Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
Cambiemos de tema, omitamos hablar de la invasión de Trump a Venezuela; tampoco discutiré la ignorancia de quienes se llaman de Izquierda cuando confunden la ideología de la Social Democracia con gobiernos autoritarios y dictatoriales donde impera el populismo movilizado de pobres, ignorantes y fanáticos. Dejaré de especular sobre el paradero de Corina Machado ni hablaré de la impostura de la señora del Palacio Real en México. Les hablaré de Sady en el Amazonas.
Sady suspira profundamente al evocar qué lejano día al despertar desnuda en brazos de Sebastián a sus 17 años. En ese entonces, se imaginaba avanzando hacia el altar con el vestido de novia en la vitrina de Casa Loredo que observaba cada mañana al caminar hacia su colegio en la Ciudad de México, “Es cierto, una toma las decisiones, pero las circunstancias provocan giros inesperados”, -pensaba. Sebastián permanecería en su memoria como el suceso más significativo de su vida a pesar de su inesperada partida para estudiar en el extranjero. El corazón mantiene el recuerdo, pero el cuerpo exige presencias.
El primer día de clases, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, sus ojos tropezaron con la mirada azul de Elias García Alba. El aspecto del joven de piel blanca, cabello claro, finos modales y vestimenta impecable contrastaba con el resto de sus compañeros morraleros, greñudos y con mezclillas que podrían pararse de tan grasosas.
Sadalinda buscó la primera fila y junto a ella, se acomodó Elías fingiendo leer las primeras páginas del “Pensamiento Salvaje” de Levi-Strauus, en tanto llegaba el profesor.
—¿De qué trata tu libro?, -preguntó ella con falso interés.
—Este libro causó conmoción dentro de la antropología y las ciencias al situarlo en las antípodas del pensamiento y colocarlo en franca coexistencia con el pensamiento científico. El pensamiento salvaje es igual de complejo y tiene también su propia lógica como el científico, sólo que cuando intenta categorizar y sistematizar la realidad no lo somete a los imperativos de la domesticación científica sino que se esfuerza por conseguir cuanto antes una interpretación, aun errónea.
—Eso me parece complicado. Explícamelo bien en la cafetería, -le pidió al entrar el maestro de Problemas Filosóficos.
—Levanten la mano aquellos que eligieron esta carrera por eludir las matemáticas, solicitó el maestro al grupo. Sady y Elías no la levantaron; el resto del grupo, si lo hizo. —La mala noticia, -continuó diciendo el profesor, es que la filosofía, la antropología, arqueología, la filosofía, y en general las ciencias sociales y humanísticas sólo pueden comprenderse desde las matemáticas.
Elías recordó a su padre quien acrecentó la fortuna de la familia abriendo amplios mercados a sus productos, creando una enorme red de comercialización por todo el mundo. Sin embargo, a partir de 1988, el panorama se ensombrecía con la globalización y los Tratados de Libre Comercio. Elías permanecía al margen de estas circunstancias absorto en su relación con Sadalinda. Pasaban largas horas juntos compartiendo el interés de ella por conocer la ruta de los árabes libaneses en México y la obsesión de él por las culturas salvajes.
Una tarde, acordaron festejar los 23 años de Sadalinda en la casa del Ajusco, propiedad de la familia García Andazola, tío de Elías. Caminaron en silencio tomados de la mano por los senderos arbolados perdiéndose en la contemplación de la ciudad. La primavera daba señales de vida. Esperaron la puesta del sol para regresar a la moderna casona en forma de cabaña.
—Sady, prepara el café como me gusta. Yo, colocaré algunos troncos para encender la chimenea.
—¿Cómo crees? Esa chimenea es eléctrica; los troncos están de adorno. Ni siquiera cuenta con chacuaco. —Eres un sopein, (forma de decirle zopenco entre ellos). Ambos rieron de buena gana hasta abrazarse.
—Le robaremos un vino al tío. Ayúdame a preparar las baguets; traje quesos. jamón serrano y el resto, lo encontraremos en el refrigerador. La ocasión merece un buen baño y ropa adecuada para festejar tu cumpleaños.
Sadalinda salió de la habitación luciendo un corto y elegante vestido blanco sobre el cual caía su castaña cabellera. Elías depositó en la mesa una caja blanca atada con listón blanco y una flor en vez del tradicional moño.
—Abre tu regalo, le indicó con una voz tan melosa como caramelos de Celaya.
‹‹Para ser un libro es demasiado grande, sólo que sea de colección. Quizá sea un par de zapatos o ropa interior, un negligé o un vestido corto como le gusta; puede ser…>, pensaba Sady, mientras la imagen de Sebastián la invadía. Pensó en las treinta y siete cajas diseñadas por Sebastián que permanecían en un lugar exclusivo de su clóset. Cada mes recibía una caja artesanal con flores secas que él cortaba en los jardines del colegio para regalársela a Sady; otras, contenían plumas de aves; piedras significativas de todo tipo; retazos de tela o globos usados en alguna celebración. Cada caja era un símbolo sacro entre ellos.
—¡Abrela, Sady!, -le pidió Elías. —¿Qué esperas?. dale “revai”.
Esa palabra significaba “date prisa”. Era una de las miles que inventaban juntos. “Vamos a la cajonera” era eufemismo de hacer el amor y algunas similares. Elías y ella llegaron a construir un Codex Intritus con palabras inventadas o desvirtuadas que solamente ellos comprendían. “Nos apapachemos”, era el equivalente a tener sexo; “déjame arrullar al bebé” refería a los órganos sexuales; “hibernemos” significaba acostarse juntos sólo para descansar; “carei” sustituía a ¡carajo! Así, crearon su propio lenguaje críptico.
Sady abrió la caja con cuidado de no rasgar el papel. En la caja se encontró con la portada del libro “Tristes Trópico” tallada en madera con los rostros de una pareja Bororó finamente tallados en relieve. Ella la observó detalladamente antes de tomarla entre sus manos. Viajar a las regiones de los bororó, cauduveo y nambikwara era la ilusión de ambos. “Allá viajaremos de luna de miel cuando nos casemos”, se repitan mutuamente.
-¡Abre el libro, Misi!, -así le llamaba cuando Sady lo impacientaba.
Al abrirlo, Sady encontró un hueco donde se encontraba un estuche azul con las letras plateadas de Tiffany. Lo observó pensando: <Se trata de una joya; podrá ser el dije en forma de estrella que vimos juntos, o la pulsera engarzada de plata, o…>. El corazón le saltó fuera del cuerpo al intuir que podría ser un anillo de compromiso. Abrió el estuche descubriendo una cabeza de jíbaro en miniatura.
—Nos espera una vida de aventuras por el Amazonas. Esa noticia era mejor que una simple boda. Hicieron planes del viaje. Planearon su futuro como quien tiene el dominio del destino en sus manos.
Este fragmento refiere a la primera publicación de Sadalinda quien a sus 60 años mantiene la frescura de aquella joven que se internó en el Amazonas para no regresar a México. De Elías y Sebastián solamente mantiene el recuerdo como una cuestión de amor.