Un movimiento de desalienación cultural
- Valente Molina
La estatua del conquistador español Diego de Mazariegos, que el 12 de octubre de 1992 fue retirada del escenario urbano de San Cristóbal de Las Casas por ser una persona non grata. Poseía visiblemente el arquetipo extranjero, el mismo que posee la máscara de parachico (barbado, de nariz recta y afilada, pestañas largas, ojos azules y tez blanca) y que se exalta desde hace siglos. Esta máscara, dicho sea de paso, es parte de los elementos de la Fiesta de Enero que fue declarada Patrimonio Inmaterial de la humanidad por la UNESCO.
Los pueblos originarios se han manifestado (desde antes del movimiento del EZLN), contra los símbolos de la conquista española, contra el racismo, la discriminación, y las vejaciones sufridas desde la época virreinal, dejando claro que durante siglos ha existido un fenómeno de alienación social, es decir, un distanciamiento o perdida de la propia cultura o identidad, que ha sido reemplazada por una dominante, lo que ha hecho difícil la conciliación con las prácticas tradicionales. Aunque existen paradójicas excepciones en la asimilación de la presencia española, como la máscara de parachico, que se exalta y se porta con orgullo, son pretexto de que surgió de un acto humano por la cura de un niño enfermo.
Derribar estatuas, retirar símbolos o testimonios del pasado español o modificar escudos son, de entrada, una predecible y legítima reacción de grupos y sectores sociales que conciben herida la identidad del presente. Estas acciones se vinculan a la reciente propuesta del Congreso del Estado de Chiapas y también, a los foros públicos organizados, en los que se expresan opiniones sobre el rediseño del escudo de Chiapas. Cualquiera que sea el trasfondo, estas actividades son el preludio de un movimiento de “desalienación cultural”, que tendría consecuencias en varias dimensiones.
Consolidar la desalienación cultural fortalecería la reapropiación cultural e identitaria, e iniciaría una verdadera ruptura con la secuencia de la todavía presente, historia colonial. Siendo así, estos foros llevan camino como un movimiento naciente, aunque aún se refleja prudencia o resistencia en los discursos expresados por los personajes públicos que han participado (filósofos, antropológos, académicos e historiadores), quienes valerosamente están abriendo el escenario a la discusión en un tema muy sensible y complejo en la sociedad y que evidentemente causa reacciones álgidas.
En Latinoamérica existen varios movimientos de desalienación cultural (Perú, Ecuador y Bolivia), con discusiones socioculturales en las que participan comunidades e individuos que buscan maneras de reconectar con sus raíces y promover un sentido de pertenencia.
Si este movimiento de desalienación cultural en Chiapas se queda “mocho”, es decir solo centrado en el escudo, le quedará a deber mucho a la ciudadanía, hoy que atravesamos por un momento en el que se confrontan las verdades dominantes. Existe un debate decimonónico sobre la permanencia de símbolos históricos vinculados a oscuras y sangrientas huellas del pasado de Chiapas. Estos elementos coloniales han estado en la cultura de esta entidad como perennes monumentos llamados “patrimonio”. También prevalecen nombres de personajes en el ideario colectivo, y narrativas en los libros de texto y en las crónicas municipales, que representan discursos hegemónicos de la historia.
Por tanto, el compromiso de este grupo “pro rediseño del escudo” apoyado por el Congreso del Estado, es consolidar un movimiento emancipador que reevalúe y cuestione las narrativas que perpetúan el colonialismo, desmantelando cualquier discurso de superioridad eurocéntrica y racista que evoque aquella etapa de masacres, despojos y genocidio de indígenas. Esta desalienación cultural deberá ofrecer resultados a una sociedad cada vez más crítica.
Respeto mucho este reciente y valiente movimiento en Chiapas. Pero considero que el objetivo que persiguen y que presupone lógicamente una reapropiación de la identidad, requiere más fuerza con foros especializados y con metodologías que abran un debate epistemológico sobre el valor heurístico de los conceptos, que revisen la Ley de Derecho y Cultura Indígena y fundamenten, sin tibiezas, esta indignación con el pasado colonial. Entonces sí surgiría una pedagogía anticolonial para las nuevas generaciones, que reivindicaría una memoria colectiva basada en la experiencia y la historia de los pueblos originarios.
¡Adelante pues con estos debates públicos! A repensar el patrimonio cultural, el discurso de los museos, el espacio urbano y la narrativa histórica desde perspectivas más inclusivas, críticas y comprometidas con la diversidad y la justicia social. La pasarela ya inició con el escudo de Chiapas. Esperamos ahora en el escenario, las reflexiones sobre la máscara de parachico que evoca y perpetua la presencia española. Que se discuta sobre los espacios urbanos donde hay presencia colonial; que venga el debate sobre la fusión e hibridación surgida en el mestizaje con elementos culturales indígenas, africanos y europeos; y que se analice el sincretismo cultural entre indígenas y españoles que permeó en muchas manifestaciones contemporáneas. Y que se expliquen en cátedras los aspectos históricos, de poder, de hegemonías, de asimetrías y de definiciones críticas de ‘cultura’ y ‘colonialidad’.
Mas si osare esta intención de desalienación cultural lograr únicamente un escudo rediseñado, “que el pueblo os lo demande” (y fuerte), pues seríamos cómplices del triunfo de una débil narrativa, que eliminaría una página de la historia de Chiapas, y a eso… nadie tiene derecho.