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Teatrito / La Feria

Teatrito / La Feria
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Sr. López

El infame esposo de tía Clara, le hizo la vida de cuadritos a ella y sus siete hijos, no le cuento porque le echo a perder el día, pero para que se dé una idea: siempre le decía “a ver, déjame, sin mi te mueres de hambre con tus hijos” (“tus hijos”). Hasta que -no se supo por qué-, tía Clarita un día le contestó: -Pues me muero de hambre con mis hijos -y lo dejó. Las pasaron canutas pero no se murieron de hambre y la tía cocinando, no se hizo rica pero sí tuvo una vida muy confortable y los siete hijos con carrera. ¡Aleluya!

En edad adulta hay quienes no conocen razonablemente bien el idioma que hablan, en nuestro caso el español, ya sea porque tristemente no tuvieron escuela o porque aun teniendo estudios, nunca descubrieron las delicias del solitario placer de la lectura (leer libros, las revistas de la fila de la caja del súper, no cuentan). No pasa nada.

No pasa nada porque nos comunicamos con cierta coherencia en la vida cotidiana, a pesar de que en nuestra risueña nación, el tenochca estándar promedio, usa entre 300 y 500 palabras de las más de 90 mil que registra el diccionario, advirtiendo que el gallardo peladaje entiende más, unas mil 500, pero no las usa.

La realidad es que el español suma por ahí de 300 mil palabras, pues hay muchísimas que son derivadas (de casa: casita, casota, casucha, casilla, caserón, casona, caserío o casino que sí, deriva de casa, antes para referirse a una señorial casa de campo, ahora para los desplumaderos), modismos, tecnicismos, jerga -el lenguaje informal, como “neta”, “chamba”, “¡aguas!”, “güey” o que el niño anda “chipil”-, sin contar los extranjerismos que en nuestro caso son del inglés, que insertados en nuestras conversaciones constituyen la fétida halitosis del idioma.

Por supuesto es más que recomendable que los profesionales dominen su idioma técnico que no se parece nada a cómo hablamos los de nivel banqueta, intente entender una plática de médicos o una resolución judicial (más le vale que su abogado, sí); pero hay un caso en que no conocer bien la lengua que hablamos debiera ser delito, penado con la lectura supervisada de un libro diario, durante seis años: los políticos.

No se trata de que los funcionarios hablen rarito: “se preconiza la ingesta de zumo de cítricos dado el engrosamiento de la radiación termal ambiental”, pudiendo decir: tomen agua de limón que hace un calorón. Es lógico: los políticos y servidores públicos tienen que comunicarse con la gente común y eso obliga a usar el lenguaje llano.

Muy de acuerdo, pero deben conocer el idioma, bien, para evitar confusiones, para meter menos la pata.

Se lo digo por la reiterada confusión de la Presidenta de la república con las palabras injerencia e intervención. Ayer otra vez las usó como si fueran sinónimas, refiriéndose al agarrón entre Trump y Maduro: “No a la intervención, no a la injerencia extranjera; solución pacífica de los conflictos y diálogo por la paz”, dijo.

No, señora licenciada en física, doctora en ingeniería ambiental, injerencia e intervención no son lo mismo.

Injerencia puede usarse como sinónimo de entremeterse en algo, pero viene de injerir y eso es básicamente, meter una cosa en otra (no se aceptan sugerencias); en tanto que intervención es la palabra que está en la Constitución, de significado muy preciso: intervención, de intervenir, que en el contexto de gobiernos y países, significa (acepción 7), el ejercicio de las funciones propias de los estados y también (acepción 8), dirigir temporalmente los asuntos internos de otro país. Eso es lo que le ordena a la Presidenta la fracción X del artículo 89 de la Constitución: no intervenir.

Pero la señora del bastoncito de juguete, insiste, lo que obliga a ser realistas: urge una edición especial de la Constitución para funcionarios, comentada, explicada y con monitos para que les dé menos flojera leerla. Ya podía el Taibo II aplicarse en algo útil (Marx Arriaga, absténgase).

De parte de la señora de Palacio ya no es terquedad, es una real confusión y no cabe duda, por sus declaraciones de ayer queda claro que ella entiende que México de alguna extraña manera, debe imponer al resto del mundo nuestro muy particular principio de no intervenir en asuntos ajenos, principio muy peculiar y difícil de sostener, pero, en fin, es otro tema.

Y al mismo tiempo, tremolando su lema de no intervención, doña Sheinbaum intervino abiertamente en el conflicto de los EUA con Venezuela, diciendo que “es cuestionable” la declaración del patán del Trump de que Venezuela les robó su petróleo. No hizo un llamado a la cordura, no, tomó partido y se equivocó: Venezuela expropió y no pagó, punto. Lo demás es música de viento (este menda sí puede intervenir, total, ni quien le haga caso).

También se refirió la doñita al llamado de la Casa Blanca (cuidado con los llamados del tío Sam), a que México deje de financiar a Cuba. Exigió respeto a nuestra soberanía y que no intervengan… interviniendo ella en lo de Venezuela. Así no se puede señora. En la vida en general, en la política en particular y especialmente en relaciones internacionales, el que se lleva se aguanta y no parece que nuestra Presidenta vaya a aguantarles un recargón a los yanquis.

El Trump trae de las orejas a nuestros hablantines y declaradores funcionarios, con la amenaza abierta de reventar el T-MEC y hundir la economía mexicana, y diciendo que “le gustaría”, que está pensando si se mete a México a poner orden con los de nuestro crimen organizadísimo.

Es puro pico del Trump lo de dejar el T-MEC, se le arma la marimorena si lo hiciera. Doña Sheinbaum lo sabe y podría volteársela diciendo que a cualquier precio y pase lo que pase, si vuelve a amagar a México, nos salimos del T-MEC.

Pero no lo dirá la doñita porque su verdadero temor es que la Casa Blanca ponga recompensa por información conducente al arresto y/o condena, de selecto grupo de morenistas, incluido el Pejestorio (50 millones de dólares, como por Maduro, es una idea)… y entonces sí, se les cae el teatrito.

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