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Yo inventé la escritura cero

Yo inventé la escritura cero
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Uvel Vázquez

Bartes, Rolan, enuncia: “Nadie puede, sin preparación, insertar su libertad de escritor en la opacidad de la lengua, porque a través de ella, está toda la Historia completa y unida al modo de una Naturaleza. De tal manera, para el escritor, la lengua es sólo un horizonte humano que instala a lo lejos cierta familiaridad.  El estilo casi más allá: imágenes, elocución, léxico, nacen del cuerpo y del pasado del escritor y poco a poco se transforman”. La poética es pues, la intuición creadora del artista del lenguaje. 

El poeta niño supo a muy temprana edad distinguir entre prosa y verso. Prosa es un discurso. El poeta vio a la mujer embarazada y la siguió, llevaba en la mano un cuchillo, de doble filo, donde brillaba la muerte. Era su deseo. Hacer el amor a una embarazada. La mujer caminaba trabajosamente por el peso de las 38 semanas de gestación. El poeta golpeó con violencia la cabeza de la mujer por atrás. Ella cayó desplomada sobre el piso. La hizo suya y se fue feliz. 

La poesía es economía del lenguaje. Secundino Gregorio sentía que profundas emociones   lo envolvían noche tras noche por asesinar a otra mujer. Deliraba en las horas de insomnio. Entre retazos de palabras y retablos de emociones pintaba frases sueltas como en un sueño lleno de peligro. La noche se transformaba en cocodrilo, sentía que lo devoraba. La  noche como una puta lo atrapaba, hasta asesinarlo.

El niño poeta huía por una calle angosta, curva, empedrada, con la sangre acalorada avanzaba sin salida. Trataba de hallar la respuesta como nació el verbo. Leía la Biblia para que la sabiduría lo jalara. Le encantaba el olor de las páginas viejas. El polvo que chorreaban las palabras atrapadas en la panza del lobo feroz. Leía el versículo del comienzo: “no había nada en la faz de la tierra, ni en el cielo”. ¿Entonces, cómo fue que surge todo? Yo soy nada, tú eres nada, somos el vacío. El  Génisis,  enuncia la creación del universo. 

El niño poeta soñaba que escribía un universo de palabras rojas, amarillas, de todos los colores y también verde. Dejaba la biblia y jalaba el  Popol Vuh, que  describe el comienzo del cielo y de la tierra. Encontraba ese paralelismo en ambos textos. Daba vueltas  en la cama de bejucos,  tratando de explicarse cuál fue la primera palabra que pronunció al nacer. No pronunció ninguna. Sólo lloró.  El verbo iluminó el agua viva de su esqueleto. El agua viva lo levantó del fracaso. Las palabras se calentaban en su boca, su lengua se movía musicalmente en la cavidad  para articular un sonido musical, agradable. Un sonido bello, celestial. Ese verbo hecho carne, floreció, se extendió como el cielo, como el mar, habitó en la tierra. La revelación del verbo es un misterio, estaba junto con la sabiduría de la existencia. 

El arte en cualquiera de sus manifestaciones, mueve, afecta la conducta del hombre. Los códigos estéticos son capaces de liberarse de las ataduras de las convenciones, tomando, de acuerdo con las capacidades sensibles del sujeto, una significación propia. 

Secundino Gregorio ignoraba que la lengua es una estructura de signos como lo pensara Ferdinand de  Saussure  en su  Curso de Lingüística General, que menciona: “ El signo es sonido y sentido, está en dos planos: expresión y contenido. En el plano de lo acústico está el sonido, la música de los fonemas, su imagen acústica. El habla materializa la palabra, le da vida propia”. El hablante al utilizar las palabras llenaba el corazón más solo, de energía y de vida, con diversas significaciones.

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