Corina Gutiérrez Wood
En México hemos aprendido a vivir con lo inverosímil. Sismos, escándalos políticos, obras que tardan décadas y, ahora, sombreros que desaparecen en plena mañanera. Sí, leyeron bien, sombreros. No autos, no rascacielos, no presupuestos multimillonarios. Sombreros norteños que, por un instante, se volvieron más importantes que cualquier discurso o anuncio gubernamental.
Todo pasó el 27 de noviembre de 2025, en la mañanera que ya es ritual nacional. Samuel García, el desenfadado gobernador de Nuevo León, llegó con su estilo directo, esa personalidad norteña que no pide permiso y que parece decir “aquí estoy, tómame o déjame”. Venía a hablar de presupuestos estatales y obras para el Mundial 2026, líneas de metro, transporte, agua, infraestructura. Cosas grandes, serias, de millones y millones de pesos. Pero nada de eso le importó al país porque los sombreros decidieron robarse el show.
Ahí estaban, unos sombreros norteños puestos con todo cuidado en la escenografía, marcando identidad, cultura, o tal vez solo decorando bonito. Y entonces, pum, desaparecieron. Entró el staff, los quitó del escenario y nadie explicó bien por qué. Ni el gober, ni la tía de todos ustedes, ni nadie. Solo quedaron los murmullos y la incredulidad de todos los presentes “¿Qué acaba de pasar aquí?”
La tía, con esa calma de quien parece tenerlo todo bajo control, dijo lo que cualquiera diría ante semejante misterio:
“Ah… ¿los sombreros? Para regalar, ahorita.”
¿Para regalar? Claro. Como si un sombrero tuviera la misma importancia que un par de boletos del Metro o una obra pública. Y mientras el país debatía sobre el destino de los sombreros, Samuel seguía con su exposición de presupuestos, proyectos y promesas de infraestructura. Nadie lo escuchaba de verdad. Nadie podía competir con el suspenso de un sombrero en fuga.
Y ahí está lo bello del asunto; nadie sabe si Samuel los puso a propósito o no. Tal vez pensó “Qué lindo se ve esto, un sombrero aquí, otro allá”. Tal vez quería mandar un mensaje simbólico que solo él entendía. Tal vez nada más estaba siendo él mismo un gobernador norteño con sentido del estilo y cero filtros. Lo mismo con su tía, nadie sabe si los quitó por estética, por prudencia política, por miedo a que alguien los asociara con algún movimiento o simplemente porque no quería que se torciera la foto oficial. Lo único cierto es que, al final, los sombreros desaparecieron y con ellos, toda lógica del evento.
Porque en México, los símbolos pesan más que los discursos. Un sombrero puede ser más poderoso que un informe, más temido que una encuesta, y más comentado que un anuncio de infraestructura millonaria. No estamos exagerando. La desaparición de esos sombreros desató debates, memes y teorías de conspiración en redes sociales antes de que el regio terminara su exposición sobre el presupuesto.
Y es que el espectáculo de la política mexicana es así; lo que parece un detalle mínimo puede convertirse en noticia nacional. Un micrófono, un gesto, un sombrero. Todo tiene significado, incluso cuando nadie lo planeó. Y en este caso, los sombreros se convirtieron en protagonistas involuntarios. Mientras Samuel hablaba de presupuestos y la tía prometía apoyo federal, el país entero estaba pendiente de ver si los sombreros regresaban o no.
La reacción en redes fue inmediata. Usuarios especulaban: “Seguro Samuel quiso mandar mensaje político con los sombreros”, “La tía los quitó para que no recordaran el Movimiento del Sombrero”, “Estos sombreros son más poderosos que los diputados”. Todo sin evidencia concreta, claro, pero con suficiente imaginación para llenar horas de conversación. Porque en México, cuando no hay información clara, la picardía popular se dispara y el absurdo florece.
El regio, por su parte, siguió con su estilo natural relajado, sonriente, directo. Al norteño le da igual la polémica, lo suyo es hablar de proyectos y mostrarse seguro, aunque un sombrero rebelde se robe la escena. Y así, sin proponérselo, se convirtió en el héroe secundario de su propia mañanera haciendo presupuestos mientras un par de sombreros provocaban crisis diplomática simbólica.
Y doña tía, disciplinada y calculadora, se limitó a lo suyo mantener el orden, explicar lo mínimo posible y dejar que el país especulara. Porque, seamos honestos, no hay explicación lógica para un sombrero desaparecido en plena transmisión nacional. Lo únicoque queda es la interpretación la historia que cada quien quiere creer. Y en este país, la interpretación vale más que la certeza.
El episodio nos deja varias lecciones. Primero; los objetos tienen más poder del que pensamos. Segundo; los políticos pueden estar tratando de mover millones y cambiar el destino del país mientras el público debate sobre utilería. Tercero; en México, el absurdo es la norma, no la excepción. Y cuarto; los sombreros, por más inofensivos que parezcan, pueden eclipsar todo lo demás.
Al final, el país entendió algo muy simple los sombreros gobiernan más que los discursos,y los símbolos pesan más que cualquier conferencia de prensa. Samuel García seguirá defendiendo presupuestos, su tía seguirá ordenando y supervisando, y nosotros seguiremos mirando con atención cualquier objeto que aparezca en un escenario, porque nunca sabemos cuándo un sombrero decidirá convertirse en protagonista nacional.
Y así, entre risas, memes y análisis de pasillo, México aprendió una nueva regla de política, un sombrero puede cambiar la narrativa más rápido que un informe millonario. La moraleja es simple, no subestimen a un sombrero. No subestimen la atención del pueblo. Y, sobre todo, no subestimen la capacidad de México para convertir cualquier detalle en espectáculo nacional.
Porque si la política fuera coherente, los sombreros no tendrían drama. Pero México no es coherente. Aquí, un objeto decorativo puede paralizar la atención nacional, generar debates, especulaciones y hasta columnas como esta. Y los verdaderos héroes no siempre hablan ni mueven presupuestos, a veces, simplemente aparecen, se colocan en el escenario y desaparecen misteriosamente, dejando que el absurdo haga su magia.
Así que la próxima vez que vean un sombrero en la televisión, piensen dos veces. Puede estar ahí por moda, por tradición, o por puro poder político. Y recuerden que, en México, hasta los sombreros gobiernan. Porque si la política fuera coherente, los sombreros no tendrían drama. Y por eso, en la gran mañanera de la vida pública, los sombreros ganan siempre.