Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen, la cultura de la salud en nuestro país es tan carente y deficiente que nos coloca en los primeros lugares de muchas enfermedades que podrían ser prevenibles, ello, me motiva a platicar con el Doctor José Armando Camilo Hernández Contreras oriundo de la ciudad de Puebla nacido el 18 de julio de 1954; hijo de un humilde y riguroso panadero y una amorosa ama de casa, ambos sin mayor escolaridad.
Casado con la odontóloga y enfermera María Amalia Sánchez Cordero; con 9 años de noviazgo y 41 años de matrimonio educan a sus 4 hijos. La mayor de las hijas es epidemióloga, la segunda se especializó en Medicina Familiar; el tercer hijo es gineceo-obstetra y el más chico, es médico general en espera de iniciar la especialidad.
—Armando, ahora estás jubilado del Hospital General de Comitán y del ISSSTE dedicado a la investigación de los Factores asociados al síndrome metabólico en menores de edad de la Región Sureste de México, a juzgar por tu exitosa trayectoria y herencia familiar, cualquiera diría que creciste con todas las condiciones favorables para ser un médico exitoso y satisfecho con su vida personal, familiar y profesional, ¿fue así?, le pregunto mientras compartimos el café y el pan.
—Pues, todo lo contrario. Para mi padre, las mujeres debían estudiar para sostenerse en caso de tener un mal matrimonio; pero los hombres, no necesitaban estudiar para hacer fortuna, poniéndome de ejemplo a sus líderes sindicales quienes, sin estudios, amasaban fuertes fortunas. Me rebelé a esas ideas con la firme convicción de llegar a ser médico. Desde muy pequeño, mi abuela decretó: “Armando será médico” y esa sentencia jamás escapó de mi mente. Ella lo decía, al verme rescatar los animales para curar sus heridas, entablillarlos, darles agua y atenderlos hasta sanar.
En ese entonces, vivíamos en un barrio pobre de Cholula muy alejado de la civilización de la ciudad de Puebla. Yo tenía 6 años, estudiaba la primaria y ahí mismo, cursé la secundaria en contra de mi padre quien deseaba verme como panadero.
Esa situación, me obligó a abandonar la casa a los 13 años para continuar mis estudios valiéndome por mí mismo y con la ayuda de mi madre.
—Cómo logras superara la resistencia de tu padre?
—Mi padre, era un hombre muy fuerte, riguroso e inteligente; muy ágil para resolver ecuaciones matemáticas sin haber estudiado; un hombre de enorme resiliencia soportando fracturas y graves heridas propias de las máquinas de la panadería; un hombre que resistió con verdadero estoicismo el cáncer de próstata hasta su muerte el 18 de julio, día de mi cumpleaños. Respetaba sus ideas, pero mi determinación a ser médico era inquebrantable. Así a los 15 años salgo definitivamente de casa para perseguir mi sueño.
—¿Qué hace un niño de 15 años para continuar sus estudios?
—Un amigo me dio cobijo en su casa de cartón en un barrio bravo. Era una sola habitación donde vivía con sus padres y hermanos. Conseguía trabajo en las panaderías de Cholula y me inscribí en la preparatoria en el Centro Escolar de Cholula. Pasé el primer año de prepa con amigos ricos. Ellos me insertan en la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos. A instancias de ellos, me trasladan a otra preparatoria donde se encontraba el Frente Universitario Anticomunista de corte conservador y me encargan infíltrame con los grupos de izquierda para contrarrestar los avances del Partido Comunista reconocido en México en 1977.
—Platícame de eso.
—Pues para cumplir la encomienda, me preparo estudiando las obras marxistas y eso me abrió los ojos para comprender que mi interés no eran los conservadores sino los liberales que luchaban a favor del pueblo; así alterno trabajo, estudios, deporte, actividad política en comunidades y en la Cruz Roja como rescatista acuático y rescatista de alta montaña.
—Hablemos de tu ingreso a la Universidad.
—Aunque fui aceptado para estudiar en Mazatlán Biología Pesquera, mi condición económica no me lo permitía; así que ingreso la Facultad de Medicina. Siendo pre-selecionado nacional de voleibol, el entrenador me persuade de continuar. Su consejo me dolió, pero al final, lo agradecí para no desviarme de la medicina. Al concluir la carrera terminé en el lugar 11 entre los 911 estudiantes de esa generación y eso me permitió elegir dónde realizar el Internado Rotatorio.
