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A río revuelto… / La Feria

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Sr. López 

De tío Alfredo decían en la familia que vivo fue malo y muerto, peor. Y era cierto: un poco más rico de lo generalmente aceptado, tuvo siete hijos varones con tía María Luisa, los maltrató a los ocho parejito y los ocho esperaban que su siempre mala salud les regalara su absoluta ausencia y heredar, que por eso lo aguantaban y al final, por lo mismo lo atendieron los largos meses que estuvo en cama dando mucha lata. Cuando por fin tuvo a bien irse a la tumba, vinieron a enterarse de que les heredó todo en un fideicomiso en el que para disponer de una diminuta mensualidad por cabeza, cada uno necesitaba el acuerdo firmado de todos los demás. El notario sintió pena al leerles el mensaje de despedida del finado… “y mátense”. Hay casos. 

Resuena en su cabeza el artículo 83 de la Constitución, donde se ordena que quien haya sido Presidente electo, interino, sustituto o provisional “(…) en ningún caso y por ningún motivo podrá volver a desempeñar ese puesto”. Sabe que no fue posible la “transformación” nacional. Ve inevitable la revisión de resultados con aroma de ajuste de cuentas, a partir del 1 de octubre de 2024, primer día del siguiente gobierno federal. Al creer todo perdido, él, que no sabe perder, sube la apuesta. Y la apuesta es al desorden. 

Al tanto de que Morena es una madeja de intereses en la que los convencidos son pocos y los acomodados, más; los leales escasos y los lastimados muchos. Enterado mejor que ninguno -por su biografía-, de la precaria fidelidad de los sucesores en el poder y en los partidos. Al creer todo perdido, él, que no sabe perder, sube la apuesta. Y la apuesta es al desorden. 

Convencido de que su inmensidad personal hace inevitable la embestida de enemigos, embozados, unos, y otros abiertamente desafiantes. Consciente de que la corrupción inducida y ordenada, consentida y tolerada, aunque sin pruebas que lo incriminen, es inocultable y lo ensuciará en el tribunal de la opinión pública que no admite defensa. Al creer todo perdido, él, que no sabe perder, sube la apuesta. Y la apuesta es al desorden. 

Advirtiendo que carece de suficientes leales para acaparar las candidaturas del proceso electoral de 2024, ¡ay, tan cerca!, aparte de la presidencia de la república, 128 senadores, 500 diputados, nueve gobernadores, 31 congresos estatales, 16 alcaldías de la CdMx y ayuntamientos por todo el país, ¡ay, tantos! Al creer todo perdido, él, que no sabe perder, sube la apuesta. Y la apuesta es al desorden. 

Sin asimilar que el inmenso poder presidencial resultó ser inmensamente menor de lo que creía, atado al recuerdo de los tiempos del echeverriato mesiánico y del Quetzalcóatl López Portillo, sigue con la herida abierta por su fallido intento de influir en la Suprema Corte con los cuatro ministros por él propuestos; cargando la frustración de no haber dominado al INE ni porque cuatro de sus consejeros él los impulsó; exasperado porque tampoco llega su voz de mando al Banco de México a través de los dos subgobernadores y su Gobernadora que él nominó. Al creer todo perdido, él, que no sabe perder, sube la apuesta. Y la apuesta es al desorden. 

Desconfiando de todos, en su entorno y en su partido, a los integrantes de su gabinete impuso una mordaza y solo él habla, todos atentos a sus conferencias de prensa y declaraciones, pues solo él decide todo; por lo mismo, impidió que Morena evolucionara de movimiento a partido, que no es, que no forma cuadros, que no tiene instancias internas de gobierno, porque así debe ser, porque así lo quiere: un dócil instrumento que solo él maneja y ahora lo desespera por su incapacidad para cumplir las tareas que le asigna ante la evidencia de que no es omnipresente ni omnisapiente y que lo rebasan los asuntos… y luego en las elecciones intermedias ganó el gobierno en once estados, de 15 que tuvieron elecciones, pero perdió la Cámara de Diputados y más de la mitad de la Ciudad de México, dejándolo con una victoria con sabor a derrota y peor, porque sabe que de “sus” gobernadores, varios no son de él y sí son unos adefesios que en las elecciones de 2024 le pueden costar votos de castigo, pero él no sabe perder y sube la apuesta. Y la apuesta es al desorden. 

Por todo eso, él acomodó sus piezas. Primero, aseguró el control del partido con un presidente nacional pequeñito, Mario Delgado, bien controlado por sus andanzas como secretario de Finanzas de la Ciudad de México de 2006 a 2010. Luego su corcholata favorita, Claudia Sheinbaum, leal, leal, y en caso de apuro, leal por precaución, por lo del colapso del Colegio Rébsamen y sus 26 fallecidos, 19 de ellos, niños. 

Y también, imponer su Plan B, que es posible, es cosa de jugar con el tiempo. Si ya aprobado en el Congreso con la mayoría simple de Morena y asociados, se retrasa su promulgación en el Diario Oficial de la Federación, hasta las 11 de la noche con 59 minutos del 1 de junio de este año, la Corte no tendría físicamente tiempo para recibir ni resolver las acciones inconstitucionalidad ni los amparos contra el Plan B, antes del 2 de junio, pues el artículo 105 de la Constitución dice que no se pueden modificar leyes electorales en un plazo de 90 días previos al inicio del proceso electoral que es el 1 de septiembre de este año. 

Sería un choque de trenes porque la Suprema Corte y cualquier juez, cualquiera, a las 11 de la noche con 59 minutos y 59 segundos, podría acogerse al fallo de la propia Corte del 28 de septiembre de 2021 y hacer el control ‘ex officio’ de constitucionalidad de todas las normas sujetas a su conocimiento, impidiendo su aplicación. ¡Qué lío!, diría Celia Cruz. 

Ese es el plan para amarrar el 2024: el desorden, el despido de los profesionales de los procesos electorales; la incertidumbre de instalación y ubicación de casillas; el conteo de votos en manos de ciudadanos sin capacitar que no sabrán ni elaborar las actas de cada casilla (léase ‘Casillas peligrosamente saturadas’, de Héctor Aguilar Camín, en Milenio de ayer). Y ya sabe, a río revuelto…

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