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De la meta a la mini farmacia de la esquina. Milagro burocrático / Sarcasmo y café

De la meta a la mini farmacia de la esquina. Milagro burocrático / Sarcasmo y café
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Corina Gutiérrez Wood

En México nos encanta la innovación. No la científica, claro, sino la innovación conceptual: esa magia con la que logramos renombrar un problema para que parezca solución. Y en ese arte ancestral, nada supera a la épica transformación de la Megafarmaciadel Bienestar en las nuevas, brillantes, estratégicas y sorprendentes Farmacias del Bienestar, instaladas afuera de los centros de salud, en esquinas, banquetas, y casi que, si nos descuidamos, detrás de un puesto de elotes o tamales.

Porque sí cuando la solución mastodóntica no funciona, la respuesta es obvia. Cortamos el elefante en piezas más pequeñas. Eso siempre funciona, Si un almacén gigantesco, monumental, casi mitológico, no logró surtir ni lo que vende un Oxxo en un mal día, la respuesta técnica es, poner miles de mini bodega-farmacias a lo largo del país. Una estrategia tan elegante como comprar una lancha porque el Titanic se hundió.

La Megafarmacia, ¿la recuerdan? fue presentada como el santuario farmacéutico que nos llevaría al paraíso del abasto. Un templo blanco y brillante que, según decían, tenía capacidad para almacenar más medicinas que las que cualquier mortal podría pronunciar sin equivocarse. Y vaya que tenía capacidad. Lo que no tenía era medicinas. Un pequeño detalle técnico. Es como presumir un refrigerador enorme lleno de aire frío y esperanza.

Pero no hay que ser injustos, la Megafarmacia sí surtió recetas. Pocas, poquísimas, microscópicas si se mira desde lejos, pero surtió. Que fueran en promedio menos de tres recetas diarias es un dato que solo molesta a quienes aún creen en la tiranía de los números. ¿Qué son los números sino una construcción social? La verdadera eficacia es espiritual.

Y, sin embargo, llegó 2025, y la realidad, esa señora impertinente que insiste en echar a perder los discursos, se impuso. El país seguía padeciendo desabasto. Las personas seguían peregrinando entre instituciones, ventanillas y farmacias privadas. Y entonces, vino la solución. La reencarnación de la farmacia ideal. El nuevo modelo para un México moderno, las mini farmacias.

El concepto es brillante en su simpleza si la “farmaciota” no pudo surtir al país desde un solo punto, entonces ahora surtiremos al país desde muchísimos puntos. Miles. Tal vez millones, si agarramos vuelo. La lógica es impecable si una cosa grande no funciona, funcionará una chiquita. Es casi física cuántica.

Instalarlas fuera de los centros de salud es, además, un movimiento estratégico. Porque si el problema es que en los centros de salud no hay medicinas, pues la solución es sencilla, ponerlas afuera. Es la versión institucional del “no te lo puedo dar aquí, pero ahí en la esquina igual sí hay”. Y si falla, siempre puede instalarse una segunda mini farmacia afuera de la primera. Luego una tercera. Un sistema de farmacias que se reproducirán como gremlins.

Lo mejor es que estas nuevas farmacias prometen surtir los medicamentos más necesarios para enfermedades crónicas. Veintitantos medicamentos que supuestamente cubren el 80% de las necesidades del país. Esto es un logro, reducir el universo de enfermedades a veinte y pico medicamentos es un triunfo filosófico. Es redefinir la salud pública a través de la estadística creativa.

Lo irónico del asunto, ese toque que hace de la política mexicana un género literario propio, es que el nuevo modelo nació no por éxito, sino por fracaso. Las mini farmacias son básicamente el Plan B de un Plan A que nunca despegó. Pero eso sí, jamás se dice así. Aquí todo se llama “continuidad”, “transformación”, “optimización”. La palabra “fracaso” está prohibida; es como Voldemort pero en versión administrativa. Y entonces nos dicen que esto no es plan B, ni C, es evolución natural. Como si después de construir una catedral alguien dijera “Bueno, ahora sí, vámonos mejor con capillitas”.

La idea, por supuesto, es acercar el medicamento a la gente. Y tiene sentido si no puedes mover los medicamentos hacia el paciente, mueve los pacientes hacia los medicamentos. Pero si no hay ni unos ni otros en el lugar correcto, pues siempre queda el recurso más mexicano de todos, esperar que se resuelva solo. O culpar a las farmacéuticas. O al modelo anterior. O al neoliberalismo. O al niño que no hizo la tarea. La culpa es muy flexible en este país.

Mientras tanto, las y los usuarios siguen en lo mismo, preguntando en una institución, luego en otra, esperando semanas, regresando con la receta, escuchando la frase más mexicana del sistema de salud: “vuelva mañana”. Y ahora, además, podrán escucharla también en la mini farmacia de afuera. Eso sí es progreso.

No hay que negar que la idea tiene su encanto. Es pintoresca. Es como recuperar el espíritu de la botica de pueblo, pero con propaganda institucional. Una vuelta sentimental a la farmacia de barrio, solo que ahora es una política pública de emergencia disfrazada de innovación.

Lo más admirable es la narrativa heroica, ahora resulta que las mini farmacias son el futuro. Un futuro que casualmente nunca habría llegado si la megafarmacia hubiese funcionado. Pero así es la política todo lo que no sale bien se convierte mágicamente en la base de un proyecto aún mejor.

Y uno no puede evitar imaginar el futuro, quizá pronto tengamos micro farmacias móviles, nano farmacias portátiles, o farmacias cuánticas que surtan medicina en universos paralelos donde sí hay abasto. Todo es posible si el discurso lo permite.

Al final, la moraleja es simple, la salud pública en México se reinventa constantemente, no porque progrese, sino porque tropieza. Y cada tropiezo se anuncia como un salto hacia adelante. Así como la megafarmacia fue la solución definitiva, hasta que dejó de serlo, ahora las mini farmacias son la respuesta. Hasta que no lo sean.

Y entonces nacerá otra gran innovación, más absurda y más brillante, porque este país jamás se queda sin creatividad. Lo que sí se queda sin medicamentos, personal capacitado o presupuesto funcional, parece que eso es un detalle menor. Pero no hay problema, mientras haya inauguraciones y discursos sobre “transformación”, la 4T seguirá demostrando que lo único que nunca falta es un acto de marketing para disfrazar un desastre de logística como progreso histórico.

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