—Elijo hacerlo en el ISSSTE de Puebla. Realizo el Servicio Social en una colonia de “paracaidistas”, donde yo vivía con mi mamá. Como no tenía trabajo político en la Universidad sino afuera con obreros, campesinos y gente humilde de los barrios, no aceptaron que fuese a trabajar a comunidades hasta que el doctor Raúl Torija de Extensión Universitaria llevó a la gente de las comunidades para solicitar que me integraran a las comunidades y ahí me quedé. Durante esos años formamos una escuela primaria, una secundaria, abrimos 7 clínicas más en esa ranchería.
—En esa residencia debías decidir la Especialidad, platícame de eso.
—Al realizar la Residencia Rotatoria ya no pude continuar con las tareas de izquierda, siendo la universidad un bastión de la derecha poblana; pero ya siendo Médico General confirmo mi vocación por la Pediatría en contra de los médicos de mayor antigüedad, pero lo consigo. En 1983 inicio la especialidad de Pediatría. Después de dos años de trabajar en el Hospital Universitario, viajo a Chiapas para atender a los desplazados en los campamentos de refugiados de la guerra en Guatemala en la selva y comunidades aledañas.
Llego a Comitán el 25 de mayo de 1985 para trabajar en el Hospital General de Comitán. En agosto me alcanza María Amalia con mis dos hijas. Con el Dr. Gómez Alfaro atendimos un Hospital lleno de pacientes. Yo combinaba 15 días en el Hospital y 15 en comunidades que de pronto, se alargaban porque el Dr. Rubén Dario Aguilar prefería el trabajo en el hospital.
—¿Cuál es tu recuerdo más doloroso como médico?
—Un viernes, salgo a la comunidad de La Gloria; el lunes al regresar al hospital nos dice el Dr. Gómez Alfaro, “nos vamos para la Selva; entraron los Caibiles a la Gloria haciendo una gran matazón de gente”.
Encontramos el campamento arrasado, ensangrentado con cuerpos descuartizados. Ese mismo día localizamos a los desplazados y los llevamos adelante de La Trinitaria a una comunidad llamada Chihuahua.
Las escenas de dolor, de miedo; el terror en las miradas de la gente era infernal. Ahí, los ejidatarios les asignaron un terreno al que llamaron la Nueva Gloria.
—Otro mal recuerdo fue en la comunidad del Rosario, frontera con Guatemala donde se escuchaba la metralla de la guerra en Guatemala. El pánico en los niños me hacía estremecer; te paraliza y a la vez, te impulsa a seguir adelante.
—Cómo llegas a la Guerra Zapatista?
—Trabajé mucho tiempo en la región Tzeltal hasta que, en 1993, nos pidieron que nos alejáramos; pocos días después comprendí porque nos sacaron de esa zona al declararse la Guerra del EZLN contra el gobierno. Después del 94, continué con la visita a comunidades en fin de semana acompañado por mi hija mayor de 5 años quien insistía en viajar conmigo. A las 4 de la mañana ella estaba lista para salir con su pantalón de mezclilla, su morralito y su totorina. Mientras yo atendía enfermos, ella jugaba con los niños de la comunidad zapatista. Así Continué en el Hospital General y el ISSSTE, hasta jubilarme y dedicarme a la investigación.
—¿Qué aprendiste en todos estos años?
—Aprendí que la determinación hace posible tus sueños; comprendí las lecciones de un padre riguroso tras una larga conversación al borde de su muerte; y la actitud de una amorosa madre. Al final, soy lo que soy gracias a mi padre quien fue mi obstáculo y mi inspiración. De mi madre aprendí de su amor, su solidaridad y su confianza en mis aspiraciones. A ella la interno en el Hospital Los Ángeles e ingreso al cuerpo de médicos quienes me otorgan su confianza para atender a mi madre como si fuese médico del hospital. Ella muere el 15 de julio, tres días antes de mi cumpleaños.
Aprendí que el trabajo en comunidades y la atención a los niños es una cuestión de amor.