Enrique Alfaro
Hace algunas décadas leí un artículo que me fascinó de la filósofa Ikran Antaki. En resumidas cuentas sostenía que el pensamiento del mexicano es muy complejo y, por lo mismo, tiende a creer las historias más increíbles y las conspiraciones más absurdas. Nos es difícil pensar con simpleza, confiar en la lógica elemental, en el razonamiento llano.
Ejemplificaba con el caso de la muerte de Luis Donaldo Colosio y las infinitas versiones sobre las razones de su asesinato que, en su mayoría, concluían que era Carlos Salinas de Gortari el responsable o autor intelectual.
Antaki razonaba que siendo Colosio el delfín de Salinas, el primer afectado con su muerte era el propio Salinas, quién tuvo que operar la sustitución de su malogrado candidato presidencial por Ernesto Zedillo, quién nunca fue su primera opción en la sucesión y con quién terminó en muy malos términos.
El alud de versiones, explicaciones, conspiraciones que se construyeron en los medios sobre el magnicidio terminó por convencer a los mexicanos de que era Salinas el autor intelectual del hecho. El primer y mayor afectado terminó siendo el ejecutor en el imaginario colectivo nacional. Las teorías más disparatadas y retorcidas se impusieron. Un absurdo, sostenía Ikram.
Hoy tuve muy presente estos razonamientos porque el medio periodístico local se ha llenado de versiones, conjuras y confabulaciones. La aflicción por ser el primero en comunicar un hecho político ha llenado de absurdos, falsedades y fantasías las redes sociales.
Habría que recordar el discurso de Gabriel García Márquez en Los Ángeles, en 1996: “La mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino la que se da mejor”.
