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A Mario Gómez, en su memoria / Código Nucú

A Mario Gómez, en su memoria / Código Nucú
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César Trujillo
Conocí al periodista Mario Gómez allá por 1989. Éramos muy niños. Sin embargo, desde ese tiempo ya soñábamos con salir de Yajalón a estudiar. Fue en la preparatoria donde nuestra amistad se hizo más sólida y donde nos frecuentamos con más regularidad: por las tardes para hacer alguna tarea o simplemente para platicar de lo que nos inquietaba en alguna banca del parque central. Con él podía hablar sin tapujos y eso me agradaba. Quizá, ahora que lo pienso, porque se comportaba como adulto pese a nuestra corta edad.
Recuerdo que Mario usaba palabras rimbombantes que escuchaba de los discursos de su padre que era, en ese tiempo, un líder social miy respetado y quien tenía las riendas del Partido del Trabajo en el municipio, y del cual se sentía sumamente orgulloso. Igual pasaba con con Henry, su hermano, del que siempre hablaba con respeto y cariño.
Con Mario nos unían varios intereses, entre ellos la música, el amor por la vida y las ideas de la revolución: algunas aprendidas bajo la orientación del padre Loren y sus lecturas que siempre buscaban acercarnos para, como él decía, “pensar y entender el mundo desde otras voces y otras miradas”.
En esos años gustábamos de tocar la guitarra. Ensayábamos durante semanas para poder salir a dejar serenata los 10 de mayo a nuestra madres, y a las ventanas de las señoritas de las que estábamos enamorados y que no sabíamos cómo acercarnos más que cantando. Recorríamos el pueblo desandando la noche entre bromas y el humo de los primeros cigarros que fumábamos a escondidas de nuestros padres, y cantábamos con el corazón en la mano, a todo pulmón: eso sí, buscando sonar algo entonados.
Nuestra amistad era tan grande que, pese a que estábamos en grupos diferentes en el CBTA 44, coincidíamos en los recesos y a la hora de la salida, o bien, nos hacíamos tiempo para comer un bolis mientras bajábamos cada uno a su casa. Siempre andábamos en plebe. Lo mismo pasaba en las materias agropecuarias, o cuando nos convocaban a limpiar con machete y garabato los predios de la preparatoria: en donde habían varias hectáreas de limón sembradas, o a armar los camellones para la siembra que representaban las horas de práctica que exigía la propia dirección del plantel.
Es más, mi primer acercamiento a la política a ras de suelo fue con Mario. Lo recuerdo bien: una tarde nos convocó en las inmediaciones del parque central, a un costado del Ayuntamiento, a una reunión urgente. Jorge, Miguel Ángel, Huber, Emilio, Mario y yo nos vimos y hablamos, como tantas otras veces, aunque ahora muy en serio. El tema era sencillo: un candidato necesitaba una avanzada que pegara su propaganda en los postes del pueblo e iban a pagar. A esa edad el dinero nos caía de maravilla y aceptamos. Era, eso sí, la primera vez que nos reuníamos para hacer algo diferente y creo, hasta hoy, que eso nos unió aún mucho más, sobre todo cuando la rumorología nos advirtió que un grupo opositor nos buscaba para confrontarnos. Siendo honestos, eso nos gustaba. Queríamos medirnos a trompadas con los otros y mostrarles de qué estábamos hechos. Sí, éramos imprudentes, atrabancados y apasionados, ¿qué joven de 16 años no lo es?
Recuerdo que hicimos nuestro engrudo y lo repartimos en cubetas. Nos dividimos en dos equipos. Avanzamos y nos advirtieron que por nada del mundo debíamos confrontarnos con nadie de los otros partidos que también estaban en la campaña trabajando. Entre dientes, y refunfuñando, obedecimos y así lo hicimos. Aunque la verdad fue suerte no habernos enfrentado, pues a esas alturas quién sabe qué hubiese sucedido conociéndonos.
