creativas del desarrollo social.

Recuerdo que al inicio de 1986, con un claro trasfondo político, una Asociación de Padres de Familia se manifestó en contra a las agresiones al Ultimo Núcleo Respetable, y enlistó una serie de revistas “nefandas”; tal manifestación repercutió en un Decreto de la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas donde se anunció que serían retiradas “o no serán favorecidas en su circulación 63 revistas por carecer de certificado de licitud de contenido y título”. Los criterios de censura: eliminar la obscenidad, proteger la decencia y las buenas costumbres. Difícilmente se encontrará a algún padre de familia, funcionario o burócrata que pueda definir con exactitud lo que significan las palabras obscenidad, virtud o moral.

Durante ciertas épocas, bajo determinados regímenes sociales las concepciones de lo obsceno varían, incluso radicalmente y ello señala la capacidad de circulación de las publicaciones que tratan los temas eróticos. El criterio actual es localizar y censurar toda degradación o corrupción premeditada de las mentes y la moral de los lectores; invariablemente esos conceptos de inmoralidad o indecencia se relacionan con el uso de las palabras o ilustraciones que muestran abiertamente los paisajes de la sensualidad, de los cuales mayor escándalo provocan aquellos situados del ombligo para abajo y los que ponen en escena el acto de fornicar. Bajo ese criterio se censura el arte, el erotismo, pero no a las redes sociales que hacen del exhibicionismo de miles de influencers un gran negocio.

D: H: Lawrence fue acusado de obscenidad por escribir El Amante de Lady Chatterley; asimismo denunció la ignorancia de las autoridades que lo acusaban de “ser obsceno. El mismo criterio sigue vigente hasta nuestros días

A su vez, las técnicas de censura se multiplican, extienden y disfrazan cada vez con mayor artificio al aplicar algoritmos e inteligencia artificial en las redes sociales; pero con criterios uy cuestionables.

Domenec Font lo explicaba así: “El mismo Poder que ayer reprimía el sexo ofreciendo a sus súbditos la conciencia de un desafío del orden establecido, en la actualidad lo reglamenta; no sólo lo tolera sino que lo pone en el discurso, lo normaliza a conveniencia. Con esta tolerancia, se trata, pues, de representar una triple censura: 1. la ilusión de eliminar los efectos de censura, factor de represión y transgresión a la vez; 2. En segundo lugar de una inscripción imaginaria del deseo, y 3. legislar una opción que lejos de desculpabilizar la sexualidad la canaliza a través de un determinado y seguro desarrollo…” asegura en sus diez propuestas sobre el porno.

La pornografía a la mexicana casi nunca se realiza como arte y sólo ha pasado a ser producto industrial baratillo a través del cual se denigra la sexualidad —no únicamente la femenina— pues se la convierte en estereotipo, nos ofrece un sexo de tetrapack: el pene más grande y capaz de fornicar a mil o más coños por minuto será el superhéroe, y la mujer, provocadora o —sin eufemismos- puta por naturaleza, disfrutará el éxtasis de la violación. 

El deseo sexual femenino es anulado y en su lugar se ofrece un objeto de consumo sometido a la voluntad del falo, como estimulante asociado a gemidos y contorsiones, clichés de lo lascivo. Escaso o nulo ingenio y calidad, en fin, nada de búsqueda, pura frustración. Este tipo de pornografía no daña al capitalismo, al contrario lo fortalece dotándolo de un mercado más, cuya mejor publicidad es su restricción; pero sí daña al arte en sus expresiones eróticas.

La reglamentación protege la producción de calendarios de las “estrellas” o el cine porno que se tolera en varios cines de la república o las videograbaciones clasificación 4X que se rentan en cualquier plataforma de Internet como sucedía antes con los video club y todas ellas ostentan la leyenda “sólo adultos” por suponerse que la advertencia obrará como símbolo maniqueo conformando una atmósfera de culpabilidad para quienes las adquieren. 

Una eficaz pornografía será incompatible con este orden social que nos subyuga y tendrá además la capacidad de subvertirlo, George Elliot distingue dos grupos de pornografía, una “convencional”, que necesita y reconoce las reglas que desobedece, inofensiva, trivial; y otra nihilista, a la que considera más peligrosa que un panfleto a favor de un golpe de Estadoporque: “….quienes atacan a la familia como institución son los peores enemigos de nuestra sociedad. Para efectuar esta disolución, los nihilistas rompen con los tabúes, porque los tabúes frenan el apetito y porque forman una parte integral del orden civilizado, de la sociedad como tal. Y puesto que de todos los tabúes los sexuales son con mucho los más importantes, la pornografía se vuelve importante para los nihilistas como instrumento de disolución”.

“El objeto de la pornografía es la alucinación”, afirma Geoffrey Goerer, una alucinación en la que el lector se identifique con los personajes y/o situaciones a tal grado que experimente la excitación sexual y, en el mejor de los casos, un orgasmo.

En cuanto a los “efectos secundarios”, mucho se ha argumentado en contra de la pornografía, por ejemplo que fomenta la criminalidad, que daña a niños y adolescentes. Sin embargo, los resultados de investigaciones en poblaciones expuestas a obras pornográficas demuestran que hay una mayor desinhibición para tratar temas sexuales, incluso para hablar de las propias experiencias. No se encontró relación con actos criminales. Si acaso la pornografía, al cabo de un tiempo, produce hastío o recuerdos tenues placenteros.

En México se producen grandes contradicciones entre el arte, el erotismo y la pornografía sublimada que cunde en las redes sociales sin ninguna restricción metas los “live” constituyan una importante fuente de ingresos para los dueños de las plataformas. Censurar el arte y normalizar la pornografía debe colocarse en la discusión del sector salud y las organizaciones sociales sin dejos de moralista barata, sino como un compromiso con la juventud y una cuestión de amor.

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