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¡Adiosito! / La Feria

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Sr. López

Tía Parita (se llamaba Gaspara, cómo quería que le dijéramos), anunció en una sobremesa familiar, que se iba a separar de su esposo, el tío Jorge, y se le vino el mundo encima: todo el clan materno-toluqueño de este tecleador adoraba al tío, era más simpático que Tin Tan, bailaba como Fred Astaire, cantando era un Pedro Infante, siempre tenía una palabra amable para todos y era muy niñero. Tía Parita, que de tonta no tenía un pelo, encendiendo uno de los puritos que fumaba, dijo: -Bueno, no me separo, entre todos me pasan el gasto y ya –enmudeció el palenque; se sabía bien: tío Jorge era ‘desobligado’. 

Según Consulta Mitofsky, el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene un 58.4% de aprobación al cierre de su segundo año de gobierno, lo que parece significar que casi 6 de cada diez tenochcas están de acuerdo en su modo de gobernar (a menos que los encuestados se refieran a su oratoria). Imagina este menda el alegrón en Palacio Nacional y también supone su texto servidor que ese dato provocó retortijones a sus detractores y desilusión a los que piden que ya renuncie (ilusos, por eso se desilusionan).

A reserva de saber para qué sirve un sondeo de opinión sobre el director técnico de un equipo de futbol, entre los asistentes al estadio a los 30 minutos de iniciado el partido, se le recuerda si para ello no tiene inconveniente, que en el mismo plazo, don Calderón traía el 61.3% aprobación; Peña Nieto, el 40.8%… y por cierto, Salinas de Gortari, el 66.6% (todos son datos de Mitofsky, no se aceptan reclamaciones).

Así vistas las cosas, el huésped de Palacio Nacional está muy arriba de su antecesor directo, Peña Nieto, pero debajo de Calderón y Salinas de Gortari.

Nada más que también hay tomar en cuenta otro dato: el porcentaje de personas que no están de acuerdo con su gobierno: AMLO, 41.2% lo reprueban; a Peña Nieto, el 40.8%; a Calderón, el 36.1%…y a don Salinas, villano favorito de la tragicomedia que es nuestra política, lo desaprobaba solo el 22.8% 

Ya puesta en escala la aprobación del actual Presidente, resulta que no hay mucho que celebrar. Un Presidente que inició su sexenio en el 76% de aprobación, debería estarse sobando el cuadril por el batacazo de caer 17.6% en dos años y eso con una observación relevante: a un político serio le interesa igual cuántos le echan porras y cuantos le dedican serenatas a su señora mamacita.

No es dato menor: el actual Presidente es desaprobado por más tenochcas que Peña Nieto; está muy lejos de Calderón y a una distancia astronómica de Salinas de Gortari.

Ya es muy asunto de cada quien celebrar o vestirse de luto. Números son números: la aprobación presidencial no es muy diferente que la de los otros y su desaprobación es la mayor.

Y hablando de números: es del todo incomprensible el optimismo oficial. De acuerdo, las encuestas les dan materia prima para mentir con garbo, pero ellos deben estar al tanto de las otras cifras, las que van a cargar el resto de sus días, que se les desea sean muchos:

En 2019 hubo 37,315 homicidios dolosos; en 2020, el propio gobierno estima otros 40,863 asesinatos, como consigna en el texto de su segundo informe; 78,178 muertos por la inseguridad pública que tanto se nos dijo que sabían cómo enfrentar. Y para medir el tamaño de este baño de sangre, tome usted en cuenta que ese número de fiambres es más de la mitad que los de todo el sexenio de Peña Nieto (150,992 muertes violentas); y peor: en la administración de Felipe Calderón, hubo 65,362 homicidios dolosos vinculados con delitos federales (datos del  Sistema Nacional de Seguridad Pública y la entonces Procuraduría General de la República).

Ante las cifras de esta carnicería no vale la pena enlistar todos los plazos que ha comprometido el presidente para que mejore la seguridad pública, pero sí que declaró el 2 de septiembre pasado: “Tengo confianza de que vamos a serenar al país, se va a disminuir la incidencia delictiva, porque ya no hay contubernio. No hay asociación delictuosa entre la delincuencia organizada y las autoridades. Está bien pintada la raya”. Él tiene confianza, no se sabe con qué fundamento; otros tienen difuntos y mucha desconfianza.

Luego están los fallecidos por el Covid-19, pandemia que no causó el gobierno pero que cada vez es más evidente que se atiende con una rara mixtura de criterios médico-políticos, científico-populistas. Ya llegamos en las cuentas oficiales a 105,940 difuntos; así, dando por bueno lo que nos dicen, tenemos sin trapitos calientes, el peor índice de letalidad del mundo, se nos muere el 9.51% de los enfermos, nos sigue en la lista del terror, Irán con el 5.4%; Italia, 3.8% y EUA, 2.2% Ante esto, no hay explicación que valga.

Este gobierno pregona su rosario de triunfos encaramado sobre una enorme pila de muertos. Cuando termine el sexenio se sabrán cosas, muchas cosas. No hay manera de guardar un esperpéntico secreto de esta magnitud. Y no da gusto. Seria precioso verse obligado a aceptar que lo han hecho muy bien en seguridad y salud pública.

De cifras sobre pobreza, desempleo y crecimiento económico, todo está dicho. No venzamos de más, como aconsejaban los cónsules romanos.

Uno no es quien para ponerse a dar consejos a nadie pero sería agradable  que el Presidente, las estrellas de su gabinete y los apologetas varios de la cuarta transformación, ya no se distrajeran echándose porras entre ellos, ebrios aun por la arrolladora victoria de 2018. Ganaron, ganaron bien. Punto.

Lo prudente es que ya le paren a la parranda de triunfalismo y que ya superada la cruda que les va a dar cuando enfrenten la realidad, vayan pensando en que lo que les queda de sexenio se les va a ir igual de rápido que se les fue esta primera tercera parte del tiempo que durarán trepados en el poder. Que hagan cuentas: son tres años y diez meses más; de esos, que descuenten los meses en que el país va a estar de cabeza en elecciones: 2021, elecciones quasi generales; 2022, de revocación de mandato; 2024, presidencial y ¡adiosito!

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