Ernesto Gómez Pananá
En la entrega pasada compartí alguna reflexión respecto de un videojuego que resultó más bien una redsocialenajenante que en gran medida tiene como objetivo preparar a los menores y adolescentes para, superado el Roblox, se enganchen en automático con alguna -o algunas- redes sociales.
Para el caso de quienes ya somos adultos, Generación X entre los 40’s y 50’s, no hubo Roblox, hubo fundamentalmente Facebook y Twitter, antes Hi5 tal vez. Después llegaron Instagram, Snapchat y el rey de todas hasta el momento, el llamado Tik Tok. No dejo de lado al WhatsApp, no obstante que, aunque en términos originales se presenta como un mecanismo de mensajería instantánea, sus efectos de codependencia permanente son profundos.
El fenómeno me asombra y me intriga, diría que por momentos me asusta. Está en todos lados que uno dirija la mirada.
Asómese a cualquier cafetería o restaurante, asómese a la sala de espera de un aeropuerto, un hospital, una oficina de cualquier tipo y verá parejas, grupos de amigos y amigas, familias, niños y niñas de primaria o preescolar y todos tendrán algo en común: su cara luminosa en un tono azul con luz parpadeante. La mirada concentrada, casi sin parpadear, absortos, ausentes, utilizando los dedos para “deslizar” la atención en esa espiral infinita de “contenido” a la que le entregamos voluntariamente la información de nuestros gustos, preferencias, creencias, afinidades, hábitos y anhelos para que nos siga proveyendo de más contenido hipnótico y no seamos capaces de alejar nuestra vista y nuestra atención de la pantalla, que no nos despeguemos -literalmente- un solo segundo.
Igual esto pasa en los vagones del metro y el metrobús, en las calles donde la gente muchas veces camina adivinando el pavimento con tal de no “perderse nada” en la pantalla, pasa en los baños públicos y en los de las casas, en los comedores o en las recámaras en las que lo último que hacemos, antes de dormir, es mirar la pantalla del teléfono, cosa que también solemos hacer al despertar, incluso antes de decir buenos días a la persona con quien compartimos la cama. “Voy a ver, no sea que tenga algún mensaje”, o igual o peor aún, voy a mirar unos minutos el Tik tok, para distraerme y uno termina dedicando -decir “perdiendo” es más atinado- 10, 20, 30 minutos. Literal las redes sociales están diseñadas para que voluntariamente les permitamos “chuparnos” el cerebro, extraernos toda nuestra información y moldear nuestro pensamiento y nuestra voluntad. Permítaseme estimados 20 lectores, pulsar la tecla escape y salir de la matrix. Me resisto.
Mucho se ha escrito al respecto, quien escribe es solo un observador empírico preocupado acaso, pero a propósito del tema, hoy quiero compartir en esta electrónica y virtual columna, lo que dos autores especializados, el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han y el ex ejecutivo informático y pionero de la realidad virtual Jaron Lanier han escrito sobre esta nuestra AI, Adicción Incontrolable.
Los planteamientos de Byung-Chul Han se resumen en:
- El smartphone constituye una especie de rosario profano cuyo objeto es la manipulación compulsiva que consuela, distrae y, a la vez, nos autoexplota. Creemos usarlo, pero en realidad él nos usa.
- Los usuarios nos desnudamos voluntariamente: La intimidad se sacrifica sin darnos cuenta.
- Las redes son una especie de “infierno de lo igual“ en el que solo vemos versiones de nosotros mismos y pensamos que esa es la realidad.
- En ese mundo virtual pasamos del “debes” al “puedes”: un mandato dulce que esclaviza. Nos optimizamos hasta el agotamiento.
- Atención pulverizada y silencio abolido: las redes nunca callan y nunca paran, no tienen horario ni calendario y nos consumen vorazmente, no existen ni la contemplación ni la profundidad.
- Comunicación sin comunidad
Hablamos más, pertenecemos menos. Vínculos instantáneos sin riesgo, sin herida, sin compromiso y sin profundidad: tenemos y frecuentamos a nuestras amistades cada vez más a través de sus “posts” y cada vez menos presencialmente -solo como ejemplo menciono que con mis ex compañeros de secundaria llevamos meses, -24 meses- proponiendo sin éxito un desayuno, solo chateamos por WhatsApp y compartimos memes por Facebook pero jamás tenemos tiempo de convivir presencialmente. - La voluntaria entrega de toda nuestra información nos convierte en trabajadores gratuitos del capitalismo de datos.
- La máscara digital sustituye a la persona. La vida real queda relegada.
- Las redes transforman y aplanan nuestro deseo: La disponibilidad total mata el misterio y la espera, incluso el erotismo.
- Somos sujetos del cansancio,
individuos hiperconectados, agotados, ansiosos y vacíos. El smartphone es látigo y anestesia al mismo tiempo.
Por su parte, Lanier establece:
- Las plataformas usan algoritmos diseñados para manipularte y modelar tus emociones, decisiones y comportamientos sin que lo notes, repito, sin que lo notes.
- No existen las cosas gratis en este mundo virtual: Si no pagas, es porque tú eres lo que se vende, tu atención, tu ánimo, tus impulsos.
- El sistema recompensa la reacción inmediata y castiga la reflexión. La mente se vuelve impulsiva, fragmentada, superficial y no permite la abstracción.
- Las redes favorecen la polarización, el escándalo y la mentira porque son más virales que la verdad. Venden más, son más virales.
- Las redes son una máquina de insatisfacción emocional, de comparación constante y de ansiedad de validación que nos satisfacen con una dopamina barata de la que siempre desearemos más.
- Transforman, trastocan y destrozan las relaciones interpersonales. Fomentan “vínculos espectáculo” y erosionan la empatía profunda.
- La presión del algoritmo debilita la personalidad y empuja a actuar como caricatura de uno mismo para encajar en patrones predecibles.
- La publicidad dirigida empuja a gastar sin decidir, llevados por la dopamina que producen la compra y la espera de la compra. Nos convertimos en blancos psicológicos moldeados al gusto del vendedor.
- Lo que circula no es lo mejor, sino lo más adictivo. El arte, la conversación y la crítica se achatan hacia el mínimo común denominador viral. Solo vemos lo que está en redes, y no existe afuera lo que ahí no está.
- Vivimos observados, medidos y optimizados por máquinas para las que somos data obediente a la que hay que exprimir.
Yo no sé, estimados veinte lectores, lectoras y lectoros que, vaya paradoja, generosamente leen esta columna dominical en las pantallas de sus celulares o tablets. Yo no sé, pero a mí me aterra vivir así.
Oximoronas 1. El fiscal Gertz aceptó la invitación para encabezar la embajada de México: Lo que se compra con posiciones diplomáticas es barato. Ya tocaba. Enhorabuena.
Oximoronas 2. La nota del fin de semana, es la reaparición del expresidente AMLO a través de un extenso mensaje de video en redes sociales. Habrá quien piense lo contrario pero en mi opinión, su retiro es más real que ficticio y eso es sano para las instituciones y el país. Sufragio efectivo. No reelección.
Oximoronas 3. Las redes sociales son como el azúcar: su consumo sin control es letal, su consumo “controlado” presume ser inocuo pero es igualmente nocivo. En el entorno real existen diferentes formas más saludables de reemplazarlas por completo y vivir más felices.