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Agua y ajo / La Feria

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Sr. López 

Contaba la abuela Elena que allá en Autlán, a principios del siglo XX, dos de sus hermanas mayores se pusieron de novias de un par de donceles de una familia que tenía cuentas pendientes con ellos, los Michel; al mismo tiempo requebraba a una tía suya, viuda, un señor en la misma condición y con fama de matrero, con el que el papá de la abuela y hermano de la viuda, había tenido algunas diferencias (a balazos). Las cosas discurrieron y ya pedidas las tres alguien tuvo la idea de hacer una boda triple y una fiesta triple también, porque iba a ser ‘muy bonito’ (y gastaban menos). Y le ganaba la risa a la abuela contando la batalla campal en que terminó la celebración, con el cura párroco gritando: -¡Es fiesta, es fiesta! 

Contando hoy, en siete días se celebran los comicios. Por criterios de orden práctico y políticamente muy imprudentes, coinciden las elecciones de diputados federales; diputados de todos los congresos locales (menos Coahuila y Quintana Roo); gobernadores de 15 estados (casi medio país); alcaldes y ayuntamientos de 30 estados (excepto Durango e Hidalgo), más Junta Municipal de Campeche, Sindicatura de Chihuahua, regidores de Nayarit y presidencias de Comunidad en Tlaxcala. En 2024 se repite la dosis agregando senadores y Presidente de la república. 

No es prudente la concurrencia de elecciones de tantos los cargos públicos porque a la gente no le interesa tanto quién se va de legislador a la capital del país o al Congreso local, pero su Gobernador sí y más su Ayuntamiento. Las elecciones de alcaldes suelen calentarse mucho, del Cabildo dependen decisiones que la afectan en directo, la gente de cada localidad se conoce. Y esa tensión se eleva por la ya legalizada reelección que desata apetitos y pone de malas a no pocos electores. 

Las razonadas sinrazones prácticas y económicas por las que se hizo coincidir la fecha de tantas elecciones, con la reforma electoral de 2014, dejaron de lado los motivos por los que se atomizaban los procesos electorales; no eran bobos los políticos de antes, sabían que ayudaba a llevar la fiesta en paz, no hacerlas muégano. En fin, ya es así y el asunto tiene ahora un ominoso cariz que nadie previó: la delincuencia organizada. 

Sea o no cierto que el crimen organizado controla entre el 30 y el 35% del territorio mexicano, como afirmó ante el Pentágono el 17 de marzo pasado el general Glen VanHerk, jefe del Comando Norte de Estados Unidos (quien explicó que las organizaciones criminales operan en “zonas sin gobierno” de México), lo que no se puede negar es que los cárteles tienen notoria presencia en amplias regiones en las que alcaldías y puede ser que hasta algunos gobiernos estatales, están inermes, indefensos ante su poderío de fuego y brutal violencia que no conoce límites. 

Y tampoco se puede suponer con optimismo bobo que los gerifaltes al mando de esas bandas de delincuentes, no han descubierto las bondades de hacerse de los cargos de elección popular mangoneando mediante el terror, los procesos electorales. Por ello no se puede desdeñar con simpleza ni considerarlo ‘amarillismo’ de la prensa, el número de candidatos, líderes partidistas, operadores políticos, funcionarios, alcaldes y jueces, amenazados, agredidos, secuestrados y asesinados en el presente proceso electoral que desde su inicio en septiembre del año pasado, al 17 de mayo, suma 83 asesinatos, 32 de ellos candidatos, en 11 estados (Baja California, Chiapas, Chihuahua, Guanajuato, Guerrero, Jalisco, Nuevo León, Oaxaca, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz), lo que permite suponer que no andan tan mal las cuentas del tal Glen VanHerk. 

Se suma al enrarecimiento del ambiente político, la abierta intervención del gobierno federal en el proceso. No es nuevo que altos funcionarios, incluidos gobernadores y presidentes de la república, metan las narices en las campañas políticas, es vicio profesional, parte de su genética, no debería de ser ilegal, como no lo es en prácticamente todo el mundo, pero en México es ilícito y por buenas razones, dados nuestros largos antecedentes y gran creatividad en el fétido oficio de trampear elecciones. Lo nuevo es el descaro y eso exacerba los ánimos y en nada ayuda a que las cosas discurran como deben, como lo han hecho un par de décadas. 

También preocupa que desde la presidencia de la república se hable de un fraude electoral en marcha y que el INE “está del lado del partido conservador” (26 de abril pasado). Preocupa porque conociendo el sebo de nuestro ganado, sabemos que no es difícil que lo que esté en marcha sea el reclamo de fraude en caso de que los resultados de las urnas no le resulten de su agrado. 

Bueno, todos sabemos cuál es la medicina para todo esto: votar, pero votar masivamente… y aceptar todos lo que resulte de eso. Si Morena y rémoras, ganan, pues ganaron y si pierden o ganan menos, pues, lo mismo. Agua y ajo. 

También conviene tener en cuenta que es muy válido dar el voto a personas de valía que militen en partidos que no sean de nuestro agrado, se llama voto diferenciado. Grave sería que eligiéramos al primer gañán que nos encontremos en la boleta, con tal de no dar un voto al partido que nos revienta el hígado. No nos podemos dar el lujo de dejar fuera del gobierno o las cámaras de diputados a aquellos que tienen la papeleta limpia y el cráneo relleno de sesos. No nos apasionemos tanto. 

Por último, tratemos de no ponernos histéricos pensando que si arrollara el partido del Presidente y sus Sanchos, es un hecho que intentará prolongar su mandato. Eso lo va a tantear, gane o pierda. Él es muy dueño de cómo quiere pasar a la historia y ya habrá tiempo para recordarle el artículo 83 de la Constitución en la parte que reza: 

“El ciudadano que haya desempeñado el cargo de Presidente de la República, electo popularmente, o con el carácter de interino o sustituto, o asuma provisionalmente la titularidad del Ejecutivo Federal, en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”. 

Lo dicho, agua y ajo.

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