Carlos Román
En la calle de abajo, el arroyo recordó su cauce y barrió con el rústico relleno con que los vecinos aplanaron la empinada cuesta. Brotaron piedras blancas y redondas, pulidas como los huevos prehistóricos de Macondo.
Algún chiquillo encontrará fósiles escarbando en los pocitos también tallados por el agua que de este escurrimiento baja a otra corriente, una de las pocas de la ciudad que fluyen todavía por la superficie. La interrupción abrupta de la vertiente, que se ahoga en el asfalto, hace que la calle que lo cubre se haga río cuando caen esos grandes porrazos de agua.
Es la ladera poniente del Cañón del Sumidero, donde un antiguo bosquecillo de capulines se transmutó en una sucesión de casas precarias, que gozan de una envidiable vista de la ciudad a sus pies. En unos días, los invasores, que paulatinamente mejoran sus casas, volverán a acarrear escombros y arena para luchar con los lodos en las últimas lluvias del año.
Hasta el siguiente ciclo, cuando venga otro temporal y haga de nuevo que las rocas del riachuelo broten.
Ladera del Cañón del Sumidero
Tuxtla Gutiérrez, 29 de julio de 2024,
fecha en la que Martha María Beatriz de las Nieves,
mi madre, hubiese cumplido 99 años