Toda una semana caminamos nuestro natal Yajalón por las noches entre bromas hasta que la madrugada nos alcanzaba y nos enviaba a la casa, agotados y contentos, a tratar de conciliar el sueño. Compartimos, incluso, hasta sorbos de caña con algunos miembros del escuadrón de la muerte que reposaban el frío en alguna esquina bien iluminada.
El día de las elecciones, lo recuerdo bien, Mario me pidió llegar al búnker que estaba frente a la iglesia. El pueblo vivió su fiesta democrática en paz y el candidato al que apoyamos ganó con gran ventaja. Todos brindaban y celebraban. Y no sé porque, lo confieso, nosotros sentíamos esa dicha de haber puesto un granito de arena. La felicidad era doble: esa noche nos pagaron lo prometido y partimos al punto de reunión en el parque con la frente en alto. Nos quedamos fumando por un rato, en silencio, mirando a la nada, y partimos. Aún recuerdo que me dio tiempo de pasar por pan dulce para llevar a casa y cenar con la familia ese café de tortilla que mamá siempre hacía.
Hoy que estamos en la antesala de que se cumpla el primer aniversario luctuoso del asesinato de mi amigo Mario, no dejo de pensar en todo eso que compartimos y de lo injusta que es la vida, de lo cabrón que está todo en el medio y de que seguimos esperando que se avise que ya cayeron sus asesinos intelectuales.
Cómo olvidar cuando partimos de Yajalón y presentamos el examen en la Facultad de Humanidades, o cuando compramos el periódico y vimos las matrículas de aprobados y soñamos con mo que haríamos a futuro, o bien, cuando decidimos irnos a licenciaturas diferentes: él a Comunicación y yo a Literatura. O el día que tomamos el autobús de Transportes Tuxtla para partir con la maleta de ropa y los sueños de triunfo, en la tarde y en domingo.
O como cuando rentamos nuestro primer cuarto juntos en las inmediaciones del Parque de La Marimba (dormíamos en literas) y cooperábamos nuestro poco dinero para ir por tacos de “un peso” y la coca jumbo, en la zona del mercado los fines de semana.
¡Caramba! Ha pasado ya un año (este 21 de septiembre es la fecha) desde que estaba leyendo poesía en el Festival Carruaje de Pájaros y mi hermana me mandó los mensajes para avisarme de su viaje, para decirme que ya no estaba con nosotros. Meses antes habíamos hablado, tras el asesinato de mi tío, donde se solidarizó con mi pérdida y nos sugerimos tener cuidado. Quien nos viera ahora, ¿no?
Lo cierto es que estamos acá, recordándolo desde estas líneas y evocando nuestro pasado que es lo que ahora nos queda. Yo prefiero ir mostrando a todos cómo vivió, de lo feliz que era, de su lucha siempre por lo que consideraba justo, de su voz protestante, de las veces que marchamos para exigir al gobierno de Pablo Salazar que no subiera el pasaje, de las veces que tomamos Humanidades, de nuestros brindis con los envases de caguama porque extrañábamos el terruño.
Ya nos toparemos un día de estos, Che. Mientras eso pasa, seguiremos exigiendo, como vos, con el puño en alto, con el arma de la palabra escrita, justicia, justicia, sí, #JusticiaParaVos, querido Mario.
#Manjar Ahora en las fiestas patrias, en el Grito de Independencia del presidente Andrés Manuel López Obrador, allá en el zócalo, dicen que fue la Delegación Chiapas la que arrancó suspiros con sus tradiciones y sus trajes típicos. Bien lo hizo Zoé Robledo a quien le encargaron todo lo referente a estos festejos. Las fotos que circulan y que son autoría del artista de la lente, Ariel Silva, hablan por sí solitas. La verdad que se siente bien que la entidad suene. #SensishitosyCarismáticos // “La prensa es la artillería de la libertad”. Hans Christian Andersen. #LaFrase // La recomendación de hoy es el libro Un sueño de igualdad de Martin Luther King y el disco de Hotter Than Hell  de Kiss. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.
* Miembro de la Asociación de Columnistas Chiapanecos.
* Delegado en Chiapas del Sindicato Nacional de Redactores  de la Prensa.
Contacto directo al 961-167-8136
Twitter: @C_T1

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