Sr. López
Usted está al tanto de que el primo Danielito aparte de tener el cociente de inteligencia de una mojarra, el brío de un koala (marsupial que duerme entre 20 y 22 horas al día), y personalidad de monaguillo, pasaba desapercibido hasta en sus cumpleaños; lo que no sabe es que a sus 25 de edad, tío Daniel, su papá, lo encargó de cobrar las rentas en las vecindades que tenía en Tepito y la Doctores (barrios muy bravos del entonces D.F.), y lo aleccionó: firmeza, seguridad, no aceptar excusas, imponerse. El primer día que lo hizo, regresó tarde, sin portafolios, sin un centavo (ni uno, ni lo que él llevaba), la camisa rota (el saco lo perdió), la corbata anudada al gaznate de tal modo que se la cortaron con tijeras y la boca como el hocico del caballo blanco: todo sangrando. Su papá dijo que iba a regresar con él para que aprendiera y Danielito desde la bruma de sus neuronas de capacidades diferentes, contestó: -Mejor no, papá, no vaya a ser que si te ven conmigo, de plano dejen de pagar… – sabía perder, no era taaan tonto.
Antonio de Saint-Exupéry publicó en 1943 la celebérrima novela corta, ‘El principito’ (150 millones de ejemplares vendidos). Si no la ha leído, se la recomiendo, es interesante y divertida y se aprenden cosas. Por ejemplo, cuando relata lo del Rey Chiquito, monarca absoluto y universal, sin súbditos, quien le presumió al Principito que siempre eran obedecidas todas sus órdenes, ante lo que el Principito le pidió una puesta de Sol y el Rey chiquito le respondió que sí, que nomás era cosa de esperar el anochecer y vería cómo el Sol lo obedecía.
Así, cualquiera, dirá usted, pero así se dan órdenes cuando se tiene el poder o si le parece exagerado, se lo pongo al revés: desde el poder nunca se ordena lo imposible. Solo hacen semejante cosa dos tipos de personas: los imbéciles y los soberbios.
Ante los resultados obtenidos en las elecciones intermedias, en las que Morena perdió millones de votos respecto de 2018, la mitad de su supuesto bastión, la CdMx, y posiciones en la Cámara de Diputados; en la Consulta para juzgar expresidentes (con el 7% de participación del listado de electores); y en la de Revocación, que no fue vinculante por haber captado la atención de solo el 17% de los votantes posibles; no era de esperarse que se insistiera tercamente en conseguir la reforma constitucional a la industria eléctrica, para la que el Presidente sabía que no tenía los dos tercios de votos necesarios, ni en la Cámara de Diputados ni en la de Senadores.
Como el Presidente no es imbécil, queda como alternativa para explicar el sonado caso, la soberbia. Sí y se comprende: no cualquiera gana la presidencia como él la ganó: arrasó y dejó a los opositores en estado comatoso (patología en la que hay pérdida de la conciencia, la sensibilidad y la capacidad motora voluntaria, dice el diccionario).
Sin embargo, los políticos profesionales, no los que se dedican profesionalmente a vivir de la política o hacer de políticos (que es distinto), entre esos que nacen para el poder, entre otras varias características indispensables para el ejercicio aceptable de tal ocupación, tienen muy destacadamente la de percibir la realidad objetivamente. No hay oficio más difícil y complicado. El político lidia cotidianamente con la gente y si cada
cabeza es un mundo, imagínese lo que es ser Presidente de un país como el nuestro, con 130 millones de habitantes; a más de eso y por si fuera poco, el político debe enfrentar circunstancias ajenas a la voluntad de nadie y superiores a la de todos, como terremotos, sequías, la pandemia actual, la inflación agregada que nos llega del exterior o las consecuencias de una guerra en Europa como la de Rusia y Ucrania. Sí, ser político no es nada fácil… si se desea hacer un papel decoroso.
Sin confundir la soberbia con el amor y respeto propios, todos en mayor o menor grado somos soberbios. Hay autores que distinguen dos tipos de soberbia, la de la inteligencia y la de la voluntad. Este menda piensa como santo Tomás de Aquino, que la soberbia es un vicio de la voluntad consistente en el apetito inmoderado de la propia excelencia; y el santo no se andaba con chiquitas y consideraba a la soberbia como la madre y reina de todo defecto, su origen y su fin.
Esa soberbia es incurable y tiene algunos sinónimos como altivez, inmodestia, presunción, orgullo, altanería, arrogancia, engreimiento, impertinencia, jactancia, endiosamiento, suficiencia, fatuidad, pedantería, aires, humos, ínfulas… revise con calmita cada uno y verá que es indudable que nuestro Presidente padece de una soberbia 12 grados Richter. Y así no se puede gobernar.
No se puede porque la soberbia distorsiona la percepción de la realidad, confunde la recta razón con las fantasías y desprecia a quienes no acepten su palabra y actos como necesariamente acertados. Por cierto, si le duda a que nuestro Presidente padece de una soberbia enceguecedora, medite en otra definición de la soberbia: cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.
Así presentó su iniciativa de reforma constitucional de la industria eléctrica: ciego de soberbia, creyendo que por el mágico efecto de su palabra y la incontenible fuerza de su autoridad moral, era posible doblar a todos los partidos de oposición. Por eso no hicieron concesiones ni buscaron acuerdos sus diputados: su gran jefe los mandó a torear sin capote, asegurándoles que el toro estaba domado. Y no, fíjese que no.
Y este tropiezo monumental solo mereció del Presidente una catarata de insultos a los diputados de oposición. Bueno, no pasa nada, así es su modo.
Pero este tropiezo tiene una consecuencia que ni la altivez presidencial puede menospreciar: la oposición ya olió la sangre, ahora sabe qué ventajosa les es la soberbia del Ejecutivo, y ya sabe que si no se ponen tontos, de aquí al 2024 sí pueden traer del rabo al que en 2018 los hizo trizas. Como siempre en política: amor con amor se paga.