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Alvarado, ciudad de grandes personajes

Alvarado, ciudad de grandes personajes
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+ Rodolfo “Fito Loco”, excepcional…

+ Enrique “El Palomero”, una historia original…

+ Los otros que nadie recuerda…

 

                                      Ruperto Portela Alvarado.

        

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 12 de Agosto de 2018.- Parece mentira, cierro los ojos y siento que voy caminando por la tierra blanca de la calle, que acarician mis pies descalzos. El viento del norte golpea mi cara y el vaivén del tiempo estruja mis recuerdos. Veo a lo lejos a los amigos y el paisaje de aquellas épocas  que ya no volverán.

Escucho, huelo, veo todo, y me deviene mi memoria histórica. Pues como dice Ronald Huband en su libro “La Nueva Dianética” –la ciencia de la mente que ya no es tan nueva porque lo leí a principios de la década de los 80s— “uno puede recordar los olores, oír y ver las situaciones pasadas con solo cerrar los ojos”.

Por aquellos años pasamos desapercibidos la grandeza de muchos personajes alvaradeños que han sido marginados de la historia por ser netamente del pueblo. Había uno al que le decían “El Guachito”, que nadie sabe de dónde llegó, pero cuando le gritaban ¡come pan de Veracruz!, se encolerizaba, tiraba piedras y hasta amenazaba con su arreos de cortar maleza.

No se puede olvidar un buen alvaradeño, del “Pimo”, quien cantaba y bailaba la canción que decía: “Señores que pachanga, vamos a la pachanga…” o Ramirito el de la fuente, hermano de “Juanita La Papaya”, quien anunciaba el estado del tiempo semejante al maestro Cesar Bauza –director del Centro Meteorológico– en la radiodifusora “La XEU de Veracruz”. Pregonaba Ramirito: “buuu, buuu, buuu; este es el tiempo para las próximas 24 horas de la tercera región, desde Punta Delgada hasta Coatzacoalcos, incluyendo los puertos de Veracruz, Alvarado y Santecomapan”.

Y así hay que recordar a muchos personajes como el extraordinario ejecutante del serrucho, Rodolfo Ruiz “Fito Loco”, un alvaradeño ejemplar que de “loco” no tenía nada. Era bondadoso y amable; así como la virtud de tocar el serrucho magistralmente. Cuando se enteraba de que alguien en el pueblo cumplía años, iba por las mañanas a tocarles las mañanitas y en las fiestas de los niños, además de interpretarles melodías, les enseñaba y hacia figuras de sombras con las manos. Siempre me pareció extraordinario.

A lo lejos, me acuerdo de Rosalinda, la mujer bragada que era la comandante de la banda de guerra de la escuela primaria “Benito Juárez”. Tocaba la trompeta y el clarín de mando. Y sin temor a equivocarme, los gendarmes  más temidos de Alvarado y la región eran, “Potonche”, “Juan Tarcala”, “Canuto”, “El Gordo” José García  y mi tío Juan Román, de quien dicen algunos, que cuando le ordenaban apresar a alguien, él mismo le avisaba que se huyera. Después apareció un comandante de policía al que le llamaban “El Diablito”, el mismo a quien mi tía Juana Bravo Portela le estampó una sandía en la cabeza.

Quiero recordar a un personaje de la época de oro del cine mexicano, Don Otilio, quien se encargaba de anunciar por las calles la cartelera del Cine Juárez a través de un megáfono manual hecho de lámina. No se me olvida “El Diablito” José Lucio Zamudio, cuya característica era recoger del piso un pedazo de cable, alambre, botón, clavo, tornillo y todo lo que creía que todavía servía.

 “El Chilico”, hijo de María La Chilica, alguien me dijo que fue soldado y que de un golpe perdió un tanto la razón. Era un buen caminante y le daba la vuelta al pueblo en más de una ocasión al día. Sus pasos tenían que ese exactos porque al subir una banqueta, si su pie no alcanzaba, se regresaba hasta que medía bien los pasos para seguir su camino.

