Sr. López
El sambódromo de Río de Janeiro era una procesión de Teresitas Descalzas, comparado con la casa de los tíos Olga y Óscar. Y ¡ay! del que opinara. Cuando sus dos hijos varones ya eran clientes frecuentes de la estación de policía, su hija menor tenía dos hijos indocumentados, descubrieron que cultivaban hierbita vaciladora en la azotea y que los tres la comercializaban en la universidad y algunas preparatorias. Entonces fueron Olga y Óscar a pedir consejo al respetado abuelo Armando, el militar, el que hablaba poco, quien les dijo: -Cámbiense a vivir solos –ni una palabra más. Tenía razón, era tarde para todo.
En democracia el pueblo elige a sus autoridades locales, a sus legisladores y a la cabeza del gobierno nacional. No, no siempre.
En democracia, la gente elige a sus representantes en el Poder Legislativo y a sus autoridades locales, pero la elección del jefe del gobierno nacional no necesariamente resulta de comicios abiertos a toda población. A brocha gorda las democracias se dividen en dos: parlamentarias y presidencialistas.
Nadie duda de la solidez democrática de la Gran Bretaña; su régimen es parlamentario y la gente no elige al Primer Ministro (su Jefe de Gobierno), eso lo hace el Parlamento cuyos integrantes sí son elegidos por la ciudadanía; mismo caso en Alemania y en 36 países más de Europa. Elegir al jefe de gobierno es cosa muy seria como para dejarla a lo que la gente diga. Cosa interesante de este sistema es que el Parlamento así como nombra al jefe de Gobierno, lo puede correr y nombra a su sustituto sin necesidad de comicios.
En México rige el presidencialismo, copiado del de los Estados Unidos, pero mal copiado porque en los EU el elector NO elige al Presidente; al votar por su candidato, solo elige a sus representantes en el Colegio Electoral, que decide quién será el Presidente, tenga o no la mayoría de los votos ciudadanos; el Trump obtuvo menos votos que doña Hillary y se trepó, porque sí ganó en el Colegio Electoral; aparte, el Colegio tiene atribución legal para poner de Presidente a quien le pegue la gana, no ha pasado pero está en su ley.
Respecto de nuestro risueño país, le pregunto a usted (sea sincero, nadie se va a enterar), si considera que el elector promedio, vota por convicciones, responsable y razonadamente… antes de que responda, le solicito recuerde que el elector tenochca, sustituida la macana de obsidiana por la crayola del INE, eligió a Enrique Peña Nieto, como presidente, Jefe de Gobierno, jefe de Estado y comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, ¡Peña Nieto!; al Cuauhtémoc Blanco, como gobernador de Morelos; al Samuel García, como gobernador de Nuevo León… y podría este menda dar más ejemplos de democráticas y muy vergonzosas decisiones de nosotros los gallardos integrantes del peladaje nacional.
En general hemos tenido titulares del Poder Ejecutivo cuando menos, presentables y unos pocos de presumir, pero también hemos padecido otros de jalarse los pelos. Antes, toda la responsabilidad por quien llegaba a la presidencia era del PRI, del ‘sistema’, que ponía a quien decidía y se limpiaba con la gente; pero desde 1994 llega al cargo el que junta
más votos y no deja de llamar la atención que a la hora de despellejar en una plática de amigos al Presidente de turno, pareciera que llegó de otro planeta, que se hizo con el poder con artes mágicas, que nos lo puso un país enemigo, cuando somos nosotros los que los montamos en La Silla y nadie asume su responsabilidad; nunca ha oído este menda a ningún connacional aceptar que metió la pata, que votó mal, a lo loco, porque nadie está dispuesto a aceptar que lo eligió porque “le latió”, porque le cayó bien, porque le regalaron una despensa y se le hizo gacho no cumplir, porque creyó en promesas que rara vez dejan de serlo; o nomás por no votar por otro, ejerciendo el tonto derecho de pataleo (caso de estudio: José Antonio Meade).
Por eso tal vez fuera mejor cambiar a un régimen parlamentario. Sí, es política ficción, no sucederá, pero soñar no cuesta nada. Si no tan raramente la gente vota a lo tarugo (este menda confiesa públicamente haber votado por Peña, Peñita, Peña, ‘mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa’), si influye tanto en el resultado de los comicios la catarata de dinero que se gasta en propaganda, promoviendo candidatos con técnicas de mercado para vender papel higiénico o comida chatarra; si todo eso pasa, entonces que el voto del tenochca etílico, irresponsable, ignorante, vacilador o vendido, no influya directamente en la elección de nuestro Presidente.
Se trata de acotar el daño, que el voto del elector de capacidades cívicas diferentes, no pase de uno entre 500 diputados, de uno entre 128 senadores, pero que no influya directamente en algo tan grave como quien será Presidente de nuestra república.
Habrá quien diga, con algo de razón, que nuestro Poder Legislativo no estaría a la altura, que el parlamentarismo mexicano iba a acabar en una cena de afroamericanos (nótese la corrección política), y bien puede ser cierto, pero lo que se atreve a asegurar este su texto servidor es que si en 1821 (o ya muy tarde en 1929), hubiéramos optado por un régimen parlamentario, ahora ya funcionaría como relojito pues nuestros legisladores nunca hubieran sido las criadas del Ejecutivo, las barraganas, las mantenidas, sino las patronas y más temprano que tarde hubieran asumido su propia importancia. Jamás hubiéramos tenido presidentes emperadores, señores dueños temporales del país.
Lo que se antoja como insostenible es seguir con nuestra rara manera de gobernarnos, con este extraño dogma del plazo sexenal sagrado que impide hacer cambios y evitar más daños, aunque sea obvia la urgencia de relevar a quienes en los hechos no dan la talla. Tal vez sea imposible brincar a un régimen parlamentario, pero dada nuestra afición a cambiar la Constitución, tal vez sea hora de obligar al Presidente a presentarse una vez al mes ante el Congreso a informar, a rendir cuentas y aguantar vara.