Guillermo Ochoa-Montalvo
Querida Ana Karen,
Era una noche de Luna menguante bastante fría; aún así, Amanda llegó con su tradicional falda corta desafiando a las buenas conciencias orgullosa de lucir sus muslos en una cafetería abarrotada con algunas parejas de edad y bastantes chicas universitarias atentas a la conferencista disertando sobre la libertad, la aceptación de uno mismo y otros temas que Amanda aprendió a practicarlos desde su rebeldía de niña. Amanda recorrió el lugar con la mirada en busca de una mesa cercana a la salida para fumar desde la banqueta cuando se le antojara hacerlo. Amanda observó las pinturas y fotografías colgadas en la pared de la cafetería, alusivas al día de muertos recordando sus visitas al Museo del Anahuacalli donde solía pasar todo el día en la contemplación de las ofrendas de muertos; una de ellas dedicada a Frida Kahlo y a la célebre artista Rosa Rolanda quien fuese esposa de Miguel Covarrubias y de alguna forma, su heroína y ejemplo de vida. Perdida en sus recuerdos, Amanda vio entrar a su viejo amigo y maestro de preparatoria. Después de recibir los halagos a sus piernas, pidieron un café Geisha con granos de Guatemala preparado bajo el método V-60. Amanda aspiró profundamente el aroma de la humeante bebida; con una cucharita tomó un poco de café como experto catadora. Mientras retenía el café en sus pupilas entornó los ojos evocando las imágenes de su viejo maestro cuando compartían los capuchinos de Gonzalo, aquél barista yucateco tan creativo como buen casamentero. Gonzalo admiraba el talento de Amanda, su desenfado al sentarse sobre sus piernas charlando con sus maestros y uno de que otro de sus compañeros inteligentes con quienes compartía ideas, fantasías y la cama sin involucrarse sentimentalmente con ninguno. Amanda, sin asumirse como feminista, era libre, sin prejuicios y una perfecta desquiciada, decían de ella sus compañeras. Amanda sorbió las últimas gotas del café. ¿Recuerdas a Gonzálo, el barista de la facultad?. Su viejo maestro asintió con la cabeza. Además de barista, Gonzálo escribía poemas a las estudiantes de su preferencia y tú, eras una de ellas, le respondió. Amanda conserva los poemas en la caja donde guarda las cartas de sus innumerables enamorados a través de su vida, todos ellos, se distinguían por ser grandes pensadores, creativos, imaginativos y hasta fantasiosos como uno de los últimos quien le propuso matrimonio, vivir en el campo y tener dos hijos; algo imposible a su edad. Amanda detestaba a los anodinos a quienes percibía desde lejos con su agudo olfato. Para Amanda, PENSAR es un ejercicio de la mente, donde el intelecto viaja unido a la memoria, al razonamiento lógico, científico e intuitivo. La CREATIVIDAD le corresponde a los artistas, a la gente con una imaginación prodigiosa capaz de darle vida a sus ideas y a su percepción del mundo. La FANTASÍA, ese mundo de lo improbable lleno de ficción, propicio para evadirse de la realidad, Amanda lo aquilata en sus noche de ensueño cuando repasa sus aventuras pasadas y otras por realizar en contra de toda lógica. Dime una cosa, le dijo a su viejo maestro, si tuvieses que elegir entre el pensamiento, la creatividad y la fantasía, sin opción más que a una, ¿que elegirías?. El maestro se llevó las manos a la cabeza buscando una respuesta acertada. Con Amanda compartió el placer de escribir importantes ensayos, de escribir a dos manos extensos artículos; juntos, discutieron las obras de enormes pensadores de todas las épocas; al participar en debates, Amanda sorprendía a los asistentes con sus agudos argumentos; pero al mismo tiempo, admira su lado creativo al verla bailar, componer poemas, narrar novelas y cuentos con la agilidad de un panadero que compite con el tiempo de entregas oportunas. Amanda dibuja, pinta y canta para sí misma; lo hizo para su maestro en noches eternas donde la respiración agitada era lo único que interrumpía el silencio de esas madrugadas de tocata y fuga. Por otra parte, el maestro está consciente del carácter fantasmagórico de Amanda que linda entre la creación y la fantasía pura. Amanda, me quedo con mi parte creadora y con mi inclinación a razonar todo. Amanda, preguntó el maestro, ¿dónde queda el límite entre lo convencional, la rebeldía y la libertad? Amanda fijó la vista en la fotografía de la calavera del festejo de muertos; pidió otro café Geisha; volvió a pensar en el Anahuacalli; en la ofrenda dedicada a Frida Kahlo y a Rosa Rolanda; sin dudarlo respondió, esos límites se encuentran en el disfrute de la soledad; en la liberad de no pertenecer a nadie, en esas mañanas al despertar con alguien memorable sin culpas, promesas ni compromisos; la necesidad de alguien nos esclaviza. Amanda miró a los ojos del maestro donde se descubrió en el reflejo de sus anteojos. Amanda echó un vistazo a las mujeres que la observaban murmurando acerca de sus piernas al aire con ese desenfado que le acompaña desde niña. Amanda le sonrió al mesero; entonces, con un tono de solemnidad dijo: Rosa Rolanda lo integró todo; fue una pensadora, investigadora y estudiosa de la arqueología; fue una artista completa como bailarina, coreógrafa, diseñadora de vestuario, fotógrafa, pintora y coleccionista. Como parte de sus fantasía viajó de luna de miel al continente asiático. Al divorciarse de Miguel Covarrubia en 1954; así a sus 59 años, se dedicó a la exploración de zonas arqueológicas. En alguna época de su juventud, Amanda visitó las zonas arqueológicas del Sureste mexicano siguiendo el ejemplo de Rosa Rolanda, se rodeó de intelectuales, artistas famosos y locos fantasiosos. Amanda, en el plano sentimental vivió sin miedo; cada encuentro fue un aprendizaje; los dejó partir sin nostalgia, pero con gratitud. La creatividad de Amanda en el sexo excede todos los límites; cumplió sus fantasías y parafilias explorando su cuerpo; descubrió sus zona erógenas y hasta la fecha, sabe guiar a sus amantes con esa delicadeza tan característica en ella. Con su maestro mantiene una relación de largos años iniciada en la época de estudiantes; se dejaron de ver por décadas hasta reencontrarse en una conferencia. Amanda solía dormir mientras él preparaba el café de la mañana; se enredaba entre sus brazos y piernas y asñüi, pasaban los fines de semana. Por la noche, sus ronquidos eran una sinfonía; el maestro la movía y ella buscaba el abrazo, la caricia, el beso prolongado. Salieron de la cafetería caminando lentamente descubriendo detalles en las viejas casonas del centro; una complicidad los envolvió esa madrugada donde sus cuerpos se reconocieron entre arrugas, arrumacos y el espejos de sus miradas. El maestro conservó las cartas escritas a través del tiempo que nunca llegaron a manos de Amanda porque el secreto de los amantes siempre será complicidad silenciosas como una cuestión de amor.