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Abrazo gigante para Arcadio Acevedo

Abrazo gigante para Arcadio Acevedo
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Manuel Ruiseñor Liévano

En estos días castigados por la incertidumbre y el desasosiego sobre el estado de salud de ese singular amigo –hasta el tuétano del alma–, que responde al nombre de Arcadio Acevedo Martínez; impulsado además por el resorte anímico que activó en mí el texto evocador y cordial compartido el sábado pasado por Carlos Román García, titulado, “Los juegos de Arcadio”, se me arrugó el corazón y me brotaron urgentes estas líneas breves, donde se encubre mi preocupación, pero a cambio se revela un abrazo fraterno y mi gratitud hacia su persona por todo lo vivido y compartido en inolvidables cuanto alegres y delectables episodios.

Para empezar, quiero dejar asentado que me queda claro que ya sea aquí, allá o en la otra orilla del lago de la noche eterna, porque no está dicha la última frase, proseguiremos ese coloquio que paso a paso nos fue revelando saberes y enlazando en las complicidades que erigen a las grandes amistades. El juego de pensar, sumar, contar fichas, historias y grillas sobre el tapiz de los sueños.

Reconozco en Arcadio –Arcady–, a un hombre educado, propietario del buen decir y escribir; riguroso y encelado cuando del empleo correcto de la lengua española se trata, como bien refiere Carlos Román. A su vez, aprecio en él a un hombre generoso, hospitalario y consecuentemente estupendo anfitrión.

Tengo para mí el gusto de haber gozado de sus letras al inicio mismo de nuestra amistad, hace la friolera de 37 años. Así conocí “El postigo”, la novela breve que lo bautizó en la república de las letras, publicada primero en Michoacán y años más tarde reeditada en Chiapas con prólogo de Héctor Cortés Mandujano, la tierra donde Arcadio se curtió en afectos, querencias, trabajo literario, periodístico y se consolidó como artista plástico.

Un enorme capital espiritual, respecto del cual la mayoría de quienes seguimos siendo distinguidos por su trato y afecto, desde tierras chiapanecas le mandamos un abrazo gigante.

Querido Arcadio:

Además del saludo reiterado, teacher, como te llamamos con cariño, quiero decirte que tenemos pendiente una charla sobre tus proyectos, amores, libros; la política, el boxeo o el futbol. Tienes mi promesa de que en la partida de dominó –aún por jugar–, no habrá cachirul. A todo lo cual, como es debido, sigue el compartir aquel elixir ámbar o perla que noche tras noche solíamos beber y cuyo efecto está impreso en los hilos de plata que hoy son mayoría calificada en nuestra cabeza. Así sea.

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