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A punto de hervor / La Feria

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Sr. López

Tío Alfredo estaba a poquito de pasar al definitivo estado de fiambre. Su vida entera fue mala persona, mal hijo, mal hermano, mal esposo, mal padre. Una sabandija que tía Chabelita, su esposa y mártir, aguantó porque en el Toluca de la primera mitad del siglo pasado, divorciarse era impensable. Total, por lo que sea, lo aguantó hasta ese momento en que el médico a nombre del tío, se dio por vencido. El moribundo, después de poner su alma en saldo cero con Dios, pidió que entraran su esposa y siete hijos, para despedirse. Todos con cara de circunstancia alrededor de su cama le oyeron murmuran casi con su último aliento, que no pensaran que iba a pedirles perdón de nada, que él se iba con la conciencia tranquila. Y tía Chabelita, modelo de paciencia que hubiera exasperado al Santo Job, por primera vez en su vida soltó una mentada de madre, la abrazaron sus hijos. Los de la funeraria fueron directo de la casa al cementerio; no hubo velorio, duelo ni luto. Familia, amigos y vecinos, festejaron.

El Presidente declaró ayer sobre el desastre por las inundaciones en su natal Tabasco: “Están muy desesperados nuestros adversarios, pero tenemos nuestra conciencia tranquila. Yo tengo un tribunal, que es el que me juzga y ese tribunal es mi conciencia (…)”.

Habría que precisar algunas cosas: primera, la tragedia no es solo en Tabasco, sino en Chiapas y Veracruz, por lo menos; segunda, que no hay manera de achacar a sus ‘adversarios’ los señalamientos sobre la responsabilidad de su gobierno pues antes que nadie, los hace el Gobernador de la entidad, Gobernador de Morena; y tercera, que la atención en los medios de comunicación en esta catástrofe de proporciones bíblicas, se debe a que el Presidente declaró días antes, que iba a resolver las inundaciones en la capital de Tabasco, mediante un decreto presidencial:

“Vamos a resolver mediante un decreto presidencial el que se controlen las presas, las hidroeléctricas del Río Grijalva, para que no permanezcan llenas las presas, los embalses, los pasos de las presas y sobre todo en meses de lluvia, en septiembre, octubre, noviembre, para que no tengamos que actuar de emergencia”.

Bueno, pues, ¡sorpresa, Presidente!: se desbordó el Grijalva, la naturaleza no está a sus órdenes.

Que el Presidente se refiera a su conciencia como unidad de medida de la pureza de sus actos de gobierno no es novedad, lo mismo declaró el 21 de octubre de este año refiriéndose a la liberación de Ovidio Guzmán, el Chapito: “Tengo mi conciencia tranquila, la gente de Sinaloa juzgará”

Los viejos de antes decían que no era tan bueno tener la conciencia tan tranquila, pues un poco de preocupación y hasta culpa, mantienen despiertos los sentidos y atajan el riesgo de volver a meter la pata. 

Nuestro Presidente al recurrir a su tranquilidad de conciencia como elemento probatorio de la bondad ética y acierto de sus actos como gobernante, se mete en una lista de otros que dormían a pierna suelta:

Efraín Ríos Montt, dictador guatemalteco, famoso por su lema: “No robo, no miento, no abuso”; condenado a 80 años de prisión (que nunca cumplió), por el genocidio de 1,771 mayas ixiles, antes de morir dijo que estaba “con la conciencia tranquila”. Qué alivio.

Fidel Castro el 24 de febrero de 2008, dimitió a sus cargos de jefe de Estado y comandante en jefe de Cuba (ni modo de poner que renunciaba a su dictadura), y el viernes siguiente publicó un artículo diciendo “duermo tranquilo… tengo mi conciencia tranquila”. No le robaban el sueño 5,775 fusilamientos sumarios (el Che Guevara, el 11 de diciembre de 1964, se desgañitó ante la Asamblea General de la ONU: “¡En Cuba se fusila y se seguirá fusilando!”), 1,234 asesinatos extrajudiciales, 984 homicidios provocados dentro de las prisiones, 200 desaparecidos, 20 mil presos políticos y 2 millones 500 mil exiliados. Tranquilito el caballero.

Nicolás Maduro, el 15 de junio de 2017, después de la represión con algunos muertos, de manifestaciones en su contra, declaró: “tengo la conciencia tranquila y más temprano que tarde llegará la justicia y me absolverá de las acusaciones que lanzan dirigentes opositores en mi contra”. Esos opositores…

Jair Bolsonaro, el populista que gobierna Brasil, quien calificó el Covid-19 como una ‘gripita’ y se niega a usar cubre bocas, el 9 de agosto pasado, al llegar su país a tres millones de contagiados y 100 mil muertos por la pandemia, declaró: “tengo mi conciencia tranquila”. A todo dar.

Solo para que no se califique a este menda de rudeza innecesaria no cita otros casos de tranquilidad de conciencia de criminales nazis; de Pancho Franco el dictador de España; de Pol Pot el brutal genocida de Camboya; y otros más.

El punto es que tal vez sería prudente que nuestro Presidente no alegara en su defensa la tranquilidad de su conciencia, pues ese es recurso último de quienes no resisten examen y se refugian en su conciencia, sin percibir que tal cosa es un acto de cinismo, equivalente a “yo le respondo a mi propia conciencia”, que es tanto como decir: “solo me importa lo que yo pienso de mí”; aparte de que ese estado de tranquilidad de conciencia a veces resulta precisamente de la falta de conciencia, con un único atenuante: la deformación involuntaria de la conciencia resultante de males de orden psiquiátrico, como la neurosis narcisista.

Por último: de qué le sirve a la gente que está sufriendo esas inundaciones, que el señor tenga la conciencia tranquila.

Es en apariencia cruel, pero a nadie le importa un pito si el señor duerme como lirón, si tiene agruras o sufre hemorroides, y con todo derecho se encabrita cuando el gobierno saca el bulto a sus responsabilidades, atribuyendo los errores de hoy a los desaciertos de antaño. Si los problemas de hoy son responsabilidad de quienes se fueron del gobierno hace dos, ocho y 24 años, es urgente saber a partir de qué año de esta administración asumen la responsabilidad. Nada se resuelve, los problemas se acumulan y el país poco a poco se pone a punto de hervor.

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