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Ahogado en confeti / La Feria

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Sr. López 

La prima Beatriz (lado materno-toluqueño), era chaparrita, medía lo mismo de estatura y cintura, nada agraciada y con muchas pecas sobre su blanca piel tono filete de pescado. Hija única y vivo retrato de tío Marcelo su papá, que la quería con delirio. En los años 60s del siglo pasado, tal vez ahora también, en las escuelas se elegía Reina de la Primavera entre las jovencitas que consideraban contar con los atributos del caso, quienes se ponían a vender los boletos que les iba proporcionando la Dirección de su plantel: la que más vendía, ganaba y encabezaba los eventos y desfiles escolares del año. Tío Marcelo compraba de un trancazo todos los boletos y así, Beatriz fue ‘Reina’ todos los años. Ya grande, platicando con este menda, confesó que fue un calvario para ella: -Mi papá sin darse cuenta me hizo hacer el ridículo cada año… ¡qué horror! –su texto servidor, cosa muy rara, enmudeció. 

Supongamos que toda la población, sin una excepción, creyera a pie juntillas los informes y afirmaciones del actual gobierno federal y que nadie desconfiara de las evaluaciones, cifras y reportes emitidos por nuestras autoridades sobre salud, seguridad pública, economía, empleo… y ya en este plan, que también todos nos tragáramos las piedras de molino de que desapareció la corrupción, la pandemia se domó, la delincuencia organizada languidece, la economía florece y que al paso que vamos tendremos que importar trabajadores porque no alcanzarán los mexicanos para cubrir las plazas disponibles. México tocando los dinteles de la Gloria. 

Sí, imaginemos que todos los días espontáneamente llegan muchedumbres al Zócalo de la capital del país, a vitorear al Presidente y exigir su presencia en el balcón central para mostrarle su afecto y proclamarlo verdadero benemérito de la patria. Imaginemos también la apresurada autorización de la Arquidiócesis Primada de México, para colocar en la Basílica, al lado de la imagen de la Guadalupana, la de Andrés Manuel López Obrador, a petición de todos los peregrinos que visitan el Tepeyac, que amenazaban con abandonar el culto si no se les concedía (o quemar el templo). 

No se irrite, es fantasía. Siga el juego. Suponga que ante la inaguantable presión de los mexicanos, el papa Francisco se ve obligado a convocar un concilio vaticano para revisar si de veras es imposible canonizar a un vivo. 

Y para no andarnos con timideces, en este escenario ‘cuatrotero’, todos los partidos políticos, deslumbrados por el fulgor del aura presidencial, notificarían al INE su disolución voluntaria; y en el Congreso de la Unión, por votación unánime anularían todas las leyes que se opusieran a la Presidencia Vitalicia de Andrés Manuel López Obrador, para luego decretar la desaparición de todos los órganos autónomos, del propio Poder Legislativo, por innecesario, y la adscripción del Judicial como cartera del gabinete del Ejecutivo. Todo entre aclamaciones y muestras de júbilo de la gente. 

Bueno, ya. Triunfo definitivo y total de nuestro transformador patrio, su apoteosis, una epifanía su entrada a la historia y nueva manera de fechar: a.A (antes de AMLO), d.A (después de AMLO)… ¿y? 

Sí, ¿y qué?… aún si todos los orgullosos integrantes del peladaje nacional estuviéramos convencidos de la santidad, suprema sabiduría y poderes sobrenaturales del Presidente, nada de eso le alcanzaría para modificar la realidad ni la evaluación que de su desempeño hacen los organismos internacionales con los que tenemos acuerdos y tratados junto con las empresas calificadoras que contratamos porque las necesitamos para tener acceso al crédito internacional y poder colocar deuda soberana. 

El tiempo peor desperdiciado de un Presidente es el que dedica a cuidar su popularidad y conseguir alabanzas. El dinero más malgastado es el que se despilfarra en propaganda y en engañar a la opinión pública. La verdad es gratis. 

La inseguridad pública no amaina. La economía está al borde del desastre. El manejo de la pandemia del Covid 19 en México promete escándalo mundial. 

El doctor Muerte, siempre tan sonriente por los apapachos presidenciales, deprecia con desdén los llamados de atención que nos hace la Organización Mundial de la Salud, sobre el mal manejo de la pandemia en México, pero ahí están los graves avisos, no van a esfumarse, no se olvidarán y los desplantes oficiales se estrellan contra la necia realidad, con un agravante: aun si fueran ciertas las cifras oficiales de enfermos y fallecidos, estaríamos casi cuatro veces arriba del promedio mundial de fallecimientos por Covid 19: al viernes pasado un millón 711 mil 283 enfermos y 146 mil 174 fallecidos, lo que arroja un índice de letalidad del 8.54% cuando el promedio mundial es de 2.2%; algo no se está haciendo bien. 

Teniendo el erario y el poder político a su disposición, nuestro Presidente puede decir lo que quiera y hacerlo verdad oficial, sí, pero todo su poder y popularidad no detienen el tiempo: tarde o temprano le estallará la verdad en la cara, como a no pocos de nuestros expresidentes que durante su ejercicio se gozaron entre nubes de incienso pagado y vivieron el resto de sus días con la ácida fetidez fecal de sus hechos, impregnando sus narices. 

Lo mismo sucede con el ‘plan nacional de vacunación’: mentiras, información reservada y decisiones como vacunar primero al personal médico sin mencionar que eso incluía a los ‘siervos de la nación’, a los operadores políticos del Presidente; y luego para quedar bien con la galería, a los viejos (que lo de ‘tercera edad’ no los rejuvenece), que son los que menos se contagian, en lugar de a los de 30 años en adelante, que son los que salen a trabajar y enferman a sus viejos. 

Y otra cosa: tenemos cerca de medio millón de personas vacunadas con la primera dosis de Pfizer… sin fecha segura de aplicación de la segunda, lo que plantea la posibilidad de que muchos queden sin protección. 

El Presidente, empeñado en crearse imagen de prócer, ya se enterará que en política se puede morir ahogado en confeti.

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