Juan Carlos Cal y Mayor
La entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado ha puesto a Venezuela, otra vez, en el centro del mapa moral del mundo. No se premió una figura: se reconoció la resistencia de un país entero contra una dictadura que ha detenido opositores, falseado elecciones y vaciado la nación con uno de los éxodos más grandes de la historia contemporánea.
EL SILENCIO CÓMPLICE DE MÉXICO
La vergüenza para México no está en Oslo: está en Palacio Nacional.
Mientras la comunidad internacional toma distancia del régimen de Maduro, México aduce “respeto a la soberanía” para justificar una neutralidad que en los hechos equivale a avalar a un gobierno tiránico. La política exterior mexicana, otrora referente moral en América Latina, se ha reducido a un manual de evasivas diplomáticas que encubren simpatías ideológicas.
Callar ante la represión venezolana no es prudencia: es complicidad. Y la complicidad, en política internacional, también es una postura.
NUESTROS IMPRESENTABLES
Lo más lamentable no es solo la postura oficial, sino la conducta de quienes se dicen progresistas. Dirigentes de Morena, influencers del régimen y funcionarios de alto perfil han defendido públicamente a Maduro o han repetido el guion de que Venezuela es víctima del “imperialismo”. Gerardo Fernández Noroña no tuvo empacho en presumir una foto con él; lo mismo hizo el propio López Obrador al invitarlo a su toma de posesión. Para ellos no existe el exilio masivo, la persecución política ni los presos por pensar distinto. Lo importante es la afinidad ideológica, aunque esté cimentada en la miseria ajena.
En redes sociales abundan cuentas oficialistas celebrando que México “no se entrometa” en Venezuela. Es el mismo argumento que en su momento usaron para guardar silencio ante Cuba, Nicaragua o cualquier régimen afín. Después hablan de derechos humanos.
LA BATALLA POR EL RELATO
El Nobel otorgado a María Corina Machado exhibe, sin maquillajes, el contraste de nuestros tiempos: mientras el mundo reconoce la lucha democrática venezolana, México opta por la pasividad disfrazada de neutralidad. La 4T ha construido un relato donde la defensa de las libertades depende del color que las porte. Si es de izquierda, se le perdona todo; si es de derecha, se le condena. Así se ha instituido un doble rasero que convierte la moral pública en herramienta partidista.
La paradoja es que quienes dicen defender a los pobres terminan justificando al régimen que más pobres ha producido en el continente.
EL EFECTO BUMERÁN
La postura mexicana no pasará por alto. Los gobiernos cambian, pero las hemerotecas permanecen. Hoy México aparece alineado a regímenes sin legitimidad democrática, y esa factura política inevitablemente llegará. Resulta irónico que un país que presume de política exterior humanista haya renunciado a la defensa de los derechos humanos justo cuando más falta hace.
El premio a Machado es un recordatorio de que la libertad tiene costo, pero vale cada paso. El silencio mexicano, en cambio, también tiene un costo: la pérdida del respeto internacional.
Y ese, para una nación que alguna vez fue referente democrático en América Latina, es un precio demasiado alto para pagarlo por lealtades ideológicas pasajeras.