Una vez, “Chilico”, el que fuera soldado, construyó una pared en el frente de su casa. Como había un árbol, le dejó el hueco. Solo que, cuando vino un viento huracanado la barda se le cayó, porque se le olvidó ponerle cemento a la mezcla de pegar los blocks. Por cierto, hay una historia aparte de otro “Chilico”, quien trabajando en la Cervecería Moctezuma de “Casa Lara y Leal”, dejó ir un carro repleto de cervezas al rio por el lado de la calle Galeana. Unos dicen que fue a propósito, pero más bien creo que le fallaron los frenos.

Pero, en esta ocasión quiero recordar a mi primo Enrique Lara Valerio, un personaje de aquellos y estos tiempos en que todavía deambula por la ribera y el zócalo acompañado de su inseparable canasta vendiendo bolsitas de cacahuates y palomitas. Y para descansar, por la mañana vende bolsas de carne de res, queso y todo lo que le deje sustanciosas ganancias.

Desde que tengo uso de razón –si es que la tengo—el zócalo de Alvarado es un excelente espacio para la diversión. Ahí se aprendía a bailar los domingo cuando tocaban en el kiosco, la orquesta “Los Tigres”, después “La Espinita” y al final “Los Mamey”. Hay que reconocer que el presbítero decano, por mucho tiempo radicado en esta Tierra de Dios, don Luis Rodríguez Pretelín se preocupó y ocupó de mantener el parque con plantas, flores y con su belleza que enorgullece.

Precisamente ahí, en el centro del zócalo, casi frente al Palacio Municipal, Enrique  y yo, nos plantábamos los domingos a vender palomitas y cacahuates, a 20 centavos la bolsita. Él era mayor y con más tiempo de vender en ese lugar, por eso tenía más clientes y acababa primero su mercancía.

Es cierto, yo vendí bolsitas de cacahuates y palomitas que hacia mi tía Natalia Valerio y bolitas de queso que preparaba Tía María, mamá y abuela de Enrique “El Palomero”, respectivamente. También íbamos a vender al parque deportivo “Miguel Alemán Valdez” los domingos en que jugaba el equipo Alvarado de béisbol.  Desde entonces lo conozco y se de sus capacidades para muchas cosas. Fue de los que mejor diseñaba papalotes con caña de otate; uno especial llamado “abejón”  que cuando se volaba zumbaba por unas aletas de papel de china, que le pegaba a los lados, arriba y abajo del armazón.

No había quien hicieras mejor los tiradores (resorteras, le llaman en  otros lados) que él, que lanzaba canicas o piedras a grandes distancias.  Enrique era buen tirador con resortera. Una vez lo vi atinarle a un cardenal a más de cincuenta metros en los médanos de Alvarado, donde hoy es la colonia “Lomas del Rosario”. Fue un experto con el trompo en el juego del “golpe” y el “saca quinto” y no menos para el yoyo con sus artes y fantasías.

Desde hace muchos años he visto a Enrique Lara Valerio andar acompañado de su inseparable canasta y hasta hoy día es parte de su pasatiempo. Cuando chamacos, era tradicional comprar sobres de “barajitas” para llenar álbumes de personajes de la historia de México, luchadores, artistas, banderas de países, animales u otros temas. Pero Enrique siempre tenía las barajas que  a los demás nunca nos salían y siempre nos faltaban.

“Enrique el Palomero” fue un excelente corredor de cien metros planos. Tenía velocidad para correr la distancia en 11 segundo flash. Pero no fue bastante como para seguir en la competencia y ser un campeón estatal o quizá nacional. Jugó más o menos el béisbol y como primera base sacaba la tarea. Hizo de la pisteada (roletear la pelota con el bat para entrenar a los muchachos) con gran destreza.

Lo cierto es que pudo más la canasta y ganar dinero que otras actividades que le pudieran dar renombre en el ámbito local, estatal o nacional. Hoy día sigue, a sus más de 70 años “casado” con la canasta y “agarrando de pendejo” y poniendo apodos, a todo el que se le pare enfrente y se deje… rp@…

Con un saludo desde la Ciudad del Caos, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; tierra del pozol, el nucú, la papausa y la chincuya…

Para contactarme: rupertoportela@gmail.com

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